1º Pedro 4,7–11

· by predigten · in 21) 1. Petrus / Peter, 9. So. n. Trinitatis, Beitragende, Bibel, Current (int.), Español, Federico H. Schäfer, Kapitel 04 / Chapter 04, Kasus, Neues Testament, Predigten / Sermons

Sermón para 10º domingo después de Pentecostés | 28.07.2024 | Texto: 1º Pedro 4,7–11 (Leccionario EKD, Serie VI) | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

El texto bíblico que acabamos de leer comienza: “Ya se acerca el fin de todas las cosas”.

Sobre esta sentencia parecen estar fundadas las demás afirmaciones hasta el fin del pasaje. Es decir, las exhortaciones a ser juiciosos, sobrios, tener amor los unos para con los otros, hospedar sin quejarse, hablar conforme a la palabra de Dios, permanecer fieles en la oración, etc. recién parecen cobrar sentido en relación con la inminente cercanía del fin del mundo. Es necesario tomar en cuenta, que para el autor de esta carta, el fin de todas las cosas era verdaderamente una realidad inminente. Para nosotros, seres humanos del siglo XXI en cambio, el fin de todas las cosas tiene un significado mucho más remoto. Casi podríamos decir, que una predicción del fin del mundo sería considerada actualmente como una insensatez. Tantas veces se predijo el fin del mundo, ya desde tiempos anteriores a Jesucristo y hasta nuestros días, y nunca se ha cumplido. Recordemos solo los temores que afectaron a tantas personas ante la cercanía de cumplirse el último cambio de siglo y milenio.

Por otro lado, sabemos de las investigaciones científicas en el campo de la física cósmica, que evidentemente algún día el fin llegará también para nuestra tierra. Sin embargo, hasta entonces transcurrirán todavía un par de centenas de millones de años, de manera que sería ridículo hablar de un fin del mundo próximo. Es como que el tema aparentemente no nos toca, y esto a pesar del hecho, que varias naciones poseen hoy en día en sus arsenales militares suficientes armas nucleares como para destruir el planeta en cualquier momento. Entre tanto, los astrónomos, ya más cautos, han observado asimismo la posibilidad de que la tierra colisione con algún asteroide con la consecuente generación de enormes cataclismos. Y ni hablar de los cambios climáticos producidos por el irresponsable manejo ecológico de los bienes de este planeta, que también pueden generar drásticas restricciones a la vida en el mismo. Entonces, ¿será que el tema realmente no nos toca?

También me parece importante tener en cuenta, que las predicciones acerca de un fin del mundo próximo siempre han surgido en situaciones históricas críticas, es decir por ocasión de catástrofes políticas, guerras, persecuciones religiosas, hambrunas, etc. De esta manera, poco antes, durante y hasta después de la época en que vivió Jesús, en la cual los judíos sufrían bajo la tiranía del imperio romano, surgieron muchos escritos en los cuales se hablaba del fin del mundo y se describía la vida después de la muerte. Poco más tarde, cuando comenzaron las primeras diferencias entre cristianos y paganos y se hacían cada vez más frecuentes y crueles las persecuciones, comenzaron a surgir este tipo de escritos también en el ámbito cristiano. A este tipo de literatura pertenece también la primera carta de Pedro.

La misión principal de estos escritos era consolar a los creyentes frente a las miserias y tribulaciones de esta vida terrena, infundiéndoles ánimo y esperanzas para una vida postrera mejor y caracterizada por el amor y la paz. Se entendía, sin embargo, que esta vida futura solo era posible alcanzarla luego de haber pasado por el juicio divino, juicio este que era comprendido de manera muy drástica y severa, es decir en términos del fin del mundo. En esta ocasión serían destruidos aquellos que habrían obrado injustamente y hecho sufrir a sus prójimos. En general se aceptaba, que ningún impío saldría justificado del juicio de Dios ni sería admitido en su reino. De ahí que se enfatizara tanto en el comportamiento ético de los creyentes.

Tal vez ahora comprendamos mejor qué es lo que tiene que ver el fin del mundo con el comportamiento de las personas y por qué las máximas expresadas en el pasaje que estamos analizando, parecen obtener su fuerza y significado a partir de la afirmación sobre la proximidad del fin de todas las cosas. Expresar “el fin del mundo se acercó” equivalía a decir: “el juicio de Dios se acercó”. Podemos decir que la creencia en la inminencia del fin del mundo era característica para la primitiva iglesia cristiana. Se la asociaba asimismo a la segunda venida de Jesucristo. En esta epístola de Pedro tal característica se manifiesta de manera poderosa. El apóstol quiere consolar a los fieles de las congregaciones recientemente fundadas en el Asia Menor frente a las primeras persecuciones, acusaciones, denuncias por parte del pueblo y las autoridades no creyentes. El fin era considerado por estas personas como una liberación de las penurias y martirios, que el cristiano consecuente debía soportar durante esta vida terrenal. La proximidad del fin y el eventual ingreso a la gloria de Dios, no permitía la exaltación ni el abandono de la vida en el aquí y ahora, al contrario, exigía fidelidad a Cristo y el cumplimiento de la voluntad de Dios hasta el mismo fin.

Volviendo a nuestra situación actual, me parece que todavía no nos hemos sacado la duda de encima, acerca de la validez del texto de predicación para el día de hoy. A pesar de lo descripto más arriba y de la creciente inestabilidad política y social en el mundo entero, pareciera que el fin del mundo no nos preocupa. No abrigamos una fuerte esperanza en la proximidad de la segunda venida del Señor ni tampoco nos preocupa el juicio final. ¿Será, entonces, que nos dejaremos llevar por la corriente de nuestra soberbia, sin tomar en cuenta la voluntad de Dios y sus implicaciones éticas? ¡Diremos rotundamente que no!

