22° dom. des. de Pent.

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22° dom. des. de Pent.

Sermón para 22° domingo después de Pentecostés | Texto: Marcos 10, 35 – 45   (Leccionario Ecuménico, Ciclo “B”) | Federico Schäfer |

 

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

 

Creo firmemente que este relato nos describe una consecuencia fundamental de nuestra fe cristiana: la vocación por el servicio, la entrega por los seme-jantes, la búsqueda de la humildad, la opción por el antipoder. Llevar este desafío de la fe a la práctica, a la práctica cotidiana, y encaminar toda nuestra vida desde esta perspectiva no es fácil. Porque esta pro-puesta va diametralmente en contra de nuestra común y natural tendencia humana, que muy por el contrario siempre busca el poder.

 

Una anécdota particular: Hasta hace unos pocos meses ejercía el cargo de secretario general de mi iglesia —este era visto por muchas personas inclusive del interior de nuestra iglesia y de mis propios colegas pastores como un cargo jerárquico. En rigor de verdad para la autocompresión de mi iglesia, en ella no hay cargos jerárquicos. Aunque en la organización jurídica y práctica de nuestra institución no puede dejar de haber quienes presiden y cargan con ciertas responsabilidades, la filosofía de nuestra iglesia es que funciones de presidencia, de secretaría general, de administración general, tesorería e inclusive la del pastor, son funciones como otras también, son colegiadas y no revisten una jerarquía con poder especial. Coherente con ello es también la rotación de estas funciones. Así es como dejé el cargo de secretario general y volví a asumir el pastorado en una parroquia local. Este paso que hube de dar, para gran parte de mi entorno de amistades y conocidos fuera, pero también dentro de mi iglesia, inclusive pastores y mi propia familia, resultó algo totalmente incomprensible. ¡Cómo yo que durante tantos años había ejercido un cargo supuestamente al nivel más alto de la iglesia, volvía a trabajar a nivel de las bases! No cuento esto para ponerme como ejemplo, sino simplemente para resaltar cuan arraigado está en las gentes del credo o extracción social que fueren, el pensamiento en jerarquías y niveles de poder. No por nada el Dr. Adler, uno de los prohombres destacados de la psicología, pone al poder como el móvil principal del quehacer humano; y es por tanto, tan antiguo como la humanidad misma.

 

Este móvil tampoco estaba ausente en el entorno de Jesús. Hay luchas de poder aparentemente también en medio del círculo de discípulos del Señor. Hay un ansia de sacar la delantera. El que pierde la delantera, el que baja en la presunta escala de prestigio, es un “perdedor”. Y hay miles y miles de personas que se sienten muy mal y angustiadas por considerarse o ser consideradas perdedoras. Y la realidad es que muy pocos pueden ser siempre ganadores. A la gente le cuesta mucho percatarse de que siempre que se gana, se gana a costa de otros.

 

El que solo se ve a sí mismo como centro del mundo, le puede resultar indiferente el destino de otros. Pero en una comunidad la ganancia de unos termina generando la protesta de los otros, de los que se consideran “perdedores”. Ante el privilegio que solicitan los hijos de Zebedeo, bien pronto se hace sentir la protesta de los demás discípulos. Llevado esto a una escala social más amplia, las manifestaciones, los bloqueos de rutas, etc., que tanto nos indignan, no suelen ser otra cosa que la justificada protesta por la ganancia desmedida de otros. A todo esto Jesús opone otra propuesta, la propuesta que rige en el Reino de Dios: “Entre Uds., no debe ser así” –dice Jesús– “Al contrario, el que entre Uds.  quiera ser grande, deberá servir a los demás, y el que entre Uds. quiere ser el primero, deberá ser su esclavo” Y continúa Jesús con esa frase que resume en pocas palabras su propia directriz de vida: “Porque del mismo modo, el Hijo del Hombre no vino para que le sirvan, sino para servir y para entregar su vida como precio por la libertad de muchos”.

