Amasando Esperanza

Amasando Esperanza

Octavo Domingo después de Pentecostés – 26.7.2020 | Mateo 13:31-33 | Estela Andersen |

 

Reciban ustedes bendiciones y paz de parte de Dios, El que era, es y ha de venir. Amén.

 

El texto de hoy, Octavo Domingo después de Pentecostés se encuentra en el evangelio de Mateo 13:31-33:

„Otra parábola les propuso: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas.»

Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo.».“ Amén.

 

(La propuesta es presentar una ambientación de cocina y amasar un pan mientras se da el mensaje, pero, además, tener algunos pancitos listos, ya horneados)

 

La elaboración del pan, con el amasado y la acción de la levadura, siempre ha sido un poco mágico, algo medio misterioso.

Desde tiempos muy antiguos, en la vida de los hebreos, la levadura desempeñó un papel importante, no sólo en la preparación del pan, sino en la ley, el ritual y la enseñanza religiosa. Originalmente se preparaba de salvado fino blanco de harina de vicia o arveja amasado con mosto, o de cebada mezclada con agua, que se dejaba reposar hasta que se pusiera agria. Luego se pasó a preparar la levadura con la harina del pan amasada sin sal, que se dejaba hasta que pasara a un estado de fermentación.

El pan se preparaba con un trozo de masa que se guardaba de la horneada anterior, que fermentaba y se volvía ácida. La harina, mezclada con agua y sazonada con sal, se amasaba en una batea especial. A esto se agregaba levadura en forma de una pequeña masa vieja ya fermentada, se “escondía” en la harina, hasta que leudaba toda la masa. También se hacía pan sin levadura. El pan horneado se hacía con fuego sobre piedras recalentadas, o sobre una tortera o parrilla, o en el horno. El pan con levadura generalmente se hacía en forma de tortas delgadas.

Esta forma de hacer el pan ha seguido por mucho tiempo, de hecho, entre los alemanes del Volga era la forma también, e incluso tenían el día de la semana en donde elaboraban su pan y tortas. Esto ocurría el sábado, día en el que también lavaban la ropa y hacían la limpieza general de la casa, así, el domingo, celebraban al Señor, con la casa limpia y el pan fresco.

 

Hoy conseguimos la levadura en sobres o fresco, en este mundo moderno y práctico, para que quienes nos gusta amasar lo hagamos, porque la realidad es que hay muchas propuestas en el mercado de panes y panificados.

Amasar un pan y que llegue a un buen resultado tiene sus secretos, porque la levadura es mágica, como decía al principio. Tenemos que cuidar que el ambiente sea cálido, que los ingredientes, al menos, estén a temperatura ambiente, cuidar que la levadura no toque ni la sal ni la materia grasa directamente, y que la leche o el agua esté tibia. Al amasar siempre lo tenemos que hacer con movimientos envolventes, suaves y enérgicos al mismo tiempo… a la masa la tenemos que tratar con cariño, pero con decisión. Nuestras manos van moldeando la masa, que debe ser tierna y un poco pegajosa. Una vez que la amasamos, la dejamos descansar en un lugar tibio, cubierta con un paño, para que la levadura actúe… y haga su magia. En ese tiempo, nos dedicamos a otras cosas, la dejamos “trabajar”. Pero ojo: ¡cuidado con las corrientes de aire frío! La masa se cae, y es muy difícil recuperarla.

 

El texto que estamos compartiendo dice que el Reino de Dios es como un hombre que sale y siembra un grano pequeño, que crece hasta ser un árbol grande, y de una mujer, que mezcla una parte de levadura con tres de harina y amasa… la semilla brota y crece, lo mismo que la masa de levadura, y ese crecimiento es obra de Dios. Esa magia, de la que venía hablando, ese gran misterio, que es el crecimiento, es obra de Dios.

