Día de la Reforma

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Día de la Reforma

Sermón para Día de la Reforma | Texto: Juan 2, 13 – 22 | Federico Schäfer |

 

Estimadas hermanas y estimados hermanos:

 

Más de un cristiano piadoso ha tropezado con este texto y se ha extrañado que el Señor de pronto aplica violencia. Más de un pensamiento político y más de una acción revolucionaria ha sido justificada en base a este texto, argumentando que a través de él se demostraría que Jesús también habría sido un revolucionario.

 

Qué en los órdenes litúrgicos este texto sea uno de los previstos para el Día de la Reforma tampoco es casualidad, ya que La Reforma pretende ser un movimiento tendiente a la purificación de la iglesia cristiana, a un volver a las fuentes, un volver a la verdad original. Que Jesús haya echado del templo a los cambistas mientras que Lutero enfocara sus primeros intentos de reforma justamente contra la descarada venta de indulgencias es, sin duda, un paralelismo significativo.

 

Reformar no supone necesariamente la aplicación de violencia. Se busca el cambio en favor de una renovación, pero no por ello es necesario la total abolición forzada de lo existente. En incontables conferencias eclesiásticas se viene hablando desde hace mucho tiempo de la necesaria renovación de la iglesia —no solamente en la Iglesia Católico-Romana. Como que formas, órdenes, tradiciones vigentes no alcanzan para expresar y dar testimonio adecuadamente de la fe en las circunstancias actuales. Entonces es bueno que las iglesias reciban un sacudón que las haga despertar del letargo, de suerte que  puedan reconocer nuevas maneras de cumplir mejor con la tarea encomendada por su Señor. Y esto se halla en línea con el deseo del Dr. Martín Lutero, de que la iglesia esté embarcada en un constante proceso de reforma para servir cada vez mejor a su Señor.

 

Está claro que en los intentos de renovación en las iglesias no se trata de cambiar por el mero hecho de cambiar, en paralelo a cambios de moda en cuestiones mundanas, o de adecuación a pensamientos filosóficos o ideológicos del momento, etc. Se trata de fijar la vista en el Señor Jesucristo como cabeza de la iglesia y en obediencia a su palabra buscar la renovación para que la comunidad le pueda servir cada vez más acorde a su voluntad. Y este proceso no se puede dar sin purificación previa, sin arrepentimiento, sin reconocimiento de faltas y errores. Y este proceso a su vez tampoco funciona sin la total confianza puesta en el Señor, sin el reconocimiento de que, en realidad, es el Señor mismo el que limpia y renueva a su iglesia y que nosotros apenas somos sus servidores.

 

Si Jesús interviene en nuestro relato con un látigo, es en primer lugar una señal de que Dios no siempre actúa como nosotros lo desearíamos o lo damos por sentado. Pero si el Señor una vez actúa con violencia, no es un justificativo para aplicar violencia deliberadamente con cualquier fin. Ahora, quedándonos en nuestro relato, cabe la pregunta con qué sino con un látigo Jesús iba a echar del templo a bueyes y ovejas. Pero repetimos, reformas, renovaciones, no se imponen forzosamente con violencia. El cristiano tiene  la palabra de Dios como arma y con ella ha de luchar. Por ello es que  Lutero no se cansó de insistir en la necesidad de la predicación a viva voz de la palabra de Dios. La traducción y exégesis de las Escrituras debía garantizar un testimonio lo más ajustado posible a la voluntad divina, a la verdad.

 

Uno se puede preguntar por qué Jesús intervino con violencia. Es evidente que se escandalizó de que los patios  del templo se habían  transformado en una feria. Por otro lado las cosas allí ofrecidas, eran las  necesarias para los rituales del culto. Venía un judío piadoso peregrinando desde el extranjero, podía comprar el animal necesario para el sacrificio allí mismo.  La clerecía judía no había interpretado que  Dios no estaba interesado en rituales sacrificiales, sino en la realización por parte de los humanos de la justicia y del amor, como lo habían proclamado los profetas ya cientos de años antes. Pero los intereses creados alrededor del culto sacrificial eran más poderosos que la obediencia a la voluntad de Dios. Sin duda que tras la actuación de Jesús, había celo divino.

