2. Corintios 5,17–20

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4º domingo de Cuaresma (Laetare) | 30.03.2025 | 2. Corintios 5,17–20 (Leccionario Ecuménico, Ciclo “C”) | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

Creo que todos los que hoy nos encontramos aquí reunidos, estamos contentos de poder vivir en una sociedad pluralista, en la que medianamente puedan convivir y enrique-cerse mutuamente distintas corrientes culturales, religiosas, de pensamiento, y donde sea  respetada  la libertad de opinión y expresión. Si bien como iglesia siempre estamos buscando mantener la unidad siguiendo a quien consideramos nuestro único Señor, Jesús, el Nazareno, con el correr de los tiempos, básicamente a partir de la Reforma del siglo XVI, hemos ido reconociendo que la unanimidad en la fe y el testimonio que buscamos son bienes a lograr, que no están dados automáticamente.

La interpretación de las Sagradas Escrituras en la situación de cada una de las comu-nidades  o de cada persona en particular llevará en el mejor de los casos a conclusiones parecidas, pero no necesariamente coincidentes. No necesito recordar las luchas que a lo largo de la historia de la iglesia tuvieron lugar a causa de interpretaciones poco compatibles. Hoy día, gracias a Dios y su Espíritu, ya no tenemos entendimientos tan divergentes de nuestra fe, de manera que podemos reunirnos en asambleas ecuménicas para discutir proyectos de misión o diaconía comunes. Con todo, sabemos que al interior de nuestras iglesias hoy también existe un pluralismo de pensamiento, de tradi-ciones, de modos de vivir y explicar la fe. Y seguramente en el entendimiento evan-gélico de que entre Dios y nuestra conciencia no podría interponerse otro juez que impulsara esa relación más que el propio Jesucristo, no admitiríamos un magisterio que nos prescriba en forma estricta a cada momento la correcta manera de creer y actuar. Claro que tenemos una constitución de fe, que tenemos “normas de la vida eclesiástica”, que dan un marco de contención y referencia a nuestra comunidades. Y tenemos tam-bién un catecismo y compendios de teología según los cuales tratamos de orientar en la fe a los catecúmenos. Pero estos son instrumentos modificables en la medida que nos acerquemos cada vez más a la verdad. En esa línea admitiríamos que de momento la unidad de la iglesia solo se puede dar como “diversidad reconciliada”.

Porque somos diferentes el uno del otro y reclamamos la libertad de serlo, nos movemos en entornos diferentes, y vivimos circunstancias diferentes, tenemos diferentes enten-dimientos de esa fe en Jesucristo. Pero porque también nos sentimos llamados a mantener la unidad y permanecer en comunión los unos con los otros,  es que a la recon-ciliación de nuestras divergencias le compete un lugar tan importante en la vida de una iglesia cristiana. Sin reconciliación no es posible vivir en paz ni compartir en comunión, que es a lo que deseamos llegar.

Como cristianos podemos sostener desde nuestra fe ideas diferentes acerca de la organi-zación política de un país, acerca del sistema económico más conveniente para una sociedad más justa, etc., y también acerca de cuál sería la mejor manera de encarar la misión que nos encargara nuestro Señor. Pero estas ideas deben poder intercambiarse, discutirse razonablemente, para finalmente conciliarse y de esta manera llegar a ser fructíferas para el desarrollo de la comunidad. La reconciliación con Dios, que hemos obtenido gracias a su propio y benevolente obrar a través de su hijo Jesucristo, abre el camino para la reconciliación con el otro, con ese otro que puede ser nuestro enemigo pero también es un reconciliado con Dios. Esta reconciliación con el otro hace posible asimismo la reconciliación con los pensamientos del otro.

Por otro lado, la fe en Jesucristo también es fe en la verdad. Él mismo afirmó ser el camino, la verdad y la vida. La búsqueda de la verdad nos ayudará mucho en el proceso de reconciliación. La búsqueda de la verdad nos hace libres, libres de nuestros propios prejuicios y por tanto más objetivos en nuestras apreciaciones y así más permeables a comprender la verdad vista por el otro y descubrir los errores de apreciación propios. Cuanto más objetivas sean nuestras ideas, tanto más se parecerán  a la verdad.

