3º domingo después…

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3º domingo después de Pentecostés | 