Números 11, 10-12

Números 11, 10-12

Sermón para domingo de Pentecostés | Texto: Números 11, 10 – 12; 14 – 17; 24 – 25. (Leccionario EKD, Vª Serie) | Federico H.Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos: 

Hoy es un día de especial alegría y regocijo para todos los cristianos. Hoy, domingo de Pentecostés, recordamos que se cumplió y se continúa cumpliendo la promesa del Señor Jesucristo, la promesa de Dios, de que él enviaría su Espíritu Santo a sus seguidores como consolador, consejero, fuerza de apoyo, asistente, distribuidor de dones y tareas, una vez que él ya no estuviera más personalmente presente entre los suyos. Y es una verdadera alegría recordar y tomar en cuenta esto, porque es cierto: Dios está dispuesto a acompañarnos siempre de nuevo con su Espíritu Santo. La venida y recepción por los seguidores del Señor del Espíritu Santo no es un hecho tan solo del pasado, que ocurrió allá lejos y hace tiempo y que hoy ya no nos dice nada. No, el Espíritu de Dios también sopla hoy en día en medio nuestro, aunque no lo percibamos o, por lo menos, no todos lo percibamos o no lo percibamos siempre.

Obviamente el Espíritu Santo sopla donde él quiere, es decir sopla donde Dios quiere que sople. Nosotros, por mejores cristianos que nos consideremos, no podemos obligarlo, no podemos manipularlo, darle órdenes. El obedece solo a Dios y nosotros lo recibimos como un acto de gracias de Dios, como un regalo, un regalo inmerecido, un regalo, quizás, inesperado. No podemos obligarlo acudiendo a “pases mágicos” o quien sabe qué otros trucos como se pretende lograrlo en otras religiones. Pero sí podemos pedir a Dios que nos lo envíe. Podemos orar por él y Dios no nos lo retaceará. Repito: Dios está dispuesto a enviárnoslo, también en estos tiempos, si se lo pedimos con toda sinceridad y humildad. Solo necesitamos confiar en él, acercarnos a él en fe. Es más, Jesús nos prometió que Dios, Padre, nos dará todo lo que le pidamos, si lo hacemos en su nombre.

Esto no es pura cháchara religiosa, es algo real y concreto: el Espíritu de Dios nos puede ayudar a superar enfermedades, a superar carencias materiales, a superar conflictos y desór-denes, a superar enemistades, a superar culpas y buscar la reconciliación, a superar la soledad y la desesperación. El Espíritu Santo es el que nos ayuda a interpretar las Escrituras y a encontrar buen consejo en ellas; y le otorga a cada cual dones y habilidades para servir de buena voluntad a Dios, a sus semejantes y a toda la comunidad. Por todo esto y mucho más,  nos genera alegría saber que aún hoy podemos recibir ese Espíritu, que puede llegar a ser un fuerte sostén en las vicisitudes de nuestra vida.

Por supuesto que ahora habrá también quienes me responderán y dirán: ‘pero yo nunca vi actuar a ese presunto Espíritu Santo; oré y pedí por él una y otra vez, pero nunca vino a ayudarme, cuando lo necesitaba’. Es que el Espíritu de Dios no siempre actúa de manera milagrosa o portentosa. Obviamente puede hacer eso, si quiere. Pero muchas veces va permeando poco a poco nuestras fibras sin que lo notemos, sosteniéndonos en situaciones en las cuales menos lo esperábamos. Muchas veces nos llega por medio de otras personas, justamente personas que nos dan una mano, que nos asisten con un buen consejo, que nos consuelan en momentos de tristeza. Cuanto más profunda sea nuestra confianza y fe en él, tanto más nítidamente podremos detectar las formas bajo las cuales actúa. Y veremos que son múltiples, que está presente en nuestro diariovivir y no nos deja solos. Es por eso que debemos agradecer profundamente a Dios por enviarnos este regalo siempre de nuevo.

Veamos como ejemplo el relato acerca de la situación por la que atravesaba Moisés. Por encargo de Dios había logrado liberar al pueblo de Israel de la esclavitud a la cual estaba sometido en Egipto. Su tarea ahora era conducir al pueblo hacia la tierra de la región de Canaán, que Dios les había prometido. Esto suponía una larga travesía por zonas desérticas donde el alimento era sumamente escaso. Siempre de nuevo la gente se quejaba a Moisés por la carencia de comida y agua, reprochándole el hecho de haberlos sacado de Egipto, donde estaban obligados al trabajo forzado, pero al menos tenían suficiente comida gratis. Moisés, cansado ya de las protestas, a su vez se queja a Dios y le pregunta, qué es lo que él tendría contra él, que lo castigaba con tan difícil tarea, como la de guiar a este pueblo pretensioso y rebelde.

