Romanos 6, 3 – 11

Home / Bibel / Ny Testamente / 06) Romerne / Romanos 6, 3 – 11
Romanos 6, 3 – 11

Sermón para 6º domingo después de Pentecostés | 9 de julio de 2023 | Texto: Romanos 6, 3 – 11 (Leccionario Ecuménico, Ciclo “A”) | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

Entiendo que todos los que hoy vinimos a esta celebración lo hicimos porque queremos agradecer a Dios por lo mucho que se ocupa de nosotros y a la vez solicitarle que nos haga más unidos a él y más unidos entre nosotros. En otras palabras: hemos venido a beber algo de esa fuente de vida que es nuestro Señor Jesús. Pues estamos sedientos de vida; obviamente estamos hablando de una vida plena, verdadera. Porque la vida que llevamos es casi como que no es vida, que es como la marcha por un desierto, seco, árido, donde la muerte acecha a cada instante. Nos lamentamos por la fragmentación de la Iglesia y seguramente también por la fragmentación de la sociedad, del pueblo del que formamos parte. Esta fragmentación, esta división que sufrimos, es la que nos hace difícil luchar por objetivos comunes a favor de un pueblo, a favor de una nación, a favor también del Reino de Dios. Nos hace difícil ser solidarios, compartir nuestros bienes, administrar honestamente los recursos de la creación, hacer prevalecer la justicia, preservar los derechos humanos y consolidar la paz.

Las divisiones llegan hasta nuestras propias familias. No necesito desarrollar una larga reflexión para afirmar que el propio ser humano es en buena medida gestor de esta situación. El egoísmo: todas nuestras energías, nuestra voluntad, nuestra razón, nuestro corazón puesto al servicio de nosotros mismos. Dentro de la crisis el concepto “sálvese quien pueda”. Esto nos aleja de Dios y sin duda también de nuestros semejantes, muchas veces de nuestros prójimos más próximos. Cada cual con su verdad y su justificación poniéndose en lugar de Dios juzgando a los otros y tratando de imponer su poder, su autoridad a veces insignificante. Esto forzosamente lleva al caos, a la muerte. Es justamente esto lo que resumimos al decir que el ser humano está sujeto al pecado.

Es obvio, entonces, qué para salir de esta situación, que a todos nos preocupa, que nos daña, que nos acarrea sufrimientos como personas y como pueblo, es necesario un cambio, un cambio de rumbo en nuestra conducta cotidiana, un cambio que haga posible que en lugar de apartarnos de Dios y nuestros semejantes nos vuelva a ellos. Ahora surge la pregunta: ¿Cómo se realiza esto? ¿Cómo logramos un cambio en nosotros, que no sea pura declaración, sino verdadero?

El apóstol Pablo nos recuerda nuestro bautismo y lo operado en nosotros en esa ocasión. Creo que estos conceptos nos pueden ayudar a abandonar nuestro rumbo equivocado y a encaminarnos en una vida nueva. Al ser bautizados —dice Pablo— hemos sido introducidos en Cristo, estamos como implantados en su cuerpo. Y de esa manera tenemos parte en su muerte. Y esta muerte que sufrimos al ser bautizados para el apóstol Pablo es tan real que lo repite, recalcando que debemos asumir que estuvimos sepultados junto a Cristo. Es decir: así como Cristo en la cruz murió verdaderamente, así también nosotros por medio del bautismo hemos quedado bien muertos. Pero, así como estamos unidos con Cristo en la muerte, así también estamos unidos a él en cuanto a la resurrección. Es decir: así como Cristo volvió a la vida por el poder de Dios, así nosotros también hemos resurgido a una nueva vida por voluntad del mismo Señor.

¿Cómo se entiende esto? Pues, que nosotros sepamos, a diferencia de Jesús, que padeció en la cruz, no hemos sufrido ninguna alteración tangible en nuestro bautismo, ni en nuestro cuerpo ni en nuestra vida. Pablo al referirse a nuestra muerte total semejante a la de Cristo está pensando en la muerte de nuestra existencia permeada por el pecado. Con el bautismo ha sido liquidada, destruida, nuestra vida corrompida por la soberbia y el egoísmo, esa existencia centrada en nosotros mismos. Quien está muerto, no existe más, no puede servir más a nadie, menos aún al pecado. El pecado personificado como patrón perdió al esclavo Ese patrón ya no tiene a quien exigirle pleitesía. A quien está muerto no se le pueden cobrar deudas. A quien está muerto no se lo puede volver a matar. La muerte personificada como patrón ya no tiene a quien matar. Entonces, si ya morimos para el pecado ¿Cómo, pues, podemos seguir viviendo en pecado?

Con el bautismo nuestra vida vegetativa —por decirlo así— no sufrió alteración alguna, pero nuestra existencia como criaturas creadas y responsables frente a Dios, hemos sufrido un cambio radical. Este cambio no puede ser verificado por médicos, biólogos u otros científicos, pero a nosotros nos pone en condiciones de iniciar una vida nueva, totalmente diferente a la anterior, como que hubiéramos recién nacido, somos una nueva criatura recreada por la gracia de Dios. Esto tampoco se puede verificar externamente. Podemos ser una persona físicamente enferma, podemos haber fracasado en nuestro emprendimiento comercial, nos pueden haber despedido de nuestro empleo y sufrir pobreza, y sin embargo estar encaminados perfectamente hacia Dios y vivir en comunión con Cristo y nuestros semejantes.

Aunque nuestra muerte corporal aún la tengamos por delante y asimismo la resurrección, por el bautismo en Cristo, por estar ya incorporados a él, podemos ya ahora gozar de los beneficios de su resurrección, de la nueva vida, de la vida plena. Obviamente no fuimos colocados como cristianos, como bautizados, en el espacio vacío. Estamos viviendo en este tramo de la historia. Es más, tenemos nuestra propia historia y somos el resultado de esa historia y a futuro la proyección de esa historia. Nadie logrará cambiar radicalmente su vida por el hecho de tomar conciencia de lo operado en su bautismo. Será en todo caso un proceso interno y externo en el que debemos luchar con la ayuda del Espíritu Santo, que nos fue concedido también en el bautismo, con nosotros mismos y con otros en aras de implementar, llevar a la práctica esa nueva vida.

Pero lo que sí puede cambiar radicalmente es el punto de vista, la perspectiva desde la cual dirigimos nuestros actos, la orientación que le daremos a esa nueva vida. Ahora viviremos una vida que entendemos como regalada por Dios y cuya meta también es Dios; una vida que en todo momento estará sustentada por Dios incluso más allá de la muerte corporal. Será una vida que no estará centrada en nosotros mismos, sino en Dios, liberada del poder del pecado. Así nuestra vida terrenal irá cambiando de estilo, podremos ser más agradecidos, pacientes, más sensibles, más compasivos, más honestos, más solidarios, más amables, más generosos. No será forzosamente un dechado de virtudes, ni un lecho de rosas, ni una secuela de éxitos en el sentido en que medimos el éxito en este mundo. Pero el sentirse abrochados inseparablemente a Jesucristo, tanto en las malas como en las buenas, puede traer mucha paz a nuestros corazones. Si Jesús es fuente de vida y nosotros estamos fuertemente unidos a él, seremos los primeros beneficiarios de esa fuente y podremos saciar nuestra sed de vida plena, de vida nueva y podremos dar de beber a muchos otros sedientos con los que convivimos en este mundo. Amén.


Federico H. Schäfer

E.Mail: <federicohugo1943@hotmail.com>

da_DKDansk