Jesucristo, hijo del Dios viviente murió en la cruz justamente para liberarnos de nuestra soberbia e indiferencia. Su obra nos ofrece la posibilidad de decidirnos por los caminos de Dios y el cumplimiento de su voluntad. Por tanto, no necesitamos que se nos amenace con la cercanía del juicio final a los efectos de que cumplamos dicha voluntad, es decir amar a Dios de todo corazón, y a nuestros prójimos como a nosotros mismos. El que tiene la firme fe de que es justificado por Jesucristo y obra de acuerdo a ella, no necesita temer el fin del mundo, ni aunque fuera mañana mismo. Al incrédulo, tal vez, la predicación sobre la proximidad del juicio final lo pueda incomodar, lo pueda llevar a recapacitar, a incentivarlo al arrepen-timiento, al abandono de su soberbia y al cumplimiento de la voluntad divina.

En este contexto me parece conveniente recordar que esta idea de la proximidad del fin de todas las cosas y el juicio final, frecuentemente presente en los labios de predicadores entusiastas, no es una doctrina con una función meramente pedagógica o preceptora. Ella puede ser una realidad muy concreta también para nosotros. Ya mencionamos más arriba diversas causales para ello. Además debemos agregar que el Dios todopoderoso, que confesamos creador del universo, es capaz de interrumpir las leyes de su propia creación y adelantar el fin de todas las cosas de acuerdo a su voluntad más allá de nuestros cálculos científicos. En última instancia, y aunque no nos guste aceptarlo, él es también Señor sobre el uso del armamento nuclear; es Señor de la historia. Baste recordar que el ambicioso rey Nabucodonosor de Babilonia fue instrumento en manos de Dios para escarmentar a la nación judía.

A quienes estas verdades parecen increíbles o demasiado remotas, debemos decir, que el texto bíblico en cuestión sigue siendo pertinente hasta hoy. Sabemos que nuestra vida en este mundo, sea más breve o más prolongada, es acotada. Aunque lo reprimimos, nuestra muerte es un hecho irreversible del cual no podemos escapar. Desde el punto de vista de nuestra existencia personal, entonces, significa el fin de todas las cosas. De poco nos sirve tener consciencia de que nuestros descendientes seguirán viviendo aún después de nuestra muerte y continuando eventualmente nuestros proyectos. Nuestro instinto de vida nos hace creer que somos cuasi eternos; mientras tanto, empero, los años van pasando a ritmo vertiginoso, sin contar la posibilidad de sufrir accidentes mortales en cualquier momento.

Con lo dicho no queremos infundir miedo a nadie. Por ello repito: aquel que por su fe en Jesucristo es justificado delante de Dios no temerá el fin del mundo ni necesitará que se le recuerde tal acontecimiento como aliciente para llevar adelante una vida cristiana. Sin embargo, es útil y conveniente que lo tengamos en cuenta. Somos humanos y a pesar de autocomprendernos como cristianos obedientes, sufrimos recaídas. Para decirlo con palabras del Dr. Martín Lutero, mientras vivamos en este mundo somos justificados, pero continuamos siendo pecadores a la vez. La fe que tenemos no es una pertenencia asegurada. Ella nos puede ser arrebatada, ser puesta a prueba, podemos ser tentados. La fe es una gracia de Dios que debemos aceptar siempre de nuevo en cada situación de nuestra vida. El fin del mundo como situación límite para nuestra vida actual, sea para nosotros personalmente o como evento cósmico, siempre nos señalará a Jesucristo como nuestro abogado. Es obvio decir en este contexto, que debemos arreglar nuestra relación con Dios y nuestros semejantes antes del fin. Con la ayuda de Dios decidiremos, entonces, llevar adelante una conducta acorde a la voluntad divina y para bien de nuestros semejantes como nos lo propone el apóstol.

No quiero terminar esta reflexión, sin antes mencionar todavía una implicancia tácita de nuestro texto, pero fuertemente consoladora. Para el creyente, el fin del mundo evidente-mente no es el fin, de lo contrario no estaríamos desarrollando todo este sermón. Como seguidores de Jesucristo somos testigos de su resurrección. Por ello también podemos aceptar, que él vendrá nuevamente a este mundo según su promesa, no solo para juzgarlo, sino también para restaurarlo. Es cierto, no sabemos cuándo ni cómo se desarrollará todo  ello, pero creemos que él también nos resucitará a nosotros así como él resucitó. Tampoco podemos definir cuándo ni cómo acontecerá ello, sin embargo, esperamos que sea el tránsito a una nueva existencia en paz y armonía, en la perfección del amor, en una nueva dimensión en la que ya no estaremos sujetos a la simultaneidad de ser justificados, pero a la vez tentados a oponernos a Dios.

Pero el Reino de Dios, o mejor el gobierno de Dios, no comienza recién con el fin de todas las cosas. En la medida en que confiemos en Jesucristo, ya ahora somos partícipes, sí, ciudadanos de ese reino y, por tanto, también receptores del espíritu y las fuerzas divinas que nos permitirán llevar adelante los días que Dios todavía nos regala en este mundo con responsabilidad y alegría, con tesón y optimismo, superando dolores y sufrimientos, ayudando y consolando a nuestros semejantes, cuidando la creación y agradeciendo a Dios por su infinita gracia y bondad. Amén.

Federico H. Schäfer,

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