
Lucas 10; 1-2, 17-20
4º domingo después de Pentecostés | 06.07.2025 | Lucas 10; 1-2, 17-20 | Federico H. Schäfer
Estimadas hermanas, estimados hermanos:
Una y otra vez nos hemos reunido para rendirnos cuenta de la tarea de misión que nos ha encargado el Señor y para deliberar sobre nuevas formas de llevar adelante esta tarea, ante los desafíos cada vez más complejos que nos plantea el mundo actual en sus diversos contextos. Y una y otra vez hemos llegado a la misma conclusión que expresa también nuestro Señor: “En verdad la cosecha es mucha, pero los trabajadores son pocos”. Y por esa razón continúa recomendando „Pidan al dueño de la cosecha que mande más trabajadores a su cosecha”.
Son muchos y diversos los trabajos que se desprenden de la misión que nos encomendó el Señor: desde la proclamación de la palabra de Dios, pasando por la docencia, la cura de almas y las relaciones ecuménicas hasta la diaconía en sus más distintas especialidades. Obviamente para realizar esas muchas tareas se nece-sitan personas que se sientan llamadas, acepten el llamado del Señor y de buena gana desarrollen los dones recibidos, se capaciten y pongan manos a la obra con convicción, paciencia y persistencia. No son muchos los que aceptan el llamado del Señor. Unos quieren esperar “antes de tomar la hoz en sus manos” a poder enterrar a sus padres, otros a que terminen la educación de sus hijos, etc.
Pero cuando hay personas que escuchan el llamado y se ofrecen para realizar un servicio, comienzan nuevos rompecabezas para la iglesia: ¿Cómo sostenerlos econó-micamente? Y, si se trata de voluntarios: ¿Dónde los ubicamos, cómo podemos resarcirles sus gastos de movilidad, de materiales, de alimentación? Si deben ser capacitados: Cómo pagar sus estudios, cómo organizar la capacitación para que sea efectiva, pero a la vez eco-nómica? Y después de todos estos esfuerzos e inver-siones constatamos que el crecimiento de la iglesia no se da como lo esperábamos. Y pensamos entonces, que en realidad se necesitan muchos más obreros para levantar la cosecha, una cosecha que no es fácil de levantar en un mundo secularizado e indiferente. Un mundo que es distinto del mundo de los tiempos de Jesús, pero con problemas imperiales cada vez más similares, en el que hoy como antaño los poderosos se abusan del pueblo simple y empobrecido, con déficits de ocupación, de alimentación, de vivienda, de educación, de salud, de justicia y en medio de otras confesiones que no hacen más que reafirmar el status quo.
Pero el Señor no es ingenuo: Él envía a sus obreros advirtiéndoles, que los envía como corderos en medio de lobos. Es decir: la misión en los tiempos del Señor también era un trabajo duro y que exigía valentía. Su propio ministerio, peregrinando por las aldeas de la provincia de Galilea y encontrándose con muchas resistencias humanas, no fue solo éxito. No en vano Jesús expresa su decepción por la conducta de las poblaciones de Corazim. Betsaida, Capernaum….
Sin embargo, la visión que tiene Jesús de la misión comparada con la nuestra, es menos complicada, y valdría la pena recuperarla dentro de lo posible. La visión del Señor acerca de la misión está inspirada en el concepto de que “el Reino de Dios está cerca de Uds.” El Reino de Dios está cerca de los que desarrollan la misión, como así de los que han de recibir este mismo mensaje. Su concepto supone una fuerte confianza en el poder del dueño de la cosecha, que tiene interés en que la cosecha se levante. Supone una fuerte confianza en ese Dios que está tan cerca, que está prácticamente ya en nosotros, en medio nuestro —como Jesús lo manifiesta en otro momento— y que dará su pleno apoyo al trabajo de la proclamación de las Buenas Nuevas. El poder de Dios, que está alrededor nuestro, que está acompañando su misión, hace que ésta no pueda dejar de tener un eco positivo, de dar sus frutos a su tiempo.
Esta confianza en el poder de Dios cercano, hace posible el envío de los obreros sin gran equipamiento, sin gran infraestructura: “sin bolsa, ni monedero, sin calzado ni otros insumos”. Ni siquiera una mula para trasladarse. Esto no significa que los obreros no tengan un resar-cimiento: no necesitan sentir reticencias de comer lo que se les ofrece. No hay pretensiones, pero tampoco restric-ciones del ritual judío u otros rituales. Por otro lado, sí hay una cierta exigencia de efectividad: Aconseja Jesús, no perder tiempo con ceremoniosas salutaciones por el camino, ni tampoco en los poblados ir de casa en casa procurando la mejor recepción.
Lo central en esta tarea de visitación es llevar a las personas/familias el saludo de la paz, el “shalom” como se diría en hebreo, que como sabemos, incluye todas las bendiciones de Dios para los seres humanos, incluida la salud física. No obstante, la tarea de sanación de los enfermos es mencionada especialmente, lo que nos da la pauta, que a Jesús realmente le interesaba la restauración integral de las personas. El envío de los trabajadores de a dos tiene que ver con el entendimiento de la verdad. La verdad debía ser legitimada por al menos dos testimonios coincidentes. Y lo que estos obreros debían transmitir era precisamente la verdad de Dios, de que él está cerca y quiere establecer la paz con los humanos y formar comunión con ellos y que esta paz y comunión también se establezca entre los seres humanos entre sí.
