Apocalipsis 1, 1–8

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último domingo del año eclesiástico “Cristo Rey” | 23.11.2025| Apocalipsis 1, 1–8 | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

Celebramos hoy el último domingo del año eclesiástico, también denominado “Jesucristo, Rey del Universo”. En otras tradiciones evangélicas se celebra como “domingo de la eternidad” o inclusive como “día de todos los fallecidos” y relacionado con el fin del mundo y el juicio final. Los textos previstos en los diferentes leccionarios para este domingo, y más allá del énfasis que cada tradición le quiera dar, obviamente tienen que ver con todos estos temas. El texto que acabo de leer pone el énfasis en Jesucristo como rey eterno, como Señor de todo lo creado, como principio y fin de todo el universo.

El libro denominado “Apocalipsis”, también llamado “Libro de las Revelaciones”, ya que ese es el significado de su título en idioma griego, no es un escrito bíblico muy usado en nuestras iglesias protestantes, aunque aparentemente fue muy popular en el segundo y tercer siglo de la historia cristiana. El Dr. Martín Lutero lo tradujo al alemán como todos los otros libros canónicos, pero no le pareció útil para extraer de él doctrina alguna. Por cierto es un libro con muchas descripciones alegóricas que no pueden ser interpretadas al pie de la letra y que de hecho han llevado a ciertas personas y agrupaciones a desarrollar interpretaciones entusiastas, fantaseosas, alarmantes y arbitrarias, especialmente en relación a la llegada del fin del mundo. Recuerden ustedes la ansiedad que produjo en muchas personas el traspaso del año 1999 al 2000. No obstante la mayoría de las iglesias cristianas hasta el día de hoy lo han aceptado como uno de los libros integrantes de las Sagradas Escrituras.

El texto de predicación de hoy pertenece al principio del libro y se inicia con una presentación, en la cual su autor nos dice que todo lo descripto en el libro es revelación de Dios y Jesucristo hecha a él, siervo de Jesucristo, llamado Juan. Esta revelación, que él asegura es estricta verdad de lo que escuchó y vio y por tanto escribió, la transmitió en cartas a las siete congregaciones de la provincia de Asia (hoy parte de la Turquía asiática), desde la prisión en la isla de Patmos, en la cual se hallaba encarcelado. El número siete, que en este libro es utilizado constantemente, debe ser entendido según el ideario judío en el sentido de una cantidad grande, una totalidad, la plenitud. O sea, que las siete congregaciones aquí mencionadas representan en realidad a todas las congre-gaciones de la iglesia cristiana.

Al mejor estilo del apóstol Pablo, este Juan, que según testimonio de encumbradas autoridades eclesiásticas de aquellos lejanos tiempos no debía confundirse con el autor del Evangelio, inicia su misiva a las congregaciones con un saludo y declara felices a todos los que leen y escuchan la lectura de estos mensajes recibidos de Dios y hacen caso de los mismos. El saludo transmitido proviene de Dios y de Jesucristo, que son considerados como una unidad a partir de la resurrección y la consiguiente ascensión al Padre de Jesús, el  Cristo. Todo lo transmitido en palabras e imágenes descriptas en este libro por Juan provienen, pues de Dios y de Jesucristo y le llegaron a Juan por medio de un ángel, que no es otra cosa que imagen del Espíritu de Dios que hace saber estas cosas al espíritu de Juan. Y repito: Juan nos asegura que todo lo escrito se ajusta a la estricta verdad de todo lo visto y oído.

En virtud de la resurrección de Jesús de entre los muertos, como nos dice el texto “el primero de los resucitados”, y de su posterior ascensión a las esferas de Dios,  como nosotros también repetimos cada vez que rezamos el Credo, se ha instaurado en la mayoría de los cristianos la idea de que Dios, después de haberse revelado en carne y hueso en la persona de Jesús aquí en esta tierra, se nos ha vuelto a escapar de este mundo para permanecer nuevamente oculto en los misterios de su otra dimensión. Hay entre muchos cristianos en la actualidad una gran desazón ante las aparentemente crecientes miserias, hambrunas, catástrofes, guerras e inseguridades, como que Dios nuevamente ha desaparecido, que nos dejó solos, se recluyó en su mundo, dejando a este mundo liberado a sí mismo.

Pero de acuerdo con el mensaje de Juan, ahora también llegado a nosotros, esta tristeza no tiene una razón valedera. No, Dios no nos abandonó; él continúa estando presente entre nosotros mediante su Espíritu (Hechos 1, 5ss). El Apocalipsis retoma la promesa del Espíritu de Dios que nos acompaña, asegurando contundentemente que con la venida de Dios al mundo en la persona de Jesucristo, no solo los que creemos en el obrar salvífico de Dios somos amados por Dios y perdonados por él, sino que Dios sigue siendo el Dios todopoderoso, creador y controlador de todo el universo, que él es “el que era, el que es y el que ha de venir” y que él es “el principio y el fin” de ese universo, “el primero y el último” como la primera y la última letra del alfabeto lo indican.

