Lucas 10, 1 -12, 17 – 20

Home / Bibel / Neues Testament / 03) Lukas / Luke / Lucas 10, 1 -12, 17 – 20
Lucas 10, 1 -12, 17 – 20

Sermón para 4º domingo después de Pentecostés | 3 de julio de 2022 | Texto: Lucas 10, 1 -12, 17 – 20, (Leccionario Ecuménico, Ciclo “C”) | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

Es conveniente que de tanto en tanto nos rindamos cuenta de las cosas que hacemos como iglesia, particularmente lo que realizamos en el campo de la misión, que es una tarea que el propio Señor Jesucristo encomendó a sus discípulos y por tanto a nosotros, que también pretendemos ser sus discípulos. Hablaremos entonces un poco del modo para llevar adelante esta tarea ante los desafíos cada vez más complejos que nos plantea el mundo actual en sus diversos contextos.

Nosotros, y creo que es una experiencia común que hacemos todos los involucrados en esta tarea, llegamos a la misma conclusión que nuestro Señor: “En verdad, la cosecha es mucha, pero los trabajadores son pocos”. Por eso –dice Jesús—“Pidan al dueño de la cosecha que mande trabajadores a su cosecha”.

Son muchos y diversos los trabajos que se desprenden de la misión que nos encargó el Señor: desde la proclamación de su Evangelio, pasando por la docencia, la cura de almas, las relaciones ecuménicas hasta la diaconía en sus más diversas especialidades. Y para realizar esas muchas tareas se necesitan personas que se sientan convocadas, que acepten el llamado del Señor y de buena gana desarrollen los dones recibidos de su Espíritu, se capaciten y pongan manos a la obra con convicción, con paciencia y persistencia. No son muchos los que aceptan el llamado del Señor. Unos quieren esperar a que su prometida también termine sus estudios, otros a que puedan terminar la educación de sus hijos, otros no quieren abandonar sus lugares de origen para trasladarse a lugares lejanos donde hace falta su servicio, etc. etc.

Pero cuando se ofrecen para un servicio, comienzan nuevos rompecabezas para la iglesia: ¿Cómo sostenerlos económicamente? Y si se trata de voluntarios: ¿Dónde los ubicamos, cómo podemos resarcirles sus gastos de movilidad, de materiales, etc.? Si aún deben ser capacitados: ¿Cómo pagar sus estudios, cómo organizar la capacitación para que sea efectiva? Pero después de estos esfuerzos e inversiones constatamos que el crecimiento de la iglesia no se da como lo esperábamos. Y pensamos entonces, que en realidad, se necesitan muchos más obreros para levantar la cosecha, una cosecha que no es fácil de levantar en un mundo secularizado, mercantilista e indiferente. Un mundo que es distinto del mundo del Nuevo Testamento, pero con problemas imperiales cada vez más similares, en el que hoy como antaño los poderosos se abusan del pueblo simple y empobrecido, con déficits de ocupación, de alimentación, de educación, de salud, de justicia y en medio de otras confesiones que no hacen más que reafirmar el status quo.

Pero el Señor no es ingenuo: Él envía a sus obreros advirtiéndoles, que los envía como corderos en medio de lobos. Es decir, la misión en los tiempos del Señor también era un trabajo duro y hasta peligroso. Su propio ministerio, peregrinando por las aldeas de Galilea, por muchas resistencias humanas, no fue precisamente un éxito. No en vano Jesús expresa su decepción por la conducta de las poblaciones de Corazim, Betsaida y Capernaum.

Sin embargo, la visión que Jesús tiene de la misión, comparada con la nuestra, es menos complicada, y valdría la pena recuperarla dentro de lo posible. La visión del Señor acerca de la misión está inspirada en el concepto de que “el Reino de Dios está cerca de ustedes” El Reino de Dios está cerca de los que desarrollan la misión, como así de los que han de recibir el mensaje. Su concepto supone una fuerte confianza en el dueño de la cosecha, que tiene sumo interés de que esa cosecha se levante. Supone una fuerte confianza en ese Dios que está cerca, que prácticamente está ya entre nosotros –como Jesús lo manifiesta en otro momento-y que dará apoyo al trabajo de proclamación de su palabra. El poder de Dios, que está cerca, que está acompañando su misión, hace que esta no pueda dejar de tener eco positivo, de dar sus frutos a su tiempo.

Esta confianza en el poder de Dios cercano hace posible el envío de obreros sin gran equipamiento, sin gran infraestructura: sin bolsa, ni monedero, sin calzado ni otros insumos y ni siquiera una mula para trasladarse. Esto no significa que los obreros no tengan un resarcimiento: no necesitan sentir reticencias de comer lo que se les ofrece. No hay pretensiones, pero tampoco restricciones como las del ritual judío. Por otro lado, sí hay una cierta exigencia de efectividad: El Señor aconseja no perder tiempo en ceremoniosas salutaciones por el camino, ni en los poblados ir de casa en casa procurando la mejor recepción.

Lo central en esta tarea de visitación, es llevar a las personas/familias el saludo de paz, el “Shalom”, que incluía todas las bendiciones de Dios para los seres humanos, incluida la salud física. No obstante, la tarea de sanación de los enfermos es mencionada especialmente, lo que nos da la pauta, que a Jesús realmente le interesaba la restauración integral de las personas.