Si los doce discípulos del círculo más íntimo de Jesús representaban a las doce tribus de Israel, los setenta del círculo más amplio debían representar a las setenta naciones, que —para el entendimiento de la gente de aquel entonces— conformaban la totalidad de las naciones del mundo entero conocido en esa época. Esto nos indica, que en la primitiva iglesia cristiana el mensaje del Dios, que quiere estar cerca de las personas y en comunión con ellas, bien pronto fue comprendido como un mensaje que debía tener proyección universal, tener validez para toda la humanidad.
Los discípulos vuelven contentos de su tarea misionera. Han podido sanar y liberar a los que estaban presos de extrañas obsesiones. No se habla aquí de la cantidad de personas convencidas. Pero en el nombre del Señor aparentemente todo era posible. Y como corroborando el poder de Dios cercano y confiable que estaba en medio de ellos, el Señor les expresa: “Sí, pues yo vi que Sata-nás caía del cielo como un rayo”. El poder contrario a Dios se había estrellado contra el suelo y había quedado destruido. Efectivamente, una nueva era podía comen-zar. El poder de los poderosos que resistían la buena relación de paz entre Dios y los humanos, no es inven-cible, no es una fatalidad predeterminada e inamovible. También el poder del imperio tenía aquí sus límites. Y Jesús agrega: “Yo les he dado poder a Uds. para pisar sobre serpientes y alacranes y para vencer toda fuerza del enemigo, sin sufrir ningún daño”. Pero este poder no es para engrandecernos a nosotros por el eventual éxito obtenido. La alegría debe ser porque en el servicio que realizamos en obediencia a Dios, podemos contar con el apoyo de Dios. Los nombres de los cosecheros convo-cados Dios los tiene presentes. Los obreros, por más que la cosecha sea dura y poco exitosa, no estamos aban-donados.
La universalidad del mensaje de Shalom y amor de Dios hacia los humanos; y, como consecuencia la univer-salidad de la convocatoria para sumar trabajadores a la tarea de cosecha, me hace pensar en el concepto del “sacerdocio universal de todos los creyentes”. Hay un enorme potencial de cosecheros que es necesario movilizar y empoderar. Ellos no forzosamente perte-necerán al círculo más íntimo de seguidores del Señor, Ellos no forzosamente deberán ser los garantes de la continuidad en la proclamación pública del mensaje, o asumir cargos de liderazgo y supervisión en las comu-nidades e iglesias. Pero son los que, perteneciendo al círculo más amplio de obreros del Señor, pueden realizar cantidad de trabajo preparatorio para la cosecha en sus lugares de trabajo, en sus entornos familiares, en el vecindario, en sus círculos de amistades, en el trato personal cara a cara con las personas. Para ello no hacen falta complicadas y costosas estructuras. Hace falta sí convicción y confianza en el Señor. Pero ellos cuentan también con la fuerza y el poder del dueño de la cose-cha. Ellos cuentan con dones otorgados por el Espíritu del Señor y pueden poner manos a la obra en cualquier momento.
El resultado de la misión no será medible estadísti-camente, no siempre será un éxito expresado en números de personas ni en números financieros (colectas). El verdadero volumen del rendimiento de la cosecha solo lo podrá evaluar definitivamente ese Dios que quiere estar cerca de nosotros y que se alegra por cada quien que acepta ser ciudadano de su Reino. La visión que Jesús tiene de la misión, que conoce al Dios que convoca y envía sin bolsa, ni monedero ni calzado y que no maneja estadísticas de propaganda, nos libera de las presiones y desvelos en búsqueda de impactos espec-taculares.
No quiero ser simplista, bien conozco los problemas que nos acarrea la misión en la diáspora, con las grandes distancias, con el aislamiento en que viven las personas, el individualismo, la inclusividad étnica y de los que son distintos (discapacitados, homosexuales, etc.), con los matrimonios mixtos, con la inestabilidad laboral y las migraciones, etc. Pero confiamos y contamos con el sustento y el poder del dueño de la cosecha y contamos con un mensaje que puede traer alivio y consuelo aún hoy a muchas personas y generar compromiso para sumarse al trabajo.
Qué cosa más hermosa puede haber, que contarle a la gente que tenemos un Dios que está cerca nuestro, que nos ve, que nos ama y que por ello nos perdona, que nos permite rehacer nuestra vida con una perspectiva que no termina en la nada del sepulcro; y que ese Dios quiere que seamos justos y que se nos haga justicia, que quiere que vivamos con dignidad en comunión con él, en una palabra que vivamos en Shalom con él y con nuestros semejantes y toda su creación. Los poderes contrarios fueron vencidos en la cruz. Ello nos permite actuar con esperanza, a pesar del polvo que se nos haya quedado pegado a los pies en los lugares en los que no fue aceptado el mensaje del Dios que está con nosotros. Amén.