Otro factor que nos ayudará en el proceso de reconciliación es el perdón, la disposición a perdonar al otro sus errores, sabiendo que uno mismo también comete errores, tiene sus fallas y no “tiene la verdad comprada”; y finalmente que uno también es un perdonado por Jesucristo. La búsqueda de la justicia también ayudará a lograr la reconciliación. Pienso en el cumplimiento de asuntos pactados, en la distribución ecuánime y razonable de bienes, cargos, oportunidades, salarios, poderes.

Finalmente debemos conceder, que humanamente hablando la reconciliación no será fácil de obtener, pues llegar a ella también supone sacrificar algo de lo propio, parte del convencimiento de uno, las ideas subjetivas o acaso el cargo que se debiera deponer, el privilegio al cual renunciar. Es una lucha con uno mismo, con el egoísmo, con las resistencias que hay en cada uno de nosotros o hacia el interior de un grupo.

Como cristianos, sin embargo, no tenemos razón para desesperar ante estas dificultades, pues Dios conoce nuestro egoísmo, esas resistencias internas, y es justamente por ello que el proceso de reconciliación tiene su iniciativa en él mismo. Él no podía esperar que la iniciativa se originara en los seres humanos. Por ello es Dios el que posibilita y da lugar a la reconciliación. Es un regalo de su gracia. Por a través de Jesucristo y su Espíritu, él nos renueva, nos crea de nuevo, es decir podemos llegar a ser otros, mejores, más perfectos, veraces y reconciliables. Para el cristiano convencido no vale el dicho popular “genio y figura hasta la sepultura”.

Dios es creador, él está detrás de la evolución del Universo y por tanto tiene poder para hacer nuevas todas las cosas, reacomodar su creación y remodelar al ser humano y así dejar atrás las viejas realidades. Obviamente, para ello deberemos dejar que Dios actúe en nosotros, en nuestro grupo.

Como ya dijimos, es natural que en una congregación se desenvuelvan personas o grupos con ideas diferentes, concepciones disidentes acerca de las tareas que deben ser encaradas en la misma para el cumplimiento de su misión. El pluralismo es saludable y fructífero. De la discusión, a veces acalorada, entre concepciones diferentes deben surgir las nuevas ideas, las ideas más claras y purificadas, cada vez más tendientes a la verdad.

Pero si las diferencias no se dialogan en forma sincera buscando la verdad —como decía el Dr. Martín Lutero: a partir de las Escrituras y con un convencimiento basado en la buena conciencia y argumentaciones razonables— y dejamos rienda suelta a los intereses propios, al orgullo de permanecer a toda costa con la razón o a las ansias de poder, nunca se llegará a  una reconciliación de ideas, al testimonio común ni a la unidad en la fe. Si así fuera, sería una gran lástima y menoscabo de nuestra tarea eclesial. El Señor nos encomendó el ministerio de la reconciliación y sería ese un propósito prioritario tanto en la disciplina de una congregación como en la conducta de cada uno de los que nos consideramos seguidores del Señor Jesucristo.

Es más, el apóstol Pablo no solo está pensando en que nos pongamos de acuerdo y nos reconciliemos entre nosotros, sino que en primer lugar nos reconciliemos con Dios y que llamemos a otros a que se reconcilien con Dios. Si nos reconciliamos con Dios va a ser posible y más fácil reconciliarnos entre nosotros. Personalmente confío en el poder renovador de Dios y en su voluntad de apoyar aquellos nuestros proyectos compatibles con su Espíritu. Así espero que nuestras comunidades busquen siempre estar reconci-liados con Dios y permanecer en esa relación reconciliada para de esta manera poder dar un testimonio unido y reconciliado acerca de nuestro Señor Jesucristo.

Y que este testimonio unido y reconciliado lo podamos ampliar también hacia otras iglesias y confesiones cristianas buscando con ayuda de Dios una reconciliación ecuménica. El fraccionamiento y desunión de los cristianos es el mayor obstáculo para la misión que el Señor encargó a su iglesia. Oremos para que el Espíritu de Dios no deje de actuar en nosotros y permita que podamos ejercer el ministerio de la reconciliación y así superemos todas nuestras diferencias y enemistades para bien de los humanos y la gloria de Dios. Amén.


Federico H. Schäfer,

Pastor emérito. Iglesia Evangélica del Río de la Plata

E.mail: federicohugo1943@hotmail.com