Mateo 9, 35 – 38

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Mateo 9, 35 – 38

Sermón para 4º domingo después de Pentecostés | 25 junio 2023 | Texto: Mateo 9, 35 – 38 (Leccionario Ecuménico, Ciclo “A”) | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

Si bien no quiero comenzar con ustedes una plática sobre política, sí quiero señalar lo siguiente: El desarrollo político de nuestro país en los últimos tiempos, demuestra una vez más, que todos los ciudadanos estamos bastante desorientados y confundidos y, por qué no decirlo también, afligidos y desanimados. Es que la política no es una cosa en sí misma, un asunto lejano, sino algo que tiene que ver con todos nosotros, con todos los que compartimos la vida en la “polis” —en griego “ciudad” — o si se quiere en todo un país. Los antiguos romanos hablaban en este sentido de la “res publica” —de ahí viene el término “república”— o sea la “cosa pública”. Sí, la política tiene que ver con economía, con la inflación; tiene que ver con obras públicas, con salud pública, con educación, con leyes justas y una administración de la justicia independiente, con impuestos, etc. Todo esto ya nos toca más de cerca. Y vemos que existen problemas, problemas cuya resolución es difícil y complicada.

Política es una materia difícil, pues es ella la que tiene que ver con las cuestiones y problemas de todo un pueblo. Y un pueblo está formado por muchos individuos, los cuales cada uno tiene sus propias ideas y pareceres y su voluntad. Y si, por momentos, es difícil que dos personas se pongan de acuerdo sobre algún asunto, mucho más difícil será aunar criterios entre un montón. Es que somos todos “pecadores”, es decir, vivimos al margen o hasta en oposición a nuestro creador y por tanto mucho más nos cuesta considerar, respetar, amar a nuestros semejantes y conciudadanos. Al no aceptar a Dios como nuestro soberano y también soberano de este mundo, nosotros mismos nos erigimos en dioses, en reyes, en dirigentes. Todos queremos mandar, nadie quiere servir. El resultado de esto es el caos, la confusión, por ende, la aflicción.

No fuimos creados para ser dioses, sino para vivir en comunión, en paz y armonía en obediencia hacia el Dios único, nuestro creador y creador de todo el universo. El querer gobernarnos a nosotros, al mundo, a nuestro país solos, sin la guía y ayuda de Dios, sin dejar que él sea el verdadero Señor, es un zapato que nos calza demasiado grande. Fracasamos una y otra vez —la historia así lo demuestra— y finalmente quedamos desanimados y afligidos;

desorientados, porque hemos perdido el punto de referencia que marque el rumbo de nuestros pasos. Estamos como ovejas que no tienen pastor.

No es la primera vez que esto acontece en la historia. Si leemos el Antiguo Testamento, veremos que también el pueblo de Israel ha transitado por todas estas miserias. Muchos otros pueblos han pasado por ellas. Y hoy por hoy no es sólo nuestro país el que está pasando por las mencionadas dificultades. El mundo entero sufre crisis por desorientación.

Con todo, Dios no deja que su creación se pierda. Dios ama al mundo y a los seres humanos, y de tal manera los amó, que envió a su hijo único para que todo aquel que crea en él, es decir que lo acepte como a su Señor, no se pierda, antes bien obtenga la vida verdadera. Para rescatar a los humanos de las funestas consecuencias de su desobediencia, de su falta de amor, Dios mismo se hizo humano. En carne propia sufrió nuestras miserias; vio con sus propios ojos que estábamos afligidos y desanimados como ovejas que no tienen pastor. Ese Jesús de Nazaret, Dios hecho hombre, recorría todas las localidades, enseñaba y predicaba el mensaje del Reino de Dios y sanaba toda clase de enfermedades. Al ver a la gente sufrir, sentía compasión por ella. En pocas palabras: Dios ve nuestras necesidades y en su gran amor por sus criaturas, viene a sacarnos de ellas.

Pero Dios ve nuestra necesidad total, no solamente nuestra necesidad religiosa. A él no solo le interesa si asistimos o no al culto o si hicimos o no acto de presencia en el velatorio de algún difunto vecino. En igual medida y mucho más, le interesa si hacemos una política honesta, si somos responsables en nuestro trabajo, si enseñamos a nuestros hijos a respetar al prójimo, si hacemos lo que está a nuestro alcance para combatir la pobreza y la injusticia. También le interesan nuestras enfermedades corporales. A Dios no le interesa tanto que tengamos una doctrina perfecta, sino que toda nuestra vida tenga una orientación verdadera, sea una vida honesta, vivida bajo la guía de Dios y en amor y respeto por las demás criaturas. Justamente para demostrar que le interesa nuestra vida completa es que Jesús no solo enseñaba y predicaba sobre cuestiones espirituales, sino sanaba enfermos y remediaba toda otra necesidad material.

