
1º Timoteo 3,16
Sermón para Noche Buena | 24.12.2024 | 1º Timoteo 3,16 (Leccionario EKD, Serie IV) | Federico H. Schäfer |
Estimadas hermanas, estimados hermanos:
Entre todos los preparativos, el movimiento comercial, el maremágnum de palabras y deseos más o menos sinceros en que se desenvuelve nuestra vida en estos días de fiesta, conviene que no perdamos de vista lo central, la causa que dio origen a tanta festividad en esta época del año. Esto que nosotros festejamos con tanta alegría es por cierto un hecho insólito del cual emana la máxima alegría para el ser humano: “Dios se manifestó con cuerpo humano”. Se trata nada menos que de la “encarnación” como llamamos este hecho en el lenguaje eclesiástico.
Dios, el creador del universo, el origen de nuestro ser, estaba presente en carne y hueso en ese hombre llamado Jesús, que naciera en medio de tanta necesidad bajo un cobertizo para animales, posiblemente en Belén de Judea en tiempos del emperador romano Augusto. Pero no importa si la ciencia actualmente no puede determinar con precisión el lugar y la fecha de su nacimiento histórico. Pues nadie puede poner en verdadera duda el paso por este mundo ni puede negar la huella que dejó ese hombre llamado Jesús, el Nazareno. Y hoy festejamos, pues, una vez más el aniversario de la venida al mundo de ese hombre que a la vez es Dios. Y si de ese evento ocurrido hace más o menos dos milenios atrás surge tanta alegría para nosotros, es porque este hecho es señal del gran amor, de la gran estima que Dios tiene por nosotros, sus criaturas. Y nuestra alegría es tanto mayor, cuanto que la estima de Dios por nosotros no es algo que merecimos por nuestra óptima conducta frente a él y nuestros semejantes, sino que es un afecto que recibimos gratuitamente y a pesar der ser seres culpables de muchos y graves errores y omisiones.
El Nacimiento del niño Jesús es señal de que Dios nos acepta tal cual somos, de que nos quiere y por lo tanto nos perdona nuestras fallas. Ese saberse aceptado, entendido, acompañado, perdonado, estimado por Dios, nuestro padre y creador, con todos nuestros problemas y en todas las situaciones de nuestra vida es, por cierto, una sensación muy fuerte, un regalo muy grande, que nos llena de gozo; es experimentar la salvación, es el derecho que tenemos los cristianos, los que confiamos en lo que Dios realiza. Ese es el s e c r e t o de nuestra religión: saber que tenemos un Dios que nos quiere sin interponer condición alguna!
Llegar a internalizar esta verdad tan simple, tan clara; llegar a experimentarla en todas las fases de nuestra existencia en medio de un mundo complicado y conflictuado, lleno de exigencias, imposiciones, obligaciones, injusticias, terror, guerras y augurios de muerte y destrucción, es lo más grandioso que nos puede ocurrir y por lo tanto nos debería volcar al agradecimiento.
El agradecimiento frente a nuestro Dios, nos llevará a imitar, a reproducir esto que Dios hace con nosotros frente a nuestros semejantes: De esta manera aceptaremos, entenderemos, acompañaremos, perdonaremos, ayudaremos a quienes nos rodean lo más incondicionalmente posible. Este amor de Dios que ahora compartiremos mutua-mente también redundará en alegría. He aquí, entonces, el origen cierto de nuestra alegría navideña, alegría que cambia corazones, renueva nuestra mentalidad.
Pero nuestra alegría no debe surgir solamente del recuerdo del pasado, de la rememoración de un hecho ocurrido hace muchos siglos atrás. El nacimiento de ese niño Jesús, que nos causa tanto gozo, es solo un nuevo comienzo del obrar de Dios con nosotros, es solo el anticipo simbólico de todo el amor y la gracia que Dios nos brinda. La alegría que experimentamos hoy día debe provenir de la convicción de que aún hoy y en el futuro Dios nos favorece y nos favorecerá, que nos estima y continuará estimándonos, que nos acompañará por las desconocidas e inciertas sendas del futuro y que también nos perdonará futuros descarrilamientos del camino que nos lleva a él.
La experiencia del pasado propio y el estudio de la historia nos demostrará que Dios permanece fiel a sus propósitos y que no nos deja solos a la deriva. El saber que Dios también hoy se presenta a ti y a mí en cuerpo humano en las personas más diversas con las cuales alternamos y confrontamos y que nos quieren bien, a pesar de todos los problemas que existen en el mundo y nos agrían la vida, es igualmente grandiosos y enciende en nosotros una renovada confianza y esperanza.
Esta esperanza nos ayudará a superar las dificultades que se nos oponen en nuestra vida; nos dará ánimo para vivir, luchar y mantener la posición cristiana sin temores ni angustias hasta que Dios perfeccione todo en todos y culmine su obra nuevamente en Jesús. La esperanza nos llevará a descubrir que nuestra vida aceptada por Dios tiene su sentido y fin en el mismo Dios que nos la brindó. Y que nuestra vida tiene valor más allá de lo que nosotros podemos apreciar, nos lo muestra la otra señal que por amor a nosotros Dios estableció: la resurrección de Jesús de la muerte.
Ni la muerte puede quitarnos de las manos de Dios. La vida verdadera, la vida eterna es nuestro destino de acuerdo a su voluntad. He aquí una vez más el origen y razón cierta de nuestra alegría y gozo, alegría que igualmente cambia nuestra forma de ser, nuestra perspectiva de la vida. Realmente no es lo mismo vivir con la angustia de que nuestra vida a pesar de los muchos sacrificios, esfuerzos y sufrimientos terminará en una fosa, que vivir con la certeza de que la vida tiene un destino glorioso en Dios.
Todo lo que oímos con las buenas noticias que Dios trajo al mundo por medio de Jesucristo y que nosotros con gozo y alegría compartimos con nuestros semejantes, es el Evangelio que estamos comprometidos a llevar hasta lo más recóndito de la tierra para que todos los seres humanos puedan gozar de alegría, sea cual fuere su situación.
Los muchos festejos que realizamos a propósito de la Navidad, como Uds. ven, tienen su fundamento, pero no debieran ocultar el verdadero sentido del gozo que sentimos por todo lo que Dios ha hecho y que nos debe llevar al cambio de nuestra mentalidad, a la renovación de nuestra manera de ser, haciéndonos más agradecidos, más pacientes, más realizadores del amor, más honestos, más humildes, más contentos y más amantes de la paz. Amén!
Federico H. Schäfer