Efesios 5, 8 – 14 

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Efesios 5, 8 – 14 

Sermón para 4º domingo de Cuaresma (Laetare) | 19.03.2023 | Texto: Efesios 5, 8 – 14  (Leccionario Ecuménico, Ciclo “A”) | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

Sabemos que la luz es una forma de energía, que proviniendo de una fuente que la emite —digamos el sol— ilumina todo lo que alcanza, permitiéndonos v e r las imágenes iluminadas. Las tinieblas son la ausencia completa de luz. Lo que se halla sumido en la oscuridad, por más que exista, no lo podemos ver, no lo reconocemos. La oscuridad, pues, es el medio propicio para esconder aquello que no deseamos que se vea. Ahora bien: ¿Qué es lo que no queremos que se vea? Habrá cosas íntimas que justificadamente no necesitan estar a la vista de todos. Con todo, ello muchas veces supone una falta de confianza en los otros con los que compartimos la vida. Podemos decir entonces, que todas las acciones que hacemos en la oscuridad son, por lo general, todas aquellas que no queremos que sean vistas por otros: las cosas que nos da vergüenza mostrar, ya sea que nos falta confianza para mostrarlas, o tal vez porque están mal hechas y solo podemos esperar reproches de parte de los que las ven. Las cosas que hacen daño a nuestros semejantes o a nuestro entorno y que tal vez esté incluso prohibido hacerlas, tenemos especial interés que queden encubiertas

El ladrón actúa generalmente aprovechando la oscuridad nocturna para realizar su robo y evitar ser reconocido. Lo mismo ocurre con el contrabando, los asesinatos, la prostitución, las injusticias en general. No es que todo lo que daña al prójimo se haga en la oscuridad de la noche, pero se trata de hacerlo secretamente o muy rápidamente, de manera de evitar que se detecte y descubra la verdad. El engaño consiste precisamente en hacer ver algo que no es verdad como si fuera verdad. El ocultismo nos quiere someter a fuerzas cuyo origen e índole no nos son conocidos y que tampoco debemos conocer. En el comercio también existe la costumbre de ocultar el verdadero precio de las cosas o tratar la transacción con términos velados. Normalmente, el ser humano trata de ocultar sus flaquezas, sus defectos. Por otro lado, nos asombra cuando se cometen crímenes a la luz del día y llamamos un “sin vergüenza” al que no tiene la delicadeza de ocultar sus intenciones no muy honestas. Los gobernantes muchas veces nos quieren hacer ver con énfasis determinadas cosas para que otras, que son corruptas o no favorecen su imagen, no se vean o queden disimuladas.

Si analizáramos más detenidamente nuestra propia vida, nuestra forma de actuar, descubriríamos, que también nosotros hacemos muchas cosas a escondidas, que escondemos lo que pensamos, que hasta la razón de muchas de nuestras actitudes nos son desconocidas a nosotros mismos, que hay mucho de oculto en las profundidades de nuestro ser, que deberíamos descubrir, destapar, sacar a la luz. A medida que progresamos en la toma de conciencia, más luz penetra en la oscuridad de nuestro ser. El mismo apóstol nos declara: “En otros tiempos Uds. eran tinieblas, pero en el presente son luz en el Señor”. No es que seamos personas esclarecidas, iluminadas, de buena conducta por el solo hecho de tener parte en el dudoso progreso humano. Nuestros antepasados, hace muchas generaciones atrás habrán vivido en épocas de escasa conciencia y sometidos a oscuras supersticiones. Hoy en día, en lugar de ello, somos presa de oscuras manipulaciones políticas, económicas, científicas, etc. Solo tengamos presente los efectos que puede llegar a tener la propaganda. Si observamos un poco el mundo que nos rodea, veremos las consecuencias diabólicas que puede acarrear el tan apreciado desarrollo y progreso humano. Hay mucha confusión en este mundo cada vez más complejo y hacen falta puntos de referencia claros para poder orientarnos en él.

En otros términos: el mundo y nosotros necesitamos aún hoy, y hoy más que nunca, de la luz que nos viene del Señor, que es la luz del mundo, más clara que mil soles y que cala hondo y pone al descubierto lo que se pretende ocultar y lo que aún permanece en tinieblas. Pero esto no es un deseo utópico que no puede cumplirse. El apóstol remitente de esta carta nos dice, qué, si estamos en el Señor, somos luz —¡Ya ahora, en el presente!