 

Frente a Dios todos somos iguales, iguales en el sentido que no tenemos nada para ofrecerle, más que nuestra confianza en él: nacemos desnudos y volvemos al polvo luego, sin poder llevarnos nada. De nada valen nuestros privilegios, nuestras even-tuales riquezas, el poder o la jerarquía y prestigios adquiridos. De cualquier manera, si algo tenemos o somos, lo somos por la gracia de Dios. Lo que sí vale, es nuestra actitud para con nuestros seme-jantes. Y ahí la opción es claramente darse por los demás, como lo hizo Jesús, que se entregó por nosotros hasta la muerte.

 

Cuando hablamos de vocación de servicio en una suerte de “imitación de Cristo” también y necesa-riamente enfocamos la cuestión del servicio a quien. Seguramente es importante discernir a quién servi-mos. Como cristianos obviamente debemos servir a Dios y este servicio a Dios lo concretamos, como nos lo pide Jesús, sirviendo a nuestros prójimos. Pero a qué prójimos? Hay semejantes nuestros que ya tienen, por así decirlo, un montón de sirvientes; ejercen poder y tienen a su disposición todos los servicios que necesitan o que desean. Eventual-mente necesitan el servicio de la palabra de Dios, que les indique, que mejor que ser servidos es ponerse al servicio de los demás.

 

Pero cuando hablamos de servicio a nuestros próji-mos vamos a dar prioridad a los que no tienen nadie que les haga un servicio, pero que tienen muchas necesidades insatisfechas. Aquí es donde nace el concepto de la “opción por los pobres”. La opción por aquellos que no tienen voz para expresar su protesta por los privilegios de los cuales son excluidos y otros tienen en demasía. Es así que muchos sacerdotes, pastores y laicos interpretando el desafío de Jesús se han embarcado en este servicio a los más débiles. Este servicio obviamente no termina con proveer de alimento, ropa y calzado, escuela y el consuelo de la palabra de Dios, sino en la lucha por el cambio de esas estructuras políticas, sociales, laborales, etc., que hacen posible que unos tengan mucho más de lo necesario y otros no tengan ni lo mínimo para sobrevivir.

 

Esta lucha por lograr una mínima justicia y achicar el abismo entre ganadores y perdedores forzósa-mente llega a ser muy incómodo para los ganadores. Por decirlo así: el Evangelio no los favorece en su postura y en sus actitudes. El Evangelio se trans-forma en un aguijón en la carne, que a toda costa se quiere quitar de encima y por ello silenciar. Críticas feroces y descalificaciones públicas y hasta atenta-dos contra la vida de quienes han anunciado este Evangelio a lo largo de la historia del cristianismo no han sido extrañas ni excepcionales. Ya los profetas del Antiguo Testamento han debido sufrir estos agravios. Y en nuestro país han sido hechos muy concretos, que han llevado al asesinato de muchos servidores del Evangelio. ¡Ojalá esto no se nos borre de la memoria!

 

Para descalificar el mensaje cristiano se lo ha hecho confundir expresamente con una ideología política, que seguramente por influencia cristiana, aunque en sus postulados negara a Dios, quería lograr a su vez, eventualmente con aplicación de la fuerza de las armas, esa justicia igualitaria que muchos soñamos. Hoy el marxismo ha perdido influencia. Con la caída de los regímenes marxistas en el Este de Europa y las transformaciones ocurridas en China, de las cuales lamentablemente se rescata como resultado apenas la ineficiencia de ese modelo ideológico, para muchos es como que la lucha por una sociedad más justa es una cosa del pasado por la cual ya no vale la pena preocuparse.

 

Pero el Evangelio, hermanas y hermanos, sigue vigente. El hecho de Cristo no está sometido a modas intelectuales, circunstancias políticas o intereses económicos de determinado momento histórico. El desafío de la entrega por los demás no ha perdido sentido. Por tanto tampoco la vocación de servicio y dentro de ella la opción por los pobres. El propio Jesús en otra circunstancia relatada en el evangelio según  Marcos (Cap. 14, vers. 3) dice que los pobres nos acompañarán siempre, pero que a él no lo tendríamos siempre. No —en carne y hueso como en ese momento no. Pero Jesús ha resucitado y vive y está junto a nosotros mediante su Espíritu hasta el fin del mundo. Luego tenemos a Jesús y a los pobres con nosotros; cumplamos, pues, con el servicio al que nos desafía Jesús. Amén.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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