El envío de los obreros de a dos tiene que ver con el entendimiento de la verdad: La verdad debía estar legitimada por al menos dos testimonios coincidentes. Y lo que estos trabajadores debían transmitir es precisamente la verdad sobre Dios, de que él está cerca y quiere establecer la paz con los humanos y formar comunión con ellos y que esta paz y comunión también se establezca entre los seres humanos entre sí.

Si los doce discípulos del círculo más íntimo de Jesús representaban a las doce tribus de Israel, los setenta o setenta y dos discípulos del círculo más amplio debían representar a las setenta o setenta y dos naciones del mundo entero (conocido en esa época, la “oikoumene”). Esto nos indica, que en la primitiva comunidad cristiana el mensaje del Dios que quiere estar cerca de las personas y en comunión con ellas, ya era comprendido como un mensaje de proyección universal, para toda la humanidad.

Los discípulos vuelven contentos de su tarea misionera. Han podido sanar y liberar a los que estaban presos de extrañas obsesiones. No se habla aquí de la cantidad de personas convencidas. Pero en el nombre del Señor aparentemente todo era posible. Y como corroborando el poder del Dios cercano y confiable que está entre ellos, Jesús les expresa: “Sí, pues yo vi que Satanás caía del cielo como un rayo”. El poder contrario a Dios se había estrellado contra el suelo y había quedado destruido. Efectivamente, una nueva era podía comenzar. El poder de los poderosos que resistían la buena relación de paz entre Dios y los humanos, no es invencible. También el poder del imperio tenía aquí sus límites. Y Jesús agrega: “Yo les he dado poder a ustedes para pisar sobre serpientes y alacranes y para vencer toda fuerza del enemigo, sin sufrir ningún daño”. Pero este poder no es para engrandecernos a nosotros por el éxito obtenido. La alegría debe ser porque en el servicio que realizamos en obediencia a Dios, podemos contar con el apoyo de Dios. Los nombres de los obreros convocados, Dios los tiene presente. Los trabajadores, por más que la cosecha sea dura y poco exitosa, no estamos abandonados.

La universalidad del mensaje de Shalom y amor de Dios hacia los humanos y, como consecuencia, la universalidad de la convocatoria para sumar obreros al trabajo de cosecha, me hace pensar en el concepto del “sacerdocio universal de todos los creyentes”. Hay un enorme potencial de trabajadores que es necesario movilizar y empoderar. Ellos no forzosamente pertenecerán al círculo más íntimo de obreros del Señor. Ellos no forzosamente deberán ser los garantes de la continuidad en la proclamación pública del mensaje o asumiendo cargos de liderazgo y supervisión en las comunidades e iglesias, pero son los que, perteneciendo al círculo más amplio de obreros del Señor, pueden realizar cantidad de trabajo preparatorio para la cosecha en sus lugares de trabajo, en el entorno de sus amistades, en sus familias, en el trato personal cara a cara con las personas. Para ello no hace falta complicadas y costosas estructuras. Hace falta, sí, convicción y confianza en el Señor. Pero ellos cuentan también con el apoyo y el poder del dueño de la cosecha. Ellos cuentan con dones otorgados por el Espíritu del Señor y pueden poner manos a la obra.

El resultado de la misión no será medible estadísticamente, no siempre será un éxito expresado en números de personas ni en números financieros. El verdadero volumen del rendimiento de la cosecha solo lo podrá evaluar definitivamente ese Dios que quiere estar cerca de nosotros y que se alegra por cada quien que acepta ser ciudadano de su Reino. La visión que Jesús tiene de la misión, que conoce al Dios que convoca y envía sin bolsa, sin monedero y sin calzado y que no maneja estadísticas, nos libera de las presiones y desvelos en búsqueda de impactos espectaculares.

No quiero ser simplista, bien conozco los problemas que nos acarrea la misión en la diáspora, con las grandes distancias, con el aislamiento en que viven las personas, el individualismo, la inclusión étnica y de los que son distintos (discapacitados, homosexuales, etc.), con los matrimonios mixtos, con la inestabilidad laboral y las migraciones, el relacionamiento con otras confesiones cristianas, etc. Pero confiamos y contamos con el poder y el apoyo del dueño de la cosecha y contamos con un mensaje que puede traer alivio y consuelo aún hoy a muchas personas y generar compromiso para sumarse al trabajo. Qué cosa más hermosa puede haber, que contarle a la gente, que tenemos un Dios que está cerca nuestro, que nos ama y que por ello nos perdona, que nos permite rehacer nuestra vida con una perspectiva que no termina en el sepulcro, que ese Dios quiere que seamos justos y que se nos haga justicia, que quiere que vivamos con dignidad, en comunión con él y con nuestros semejantes. Los poderes contrarios fueron vencidos en la cruz. Ello nos permite actuar con esperanza, a pesar del polvo que se nos haya pegado en los pies en los lugares en los que no fue aceptado el mensaje del Dios que está con nosotros. Amén.

___

Federico H. Schäfer,

E.Mail: federicohugo1943@hotmail.com

de_DEDeutsch