De acuerdo a este testimonio, Dios en unidad con Jesucristo y su Espíritu es la suprema autoridad sobre todo el cosmos y por consiguiente también sobre esta tierra, es rey sobre todos los reyes de este mundo, sobre todos los gobernantes por más poderosos que se crean. No es puro nombre, cuando hay congregaciones que llevan el nombre “Jesucristo, rey de reyes”. Él tiene en sus manos la vida de cada uno de ellos y obviamente también de cada uno de nosotros. Él tiene en sus manos la historia, no solo de la iglesia, sino la historia de todo el mundo, la historia secular. Aunque el panorama del mundo muchas veces nos haga pensar que Dios esta ausente, ya sea por el egoísmo reinante, por el abuso del poder, por la pobreza creciente, por los niños abandonados, por la destrucción de nuestro medio ambiente, etc.; el mensaje que Juan nos tiene que decir, nos indica, que a pesar de todos los males que sufrimos, Dios está presente activamente en la historia.

Claro, muchos se preguntan: ¿Si Dios está presente en medio nuestro, por qué el permite que ocurran todos estos males, habida cuenta que los arriba citados son apenas unos pocos de todos los que nos afectan? Es que el poder de Dios no se muestra ni se va a mostrar con ejércitos que van a luchar con los medios por nosotros conocidos  contra los gobernantes que nosotros consideramos malos para vencerlos, como se lo imaginaban muchos seguidores de Jesús de aquellos tiempos o incluso de los tiempos actuales. También los soldados del ejército del presidente Putin y él mismo comen alimentos que surgen de esta tierra, que es creación de Dios. La lluvia beneficiosa para el campo —ya lo dice el salmista— cae sobre las chacras de campesinos amantes de Dios como de campesinos que son incrédulos. Si una epidemia o un tsunami se lleva a personas jóvenes, y decimos con tristeza: qué lástima, todavía tenían toda la vida por delante, no sabemos el plan que Dios tenía para con ellos, si acaso no los quitó de este mundo para llevarlos a su dimensión, en la que no habrá más lágrimas y sufrimientos antes que a nosotros. No quiero ser ni burdo ni simplista, pero no por nada existe el dicho que dice, que “no hay mal que por bien no venga”. Todos dependemos de Dios, en la vida y en la muerte. Él es el principio y la finalidad de todo lo que existe. Es en su presencia constante que él nos llama a vivir a todos nosotros en este mundo, en todo momento y con todas sus consecuencias. Esto es una gracia enorme.

En medio de este mundo que a nuestro parecer tiende a alejarse cada vez más de Dios, nosotros estamos llamados a rescatar la esperanza en la presencia de Dios que abarca todos los ámbitos de nuestra vida. Es más: porque nos ama y nos ha perdonado todo nuestro pasado no santo, nos ha instituido como sus sacerdotes para servirle, para ser testigos de la verdad, para proclamar que “él es el que era, el que es y el que ha de venir”! Sí, Dios en Jesucristo no nos ha abandonado, él está siempre dirigido hacia nosotros, el viene hacia nosotros y cuando él lo considere oportuno vendrá en gloria a este mundo a darle terminación final, el acabado definitivo a su creación. Entonces se revelará en plenitud su proyecto expresado en la promesa de constitución de un nuevo cielo y una nueva tierra, en el que él gobernará plenamente; el Reino de Dios.

Sí, estamos llamados, repito, a proclamar la esperanza en ese Dios que viene, que nos ve, que se preocupa por nosotros, que nos ama y nos perdona y siempre de nuevo está dispuesto a iniciar una nueva vida con nosotros. Es con nosotros, no contra nosotros que él quiere construir su reino, que ya está incipientemente entre nosotros ahí donde dos o tres le sirvan con amor y corazón sincero. No es el reino de los poderosos, de los exitosos, de los ganadores, de los acumuladores de riquezas. Es el reino de los sencillos, humildes, de los desheredados de la tierra, de las víctimas de las injusticias y arbitra-riedades, de los que claman por consuelo en sus desgracias y decepciones.

Ya dentro de una semana iniciamos el nuevo año eclesiástico con el primer domingo de Adviento. Y es justamente toda la época de Adviento previa a la celebración de la venida de Dios al mundo en Jesucristo, en la que nos preparamos para recibir a ese Dios que viene hacia nosotros a traernos su paz y su bendición. Sí, es a través de nuestras manos, de nuestros pies, de nuestra boca que Dios implementa los cambios que demanda este mundo para llegar a ser el Reino de Dios en pleno. Encaremos con alegría y entusiasmo esta tarea para la cual él nos llama y provee sus fuerzas y energía. ¡Qué la gloria y el poder sean  de él para siempre! Amén.


Federico H. Schäfer