Dios vio que estábamos desorientados, como ovejas que no tienen pastor y se hizo nuestro pastor. No es que nunca hayamos tenido un punto de referencia. Dios estaba siempre. Pero nuestra desatención, nuestro afán de subsistir solos, nuestro amor propio, nos enturbio la mente como para acordarnos de la existencia de Dios y aceptarlo como nuestro soberano. Dios por amor a los humanos se hizo hombre y en Jesús se acercó a nosotros y tan cerca que no podíamos sino reconocerlo, hasta tocarlo. Este acercamiento de Dios a nosotros es la señal de que él perdona nuestra desobediencia. Y este perdón de nuestro desacato fue corroborado con la muerte y resurrección de Jesucristo.

El perdón de los pecados, de todos los errores, también de aquellos cometidos en el orden político, social, por omisión de responsabilidades diversas, por corrupción, por violencia, etc., hace posible que podamos entablar una nueva relación con Dios y nuestro hermanos y hermanas. La culpa que nos separaba de Dios y nuestros semejantes fue quitada de en medio. El camino hacia Dios y hacia nuestros conciudadanos está abierto, está allanado.

Aceptar el perdón que Dios nos ofrece en Jesucristo, implica aceptarle como nuestro único Dios y Señor. Significa aceptar que Dios es el verdadero gobernante y no nosotros; que nosotros y todas las cosas están subordinadas a él. Tenemos así nuevamente un pastor, un guía que da rumbo a nuestras vidas. Subordinados a Dios, todos nuestros problemas tanto personales como políticos, sociales, económicos, etc. tienen una solución pertinente. No será la solución que más nos guste, pero será una solución que está de acuerdo con la voluntad de Dios.

Y esto es precisamente el mensaje del Reino de Dios que predicaba Jesús: Qué Dios se acercó al hombre para remediar sus necesidades, esto es para perdón de nuestros pecados y orientarnos hacia una vida verdadera. En la medida que aceptemos este mensaje, aceptamos que él reine entre nosotros. El Reino de Dios es el gobierno de Dios, la soberanía de Dios en este mundo. En Jesucristo este reinado llegó nuevamente hasta nosotros, está en medio de nosotros. El Reino de Dios no se refiere a un paraje extraterrestre entre nubes y ángeles, sino concretamente a nuestra tierra, también a nuestro país.

Solamente en estas condiciones será posible una verdadera y saludable política en nuestro país, esto es permitiendo antes que nada que el Reino de Dios se extienda entre nosotros, dejando que Dios nos gobierne y subordinando todos nuestros problemas a él. Estoy de acuerdo con ustedes, si me dicen que no es fácil subordinar todo a Dios. Somos pocos los que aceptamos el Reino de Dios. Son muchos los que, sabiendo del ofrecimiento divino, lo rechazan; y muchos también los que no saben nada de él. Habrá muchos cristianos responsables en potencia. Por ahora, sin embargo, vale lo que dice Jesús: “La cosecha es grande y pocos los trabajadores”. Son pocos los que trasmiten el mensaje del Reino de Dios. Y no piensen que solo hay escases de pastores y que quiero aprovechar esta oportunidad para pedir a ustedes que oren a Dios para que despierte vocaciones. Es verdad, necesitamos pastores. Pero también necesitamos políticos honestos y cristianos capaces y responsables en todas las profesiones, en todas las esferas del quehacer de nuestra nación. Necesitamos candidatos que sepan gobernar al país de acuerdo a la voluntad de Dios. Necesitamos un pueblo cristiano responsable, que sepa elegir los mandatarios de nuestro país.

Entonces, pidamos al Señor que envíe los trabajadores necesarios a su cosecha para que nuestro país no sea un país de ovejas afligidas, desanimadas y desorientadas, sino que forme parte del Reino de Dios y pueda vivir en paz y armonía en comunión con Dios, sus semejantes

y todas las demás criaturas de este mundo. Amén!


Federico H. Schäfer,

E.mail: <federicohugo1943@hotmail.com>

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