Así, hombres y mujeres ponemos nuestras manos a disposición para “arrancar” una tarea en la que Dios realiza la mayor parte de ella. Nosotros y nosotras somos apenas pequeñas herramientas para su gran obra.

 

En la tercera estrofa de la canción “Vamos”, de Guido Bello y Pablo Sosa, dicen:

La esperanza es trigo que Héctor siembra,

Pedro cuida y Lázaro cosecha.

La esperanza es pan que Rosa amasa,

Julia pone al horno

y Juan levanta en señal de comunión.

Refleja justamente como hombres y mujeres, trabajando armónicamente en las tareas cotidianas, que desembocamos alabando a Dios y celebrando la fiesta del pan por excelencia, que es la Santa Cena. La semilla sembrada, el pan amasado, que crecen formando comunidad, ese Reino que utiliza las manos humanas para hacerse realidad. Un Reino en donde no existen categorías entre las personas, en donde la Mesa con el pan cotidiano es fuerza y refugio. El Reino de Dios es sinónimo de Esperanza, de animarnos a sembrar sabiendo que Dios hará crecer la semilla, de animarnos a amasar sabiendo que Dios hará crecer la masa.

Compartir el pan amasado por nuestras manos y bendecido por Dios, recibiendo el gran regalo que Jesús nos dejó, es la comunión de la gran familia cristiana en lo concreto. Un alimento simple, cotidiano y mágico, que congrega a toda la humanidad en sus múltiples recetas e ingredientes, pero pan, que tomamos en nuestras manos y lo partimos. Un pan partido que se hace especial en el sacramento de la Mesa.

 

(presentar los panes listos)

Pan y milagro, pan y magia, pan y misterio, van siempre juntos por todo el sentido que encierran. Un niño en medio de la multitud creyó que sus panes podían ser alimento, y Jesús lo hizo realidad: la multitud comió hasta hartarse y sobró. La masa creció con su fuerza, con su magia, bajo la bendición del pan partido por Jesús. Así como lo hizo el niño, ahora le ofrecemos a Jesús este pan que amasamos con nuestras manos y pedimos que nos bendiga mientras lo partimos y compartimos. Que nos permita sentirnos en comunidad y en comunión más allá del tiempo de aislamiento en el que vivimos, que nos está alejando de su Mesa, de su alimento, que tanto necesitamos. Hoy partimos el pan en nuestras casas con la esperanza del reencuentro, con la certeza de que Dios actúa siempre y que lo está haciendo en este momento.

Un hombre sembró una semilla y una mujer amasó su masa de levadura en la esperanza que todo iba a salir bien, confiando en que la magia, que el misterio, que el milagro, hagan crecer lo que hicieron con esfuerzo. Quiera Dios que confiemos en su poder y sigamos sembrando y amasando, partiendo y compartiendo el pan, más allá de los tiempos que nos toquen atravesar. Amén.

 

Amado Dios, te hiciste pan en tu Hijo, que vino al mundo para mostrarnos que no existe magia, no existe milagro, si nosotros primeramente no ponemos nuestras manos a trabajar. El Reino de Dios es una construcción de Dios con pizcas de esfuerzo humano, de hombres y mujeres que creemos que lo que estamos emprendiendo va a resultar, que la semilla va a brotar, que la masa va a crecer, que el mensaje de Jesús se va a desparramar por toda la tierra para iluminarla, que se puede ser comunidad y vivir en comunión más allá de la cercanía física. Gracias por hacerte presente en lo cotidiano, en el pan partido, en la añoranza de juntarnos y compartir. Sabemos, Señor, que cada cosa tiene su tiempo, como la semilla lo necesita para brotar y la masa para leudar, ayúdanos a tener la paciencia y la perseverancia, te lo pedimos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Estela Andersen

Pastora de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata

al servicio de la Congregación Evangélica Alemana General Alvear – Distrito Entre Ríos – Argentina

mail: dannevirke63@gmail.com

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