 

En este contexto nos cabe preguntar cuan ajustado a la voluntad de Dios es el quehacer de nuestras iglesias en la actualidad, en qué medida no haría falta también hoy una urgente limpieza. O si talvez nuestro Señor no irrumpiría hoy también con violencia en nuestro medio. ¿Cómo nos administramos hoy en día con la justicia y el amor? Esperemos que no seamos tan cerrados como los antiguos sacerdotes y maestros judíos y podamos ver nuestras fallas y corregirlas. En otras palabras: no solo recordar la Reforma, sino estar dispuestos a practicarla.

 

La intervención de  Jesús en el templo en Jerusalén, fue sin duda inaudita, máxime él no tenía ningún cargo oficial en la comunidad  judía. Las autoridades del templo quieren saber en base a qué derecho había actuado así. Lo desafían a realizar una señal que legitimase su autoridad eventualmente divina. La respuesta de Jesús es parabólica, y a los oídos judíos nuevamente inaudita. Porque la señal que propone realizar no es del estilo que ellos esperaban. Quién iba a demoler el templo construido en más de cuatro décadas solo para comprobar, si Jesús realmente decía la verdad. Enojados, se quedaron con las ganas de obtener una demostración. Es que Dios no hace ostentación de su poder; no se deja prescribir su conducta por los humanos. ¿Quiénes eran las autoridades del templo para poner en duda su autoridad?

 

Nuevamente nos encontramos ante la pregunta por la confianza en el Señor, el tema de la fe. También al Dr. Martín Lutero se le cuestionaba con qué derecho se tomaba la libertad de criticar a la iglesia, de poner en tela de juicio el actuar de sus dirigentes. Las soberbias autoridades romanas no reconocieron sus errores. Solo con la verdadera fe el Reformador supo enfrentar a los poderosos en Roma. Lutero no amenazó con violencia. En su lugar colocó la proclamación del Evangelio, la buena noticia de la palabra de Dios encarnada en Jesucristo.

 

También nuestro actuar es puesto en tela de juicio por los incrédulos, agnósticos, conservadores, fundamentalistas, etc., cuando en nombre del Señor en la iglesia y en la sociedad luchamos por más amor y justicia, por más dignidad y bienestar, por la unidad de los cristianos, por una renovación espiritual y moral. Se nos puede tachar de subversivos, excesivamente progresistas, etc.. Más de un superpiadoso se va a enfadar porque en la iglesia las cosas no son más como antes o porque la iglesia se ocupa, pierde su tiempo, con este o aquel tema candente de la sociedad.

 

Solo la confianza en Jesucristo nos va a fortalecer al momento de tener que luchar con el descrédito, la corrupción, la burla y justificar nuestro actuar. Solo la palabra de Dios será nuestra arma en tales circunstancias, la medida para nuestra predicación y actuación. De parte de los incrédulos o de los apegados a lo perimido, de los poderosos, no recibiremos reconocimiento alguno. Pero tenemos la ventaja de saber, que la incredulidad, que dadas ciertas circunstancias también se decanta en la propia iglesia, ya está condenada por Dios y superada con la resurrección.

 

Sí, la acción de Dios es más que reformadora, es verdaderamente „revolucionaria“; para los seres humanos inaudita y escandalosa; totalmente diferente de lo comúnmente esperado. Pero así es Dios. No „tenemos“ a Dios; en el mejor de los casos Dios nos tiene a nosotros y nos quiere tener en su comunión siempre. Así somos desafiados por él , el totalmente otro, a poner toda nuestra confianza en él y cambiar, mejorar, convertirnos, renovarnos en dirección a su voluntad, esa voluntad que nos ha revelado en Jesucristo. Por esta oportunidad de su gracia podemos estar agradecidos. A pesar de intervenir con azotes de un látigo, el Señor nos quiere bien. Por ello: entregarle nuestra confianza y servirle vale la pena. Amén

 

 

 

 

 

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