Dios entonces le manda elegir setenta representantes con ascendiente sobre el pueblo. Reunidos estos con Moisés, se convierten en receptores del Espíritu de Dios, tal como Moisés ya lo había sido en anteriores ocasiones. Al compartir este Espíritu divino, se suponía que los setenta representantes del pueblo estarían lo suficientemente capacitados para ayudar a Moisés a conducir al pueblo y aguantar juntos sus protestas y reclamaciones, de manera de aliviar al patriarca. Pero leemos, que no solo habían sido capacitados para ayudar a gobernar al pueblo, sino que también se habían convertido en profetas. En virtud de haber recibido el Espíritu, estas personas habían recibido el don de la clarividencia, es decir, la capacidad de poder anticiparse a las situaciones y recibir instrucciones de Dios y anunciar estas al pueblo.

Dios, como vemos, no dejó solo a Moisés con su pesada carga, sino que otorgó capacidades especiales a una cantidad de personas, ayudando así a Moisés y beneficiando a todo el pueblo. Muchos en nuestras comunidades, como en el país entero, hoy por hoy están cansados y trabajados, están muy deprimidos por la situación que atraviesa el país. Muchos protestan como en aquel entonces el pueblo de Israel por comida. Otros, aunque todavía pueden comer, los agobian las deudas, los impuestos, la inestabilidad laboral, las consecuencias de la pandemia del virus corona, que no termina de reproducirse. Tampoco se quedan callados, y con justa razón, los que están preocupados por el maltrato del medio ambiente, con las deforestaciones ilegales, las fumigaciones de los sembradíos, la minería a cielo abierto, los incendios forestales intencionales. Nuestros gobernantes están como sobrepasados por la situación. No toman medidas o no le dan en el clavo con las medidas que toman.

Tal vez haya llegado la hora de abandonar nuestros orgullos y reconocer nuestra incapacidad y solicitar a Dios que nos envíe su Espíritu y lo derrame sobre nuestros gobernantes en primer término, para que los ilumine a la hora de deliberar sobre soluciones para nuestro país; pero en segundo término también sobre todos los que sufren bajo la irracionalidad de nuestro gobierno y sean consolados en sus penurias, fortalecidos en sus luchas por trabajo, pan, salud, educación, vivienda digna; y en tercer término también sobre nuestras congregaciones e iglesia toda, de manera que le sea levantado el ánimo, impulsada a realizar con ganas la misión encomendada por su Señor, que sea permeada de alegría y agradecimiento por todo lo que Dios ya hace, aunque que no se perciba, y sea acrecentada en su fe y confianza.

En las liturgias de los últimos dos domingos precedentes a Pentecostés, denominados respectivamente “rogate” y “exaudi” (¡rogad! y ¡escúchame!), hemos estado considerando el tema de la importancia de la oración: cómo Jesús nos insta a pedir a Dios, Padre, y qué nuestro Dios y Padre escucha nuestras solicitudes. Seguramente Dios escuchará nuestros ruegos y con más razón, si lo que le solicitamos es que nos envíe el Espíritu Santo. Sin lugar a dudas él actuará para ayudarnos, reforzando el envío de su Espíritu de manera que seamos animados y nos sintamos acompañados para seguir adelante con valentía a pesar de las múltiples dificultades que nos agobian. El Señor no permitirá que su creación, sus hijas e hijos, se pierdan en el desierto, así como no permitió que se muriera de hambre el pueblo de Israel en su travesía hacia la tierra prometida. 

Al final del texto previsto para hoy, se nos dice, como ya lo mencioné más arriba, que cuando el Espíritu de Dios vino sobre los setenta representantes de las tribus de Israel, estos comenzaron a hablar como profetas. En las versiones bíblicas más antiguas, incluso dice que no cesaron de profetizar. En versiones más modernas, por el contrario, se menciona que este fenómeno no volvió a repetirse. Sea cual fuere la verdad sobre este texto, me quedo con lo que Moisés exclama un párrafo más adelante (Num. 11, 29): “Ya quisiera yo que todos los del pueblo del Señor fueran profetas y que el Señor pusiera su Espíritu sobre todos”. Sí, Dios quiera enviar su Espíritu Santo a todos los cristianos en este mundo en abundancia, para que las buenas noticias acerca de su obra de perdón en Jesucristo y su disposición a acompañarnos siempre sean anunciadas en todas partes y en todos los idiomas, y así sintamos la alegría de Pentecostés entre todos nosotros también hoy. Amén.

de_DEDeutsch