Apocalipsis 3, 1 –  6 

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Apocalipsis 3, 1 –  6 

Sermón para 3º domingo de Adviento | Apocalipsis 3, 1 –  6  (Leccionario de la EKD, Serie VI) | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

No es frecuente en nuestras iglesias un texto de predicación tomado del Apocalipsis. De ahí provenga, quizás, también nuestra poca comprensión para este enigmático libro de las Sagradas Escrituras. Qué hoy tengamos que escuchar este severo mensaje, meditar sobre él e interpretarlo lo mejor que podamos, tiene sentido, si tenemos en cuenta que nos encontramos en plena estación de Adviento. No es casual que la tradición eclesial haya previsto este texto para este domingo. El nombre Adviento proviene de una palabra latina que significa venida, venida hacia nosotros. Se entiende que en este caso se refiere a la venida a nosotros de Dios, de Dios en la persona de Jesús, el Cristo.

Es habitual entre nosotros, que cuando esperamos a alguien y pretendemos recibirle, nos preparemos convenientemente: ponemos en orden nuestra casa, preparamos una comida especial, nos vestimos adecuadamente, etc.. Del mismo modo nos deberíamos preparar también para recibir al Señor Jesús, cuya llegada al mundo festejamos todos los años a fines de este mes. La época de Adviento, que comprende las cuatro semanas anteriores a la Navidad, es, pues, un tiempo destinado propiamente a la preparación.

Muchos de Uds. preguntarán por qué nos hemos de preparar para un acontecimiento ocurrido hace ya más de dos mil años atrás. Y que la Navidad que festejamos anualmente —obviamente con mucho ruido—  no es más que un aniversario más de una fecha histórica, para algunos apenas legendaria. Claro que la Navidad es hoy por hoy un aniversario más, pero consideremos que nos ayuda a recordar, a no olvidar, el nacimiento de Dios en medio de la humanidad. Y que si bien Jesús nació hace ya más de dos mil años atrás, también nació para nosotros. La fiesta de Navidad nos debiera ayudar a meditar, si el Señor Jesús realmente ya nació para nosotros, esto es, si también nosotros hombres y mujeres del siglo XXI hemos recibido y aceptado en nuestras vidas, al Hijo de Dios. Es esta la pregunta crucial que debiera mover e inquietar nuestras mentes y corazones en esta celebración, a fin de que la verdadera Navidad no se produzca solamente fuera de nosotros, en los negocios, en la calle, en las cenas de camaradería, sino también en nosotros mismos, en nuestra consciencia. Y es aquí, en este contexto, que cabe aplicar el párrafo bíblico previsto para hoy.

Para poder recibir dignamente al Señor Jesús, de manera que se haga también Navidad en nuestros corazones y mentes, debemos probarnos, analizar nuestra consciencia, verificar la situación en la que nos encontramos personalmente y como miembros de la comunidad, y como miembros incluso de una sociedad mayor. Un análisis honesto y sincero de nuestra persona y de nuestro entorno va a demostrar posiblemente muchos déficits, culpas por errores cometidos, por omisiones, insensibilidades, indiferencias. Nos mostrará la necesidad de arrepentimiento y de perdón, de reconciliación. Sí, que tenemos necesidad de Jesucristo, que vino a traernos todo ello gratuitamente.

El texto de hoy nos quiere guiar en nuestra preparación espiritual, en nuestro autoexamen, tanto como personas individuales como así también como comunidad de creyentes. El mensaje está dirigido originalmente a una antigua congregación del Asia Menor, pero bien podría estar dirigido a nuestra comunidad. Todos los mensajes de la Sagrada escritura nos interesan a todos y todas. Se habla allí de una comunidad que tiene fama de ser activa y viviente, pero que en realidad está paralizada, muerta. ¿Será que esta acusación también nos podría tocar a nosotros? Como no soy pastor titular de esta congregación a la que estoy dirigiendo este sermón, no me atrevo a arriesgar un juicio. Pero seguro que no estaría demás, que cada miembro de la misma medite sobre esta cuestión, al menos en el camino de regreso a su casa.

Pues es lamentablemente verdad que hay congregaciones que se van en un montón de actividades, gastando en ellas muchas energías como también las de sus respectivos pastores, sin que detrás de toda esa cáscara haya una médula de actitud seria y responsable frente a Dios y el mundo. Es aquí donde debo mencionar a esas ligas juveniles que no hacen otra cosa que hacer deportes y programar excursiones, a esas sociedades de damas que se reúnen apenas para tomar café y hablar sobre los últimos gritos de la moda o aquellos grupos de varones que terminan discutiendo solo sobre fútbol, mientras afuera hay cientos de niños en la calle, desocupados, solitarios, enfermos o encarcelados que están esperando en vano una ayuda concreta. Podría mencionar aún más actividades que aparentan una floreciente vida congregacional sin ser más que cáscara: pomposos sepelios, bendiciones nupciales, bautismos, conciertos, etc., donde a nadie de los asistentes le interesa escuchar realmente lo que predica el pastor y donde éste no es más que un simple maestro de ceremonias. Pero también en nuestras vidas privadas hay muchas actitudes de ese tipo, como cuando damos limosas a los pobres, pero sin cambiar por ello nuestra mentalidad discriminatoria para con estos más pequeñitos hermanos de nuestro Señor, para mencionar tan solo un ejemplo.

