Nochebuena 2020

· by predigten · in Current (int.), Español

Tito 2, 11-14 | Federico Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

Mi función como pastor es predicar; no cualquier cosa, no; sino el Evangelio de Jesucristo, es decir, transmitir una buena noticia. Sabemos que las noticias pueden ser

ambiguas. Una misma noticia puede ser buena para unos y mala para otros. Por ejemplo: La noticia sobre el tan anhelado fin de una guerra puede ser buena para los vencedores, pero mala para los vencidos. Depende entonces de la situación en que se encuentre el destinatario de la noticia. Hubo en la historia gobernantes crueles que mataron a los mensajeros que les traían noticias adversas. El Evangelio de Jesucristo pretende ser una buena noticia para todos los seres humanos. La palabra “evangelio”, que proviene del idioma griego, quiere decir precisamente eso: buena noticia.

Así la noticia de que con la venida de Jesucristo a nuestro mundo Dios ha iniciado su reinado en medio nuestro y que en su posterior venida llevará su reinado hasta la plenitud, es un enorme consuelo para unos y un desafío para otros. Con todo, deberá ser una buena noticia para ambos, pues es una noticia que parte de la bondad de Dios y pretende el bien de todos. Esto, sin duda, no significa que lo que oigamos de parte de Dios siempre nos justificará, nos confirmará en nuestra opinión y conducta. La noticia que nos viene de Dios no va forzosamente en nuestra propia dirección. (Hago aquí alusión a la propaganda de una marca de calzado deportivo que se llamaba “Flecha” y que años atrás era anunciado con la frase “Va en tu misma dirección”). De ahí que para algunos oídos deje de ser una buena noticia. No obstante, ella quiere ser una buena noticia, pues pretende ayudarnos justamente a liberarnos de todo aquello que oprime nuestras vidas y las hace tan desesperanzadas, desanimadas, aburridas, trágicas y sin sentido.

Dios no nos impone condiciones. El vino al mundo de manera sencilla y común imponiéndose condiciones a si mismo. El vino y viene personalmente a buscarnos allí en la situación en la que nos encontramos. Entonces, ahora cabe preguntarnos: ¿Dónde estamos? ¿Estamos aquí sufriendo oprimidos por toda clase de miedos: miedo a contraer el peligroso coronavirus y perder nuestra vida; miedo a perder nuestro empleo y así nuestro medio de vida; miedo a perder nuestro dinero, nuestro tiempo, nuestro “status” social; miedo a pasar el ridículo, a perder nuestra identidad, nuestra tradición; miedo a lo desconocido, a la vejez, al futuro incierto de nuestro país? De estos miedos y de muchas otras ataduras es que Dios nos quiere liberar.

Pero esta liberación, este rescate, por cierto, no es una intención de efecto mágico. No por el hecho de adherir formalmente a la idea de la existencia de Dios y de aceptar su buena voluntad, nuestras dificultades desaparecerán de un plumazo. Pero su bondad manifestada al venir a esta tierra en el niño Jesús, nos ubica en otra perspectiva y genera en nosotros una nueva esperanza que permite vivir con los miedos y problemas, sin que estos nos esclavicen y desestabilicen.

Toda perspectiva depende del punto de vista del observador y del objeto que estamos mirando, o sea la dirección hacia donde dirigimos nuestra vista. La bondad de Dios hacia los seres humanos y puesta de manifiesto en todo el obrar de Jesucristo, desde su humilde nacimiento hasta su muerte y resurrección, nos señala nuestra falta de bondad. Y con esta realidad tienen que ver nuestros miedos. Estamos viviendo nuestra vida mal enfocada, con una perspectiva errónea y por tanto con expectativas falsas. Nuestra actual perspectiva parte de nosotros y está enfocada hacia nosotros mismos en la realidad actual. Es la perspectiva del ombligo, o como decía el Dr. Martín Lutero, estamos encorvados sobre nosotros mismos. La bondad de Dios, sin embargo, nos enseña a ubicar nuestro punto de vista allí donde está nuestro semejante y enfocar nuestra vista en dirección al Reino de Dios, que va más allá de nuestra situación actual, que va más allá inclusive de nuestra muerte, sí, y hasta más allá del fin de este mundo. Esa vista se dirigirá al futuro de Dios, al cumplimiento de los tiempos, a la vida eterna.

No es que la adopción de esta nueva perspectiva nos haga insensibles a los problemas de nuestra realidad actual y a relegarlos para su eventual solución a la eternidad en vez de enfrentarlos ahora. Muy por el contrario, la nueva perspectiva que asumiremos nos ayudará a ubicar nuestros problemas en un contexto más amplio y en la dimensión que corresponde. Nuestro miedo a perder nuestra vida y todo lo que en este miedo se halla involucrado – por ejemplo – carece de fundamento, si tomamos en consideración las palabras de nuestro Señor en el sentido de que aquel que más se preocupe por conservar su vida la perderá, mientras que aquel que está dispuesto a sacrificarla por otros, ese vivirá.

Es la vida verdadera y eterna la que cuenta para Jesucristo y no nuestra de por si perecedera vida carnal. Al no estar tan preocupados con la preservación de nuestra propia vida, podremos preocuparnos más por las necesidades de la vida de nuestros semejantes, de toda la comunidad en la que estamos colocados. El miedo a perder nuestro status social, nuestro standard de vida, nuestro dinero (inflación reinante) perderá importancia en la medida en que dejemos de preocuparnos solo de nosotros y aprendamos a ocuparnos más de la vida de quienes están a nuestro alrededor y con quienes estamos compartiendo este mundo. Lo propio ocurrirá con el miedo a pasar el ridículo, especialmente en lo relacionado al abierto testimonio de nuestra fe. El miedo a lo que dirán de mi los demás, se desvanecerá cuando comprendamos que no somos nosotros el centro alrededor de quienes giran todas las otras personas.

Todos los problemas y miedos que nos oprimen tendrán un rango muy inferior en la escala de nuestras valoraciones, si comprendemos, que ni nuestra vida, ni nuestro futuro, ni muchas cosas correspondientes a este mundo dependen tanto de nuestra preocupación. Sino que hay otro fuera de nosotros y de este mundo, que se está preocupando por lo que, en rigor de verdad, es suyo, pertenece a su creación, son sus criaturas. Y que ese alguien, que es Dios, está dirigiendo todo hacia el cumplimiento final de su cometido, de su proyecto; y que en ese plan también estamos previstos nosotros.

Por lo que Dios ha hecho en Navidad – evento que una vez más recordamos y festejamos hoy – y por lo que corroboró con su obrar en la cruz y la resurrección, no podemos pensar que el proyecto de Dios sea malo para nosotros. La confianza que pongamos en el hacer de Dios, que es un hacer como consecuencia de su amor y misericordia, hará también que cambiemos el enfoque de nuestra vida y podamos vivir una vida libre de opresiones producidas por nuestro propio pecado, libre para servir a Dios y libre para servir a nuestros prójimos. Esto es, por cierto, una muy buena noticia digna de ser escuchada y considerada y festejada con alegría. No es una noticia ambigua; es una buena noticia contundente: es el verdadero significado de la Navidad para nosotros y para todo el mundo. ¡La bondad de Dios dedicada a nosotros! Amén.

 

Pr. em. Federico Schäfer

Buenos Aires – Argentina

federicohugo1943@hotmail.com