
4° domingo de Adviento
4° domingo de Adviento 2020 | Lucas 1, 26-38 | Federico Schäfer |
Estimadas hermanas, estimados hermanos:
La época de Adviento y la cercanía de la celebración de la Navidad – más allá de todo el comercio que se ha ido creando a su alrededor y que a muchos nos molesta porque sentimos que tergiversa el sentido de esta celebración – remueve bastante nuestros espíritus. En familia y en los grupos humanos en los que convivimos afloran muchas cuestiones que en la cotidianeidad del resto del año permanecen latentes. Una de esas cuestiones es la soledad, otra es la convivencia matrimonial, otra la relación con hijos, padres u otros familiares y amigos, las relaciones con compañeros de trabajo y entre patrones y empleados. Hay almuerzos y cenas de camaradería que son experimentados como hipócritas o puramente formales. Hay las familias que no se ponen de acuerdo para celebrar. Hay quienes no tienen con qué celebrar, otros que no tienen con quién celebrar y finalmente quienes no saben qué celebrar. Hay muchas dudas y una gran desorientación. Así es como los deseos de “felices Fiestas” o “feliz Navidad y un próspero año nuevo” que en esta época unos dicen a otros pueden ser interpretados como vacíos de contenido, o solo hacen reflotar sentimientos de frustración, la muda pregunta: ¿qué hay de feliz para mi en todo esto?
En medio de todo esto, no obstante, les quiero transmitir hoy, que no estamos solos con nuestros sinsabores y problemas. Nuestro Dios y creador ve y siente nuestras penurias. Nuestros sufrimientos siempre lo han movido a “simpatía” y misericordia con el género humano y toda su creación. Él quiere estar y está cerca de nosotros para acompañarnos. A nosotros solo nos resta descubrirlo y reconocerlo y poner nuestra confianza en él. Es una lástima que centrados en nuestros dolores personales y desencuentros comunitarios no veamos mucho más allá de esos problemas y nos olvidemos de Dios, aunque justamente él sea nuestro verdadero apoyo y salvador. Él mismo nos quiere facilitar el encuentro con él viniendo a habitar en medio nuestro, conviviendo con nosotros como una persona de carne y hueso como cualquiera de nosotros. Y aunque suene obvio y reiterativo a propósito de los que no saben qué se celebra en Navidad, es precisamente la venida de Dios al mundo lo que celebramos; el encuentro con ese Dios que está muy cerca nuestro y espera que de una buena vez lo tomemos en cuenta.
El relato que hoy escuchamos del Evangelio según Lucas, nos refiere el anuncio de la venida de ese Dios de misericordia hacia nosotros. Reflexionemos un poco sobre esta hermosa historia, sobre la que muchos artistas a lo largo de los siglos han pintado exquisitas interpretaciones. Desafortunadamente para muchos este relato está cargado de dificultades. Pero repito: Dios no nos quiere complicar la vida. Yo más bien diría, que somos nosotros quienes, con nuestras fantasías, nuestra moralina y razón sabelotodo, nublamos nuestro entendimiento llevando este mensaje de aliento y esperanza al descrédito.
A lo largo de la historia, los humanos de todas las razas y culturas se han fabricado ídolos y las divinidades más inverosímiles entretejidas en mitos y leyendas de maravillas espectaculares. Héroes nacidos de vírgenes, capaces de hacer milagros, con fuerzas sobrehumanas son figuras corrientes y que no terminan de escapar de la mente humana hasta la tan esclarecida era actual. Basta con observar críticamente todas las ficciones, historietas y dibujos animados irradiados por televisión. Dios no quiere entrar en competencia con todas esas proyecciones de nuestra propia impotencia. Para llegar a nuestro encuentro recorre el camino inverso, el camino de lo humilde, simple, natural.
Él es el Señor de la historia y seguramente tiene el poder de interrumpir todas las leyes y órdenes naturales según las cuales se mueve nuestro universo en el momento que él quisiese: Bien se nos repite en las Escrituras una y otra vez que para el Señor no hay nada imposible. Puede hacer que una mujer adulta y estéril quede embarazada como el caso de Elizabeth, madre de Juan “el Bautista”. Pero él mismo no irrumpe en la historia en forma espectacular, como un ser sobrenatural. ¡Él decide entrar en nuestra historia por el camino natural! Elije nacer como uno de nosotros a través del vientre de una mujer simple y desconocida, que vivía en un pueblo de la provincia de Galilea insignificante y sin nombre (no hay registros de un pueblo llamado Nazaret. Se cree que recién por causa del mismo Jesús se le asignó más tarde ese nombre. La raíz “nazar” en hebreo significa “salvar”).
María no era de alcurnia (como sí lo era Elizabeth). El que en todo caso tenía apellido era su novio José. A María Dios le manda un mensajero para avisarle que quedará embarazada (ángel proviene del griego “ángelos” que significa mensajero; “angelion” significa mensaje; “euangelion” significa buena noticia). No sabemos cómo era ese mensajero, si era un ser alado como lo imaginaban los antiguos, si era un ser capaz de materializarse como lo explicaría la actual ciencia ficción, si fue una visión o audición de María o un simple recurso de los que contaron por primera vez esta historia para subrayar la divinidad de ese niño que se gestaría en el vientre de María. Pero la descripción de los ángeles no es para nada importante y no vale la pena que nos rompamos la cabeza sobre si esto es creíble o no.
Tampoco es importante romperse la cabeza acerca de si la concepción de Jesús fue virginal o no. Es muy probable que María haya sido virgen al momento de la anunciación. Sin embargo, lo que dice el texto griego original del evangelio simplemente es “mujer joven”. María estaba comprometida con José y esto ya exigía de María una fidelidad absoluta a su novio ante las muy estrictas leyes judías sobre estos asuntos. La infidelidad le hubiese podido costar la vida. Quedar embarazada de otro –aunque hubiese sido por el poder de Dios – la ponía a María en situación de grave riesgo. Pero el evangelista Lucas no dice, si, tal vez muy pronto después de la anunciación, María y José contrajeron el matrimonio formal. Yo no creo que Dios haya querido poner a María en tal grave riesgo de ser apedreada por infidelidad. Por eso yo creo que José tuvo bastante que ver en este embarazo.
Es el evangelista Mateo quien en su versión del Evangelio insiste en que María quedó encinta antes de convivir con José, pero entra con ello en total contradicción con su propio relato, el cual inicia con el detallado árbol genealógico de José para demostrar que Jesús era descendiente del rey David. Pues si José no tuvo nada que ver con la concepción del niño Jesús, ¿qué podía interesar su ascendencia? Creo que no es excluyente el hecho de que Jesús haya nacido de María y José y a la vez haya estado desde su misma concepción permeado por el Espíritu de Dios. Lo que sí es importante que reconozcamos – y esto lo podemos hacer sin necesidad de rompernos la cabeza – es que fue voluntad de Dios, que ese niño Jesús fuese la manifestación, la expresión máxima de su ser en medio nuestro.
Seguramente es y será difícil dilucidar plenamente estas cuestiones. Debemos reconocer que nosotros no somos Dios, y por más que avancemos con nuestra ciencia, no podremos abarcarlo a él. Por cierto, María fue la más agraciada entre todas las mujeres, al tener el privilegio de ser la madre del Cristo, del Dios hecho hombre, pero creo que aún ella misma – a pesar de que reflexionaba siempre todas estas cosas en su corazón – no llegó a comprender plenamente quien era este su hijo primogénito tan diferente de sus hermanos. Pero la actitud de María ante esta inseguridad, ante la duda, es el otro punto importante que podemos rescatar de este relato: Ella expresa al ángel: “Yo soy esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho”. Aunque no tenía aún claridad sobre cómo iba a ser la concepción de ese hijo que luego iría a ser llamado “hijo del Dios altísimo”, ella puso su confianza, todo su destino en manos de Dios, asumió el riesgo de obedecer a Dios.
Dios no exige de nosotros grandes malabarismos mentales. No nos impone difíciles condiciones para acceder a él. Solo un poco de confianza, fe como un granito de mostaza. No nos pide que creamos lo increíble. Quizás eso increíble, que nos cuesta tanto creer, es que Dios nos venga al encuentro de una manera tan sencilla, tan increíblemente sencilla. En Jesús Dios está allí, en medio nuestro para ayudarnos a resolver nuestros problemas, para acompañarnos en nuestra soledad, para sostenernos a pesar de nuestras dudas. Y esto no es una construcción abstracta, un hecho histórico del pasado que nada tiene que ver con nuestras penurias. Jesús tiene muchos hermanos que son nuestros prójimos y que están junto a nosotros y que están dispuestos a brindarnos su amor, su apoyo, su ayuda, pero que también nos desafían a que nosotros los amemos, los acompañemos y seamos solidarios con ellos.
No busquemos a Dios en las estrellas; no busquemos nuestra suerte en los horóscopos y números; no busquemos nuestra felicidad en el poder y el dinero y en tantos otros ídolos. Pongamos nuestra confianza en manos del Dios, que se hizo uno de nosotros; y que, porque conoce todas las penurias humanas – desde la sospecha de ser hijo de madre soltera hasta la muerte en la cruz, injustamente acusado de subversión golpista – podemos considerarlo nuestro apoyo idóneo y solidario.
En esa confianza puesta en Dios – y sabiéndonos amados y acompañados por él – podremos asumir en obediencia a él muchos reveses que nos presenta la vida, aunque no los comprendamos plenamente. Esa confianza nos impulsará a una nueva esperanza en el futuro, que sabemos está en manos de Dios y por tanto no se volcará en contra de sus criaturas. Por tanto valdrá la pena luchar y arriesgar – aunque no veamos los resultados en nuestras personas o nuestra generación – a favor de la soberanía de Dios, ya que tarde o temprano se instaurará plenamente y beneficiará a todo su pueblo.
Si la estación de Adviento nos inquieta y revuelve nuestros espíritus, haciendo aflorar muchas penas y sinsabores, quizás sea bueno así. Adviento es tiempo de preparación, de allanarle al Señor el camino hacia nosotros. Aprovechemos esta oportunidad para ponernos a mano con Dios y para poder celebrar así con felicidad la llegada de Dios también a nuestro corazón y desear “feliz Navidad” a otros con buena conciencia y alegría. Amén.
Pr. em. Federico Schäfer
Buenos Aires, Argentina
federicohugo1943@hotmail.com