Son estos los síntomas típicos de personas y congregaciones que se llaman y dejan llamar cristianos, pero no han internalizado al Señor Jesús en sus fibras más íntimas. A estas gentes el mensaje de hoy aconseja vigilancia, esto es controlar todo lo que hacemos y decimos a los efectos de verificar, si nuestra conducta responde a lo que el Señor espera de nosotros. No creamos que Jesucristo subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios y que desde allí no ve nada y no le interesa lo que nosotros hacemos o deshacemos. Él está mediante su Espíritu en medio de nosotros y ve perfectamente por a través de la cáscara de nuestras excusas y justificaciones. El que aún no ha dejado entrar a Jesucristo en su vida, conviene que se prepare y lo reciba mientras todavía esté a tiempo, pues nuestro peregrinar por este mundo es acotado y no sabemos cuándo este periplo puede llegar a terminar. Por otro lado, también creemos que Jesucristo vendrá una vez más en persona a este mundo y comenzará a juzgar la huella que nosotros dejamos en él. Y vendrá “como ladrón en la noche”, esto es en un momento que no podemos predecir, por lo cual es conveniente que nos preparemos debidamente, no sea cosa que nos sorprenda desprevenidos.

Gracias a Dios, no todo está perdido en este mundo y no por último también en nuestras iglesias, si bien lo que aún no está perdido, corre peligro de perderse y de morir. Se me ocurre que es prudente en este contexto hablar del amor, del amor a Dios y del amor entre los seres humanos. Esta virtud nunca fue la más fuerte entre los hombres, pero creo que el déficit de este artículo de primera necesidad para nuestras almas, para nuestro ser en mutua convivencia está creciendo enormemente en estos últimos tiempos. Frente al poder de la tecnología, el amor va perdiendo terreno paso a paso. En el moderno trajinar las relaciones entre los humanos se están tornando cada vez más impersonales. La organización hace aparentemente innecesaria la amabilidad y hasta el saludo cordial. Del amor a Dios ni hablemos, pues es considerado una locura, una enfermedad psíquica de la cual hay que curar al ser humano.

Estimadas hermanas y hermanos: ¿Nos acordamos de todo lo que hemos recibido?  No fue acaso el amor, el más alto don que nos ha demostrado y legado nuestro Señor para que lo  hagamos prosperar entre nosotros? ¿No fue acaso por el amor a los humanos que Jesús se sacrificó en la cruz? Jesús nos trajo el amor de Dios para que a nuestra vez podamos amar a Dios de todo corazón, con toda el alma y con toda nuestra mente y a nuestros prójimos como a nosotros mismos, tal como él nos lo encomendó: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. ¿No deberíamos ser más obedientes y responsables frente a este mandamiento y cuidar y vigilar de que el amor entre nosotros no se pierda totalmente?

Gracias a Dios, no todo está perdido en este mundo —repito. Jesús tiene aquí su equipo de seguidores, que le son fieles. Ellos son sus obreros en este planeta, son la sal de la tierra, la levadura que leuda la masa. Este hecho nos da esperanzas y nuevas fuerzas y ánimo para seguir trabajando. La esperanza no nos falta, pero la seguridad de estar entre los pocos que no han manchado sus vestiduras, solo la obtendremos de la fe en Dios. Jesucristo vive al menos en el corazón de algunos de nosotros y nos llama a todos a recibirlo, aceptarlo y darle lugar en nuestras vidas. Nos llama también a mantenernos en estado de alerta, de manera que mantengamos nuestros corazones abiertos y dispuestos a él a fin de que él pueda quedar en nosotros.

Pero Jesucristo no solo nos reprende a través del mensaje de hoy. Él también nos entrega algo, nos da la promesa de defendernos cual abogado frente a Dios, nuestro padre. Al que venciere, esto es al que llegue a vencer sus propios intereses, su orgullo, sus dudas y prejuicios para dar lugar al Salvador y está dispuesto a seguir y luchar por el amor entre los humanos, el Señor le pondrá un vestido blanco, que es señal de pureza y justicia. Como varones y mujeres santos y dignos podrán aparecer entonces ante Dios sin temor a ser condenados. Y esto significa mucho, pues significa nada menos que una vida equilibrada en correcta relación con Dios y toda la creación. Significa ser verdaderos hijos e hijas de Dios que viven y vivirán en compañía del Altísimo.

Vale la pena, pues, arriesgar nuestro amor propio, nuestro orgullo y egoísmo y toda la inservible cáscara con la que solemos cubrirnos, para meditar sobre nuestro futuro, sobre nuestra responsabilidad como cristianos individuales y como congregación de cristianos, sobre nuestras faltas y descubrir finalmente si ya hemos aceptado o no al Señor Jesucristo. Estamos en plena época de preparación de la Navidad y sería lindo, si también nosotros nos preparásemos para recibir dignamente al Señor, de manera que también en nuestros corazones, en nuestras casas, en nuestras congregaciones se produzca la Navidad, Una Navidad que nos una eternamente con Dios. Amén.

de_DEDeutsch