Estando íntimamente ligados con el Señor en la comunión que él nos brinda por la fe, recibimos su luz, somos iluminados por él y finalmente reflejaremos esa luz. El efecto está a la vista: La luz que reflejamos penetra en la oscuridad de nuestra propia persona como así también en la oscuridad del mundo. La luz del Señor descubre en nosotros la conciencia, la sensibilidad por lo que está bien y lo que está mal. En otras palabras: ella nos ayuda a discernir, a diferenciar, a caracterizar y ubicar nuestras intenciones, nuestras reacciones, nuestras actitudes. Esa luz del Señor despierta en nosotros el sentido por la responsabilidad y por ende transforma nuestra manera de ser y ver las cosas.

La guía de lo que está bien está dada por lo que agrada al Señor. Lo que está mal es aquello que el mundo quiere ocultar porque es contrario a la voluntad del Señor. El estar bajo los efectos del haz de luz que nos viene del Señor, nos pone en condiciones de comportarnos en la vida coherentemente con ello, es decir: como “hijos de la luz”, como quienes comparten las mismas cualidades lumínicas del Señor.

El que irradia luz no puede solidarizarse con la oscuridad. La luz clarifica las tinieblas, anula la oscuridad. Todo el mundo sabe cuanta lumbre puede desprender la llama de una cerilla. Luz y tinieblas se excluyen terminantemente. El que fue transformado, renovado por Jesucristo no podrá entonces tomar parte en las obras de aquellos, que por la clase de obras que realizan, se ven obligados a ejecutarlas a escondidas, en las tinieblas. El que fue iluminado por el Señor no podrá hacer el mal. Por el contrario, producirá frutos madurados por esa luz, o sea actos en los que se manifestará bondad, justicia, verdad. Uds. saben cuán importante es la luz del sol en la producción de frutas y el crecimiento de todas las plantas. Así también ocurre con los frutos del espíritu y la luz del Señor.

El que a su vez refleja e irradia luz, pone al descubierto las obras del mal. El que tiene esa nueva sensibilidad, conciencia y responsabilidad de Cristo, llamará la atención sobre las cosas encubiertas y oscuras hasta que se aclaren. Son precisamente la bondad, la justicia y la verdad las pautas que tenemos para aclarar todo lo que se encuentra en tinieblas y confusión, es decir, bajo la maldad, la injusticia, la mentira. Aquí los que estamos en Cristo, iluminados por el Señor, tenemos un amplio campo de acción práctica donde podemos irradiar luz todos los días: desde la honestidad con que compartimos asuntos de familia hasta el contralor del presupuesto municipal, desde la justicia laboral hasta la investigación criminalógica, desde la forma que nos conducimos en el tránsito vial hasta el uso que le damos a nuestros teléfonos móviles en las redes sociales. Entre todas esas actividades se encuentran también las múltiples situaciones cotidianas, algunas triviales, en las que también decidiremos esas pequeñas cosas a la luz del Señor, como hijos de la luz.

La luz solar marca para nosotros normalmente el día, el espacio temporal en donde el ser humano por naturaleza se encuentra en actividad. Estar viviendo en la luz es, pues, también una forma de significar que se está despierto, consciente. El estar iluminado por Cristo supone entonces que en nuestras actividades tomemos una actitud vigilante, despierta, dinámica, que no seamos engañados, y contraria a la actitud pesada, soñolienta e indiferente del que está viviendo aún en las tinieblas —del que está dormido, muerto para el Señor.

Somos luz en el Señor. No podemos, pues, permanecer dormidos, no podemos permanecer muertos. Se hace una necesidad imperiosa levantarnos del letargo, de la muerte. La luz del Señor nos llama a la verdadera vida, ya ahora en el presente. Vivir la vida verdadera es vivir anticipadamente la resurrección, es vivir en este mundo tenebroso brillando a la luz del que es la luz del mundo para gloria de Dios. Amén.


Federico H. Schäfer

E.mail: <federicohugo1943@hotmail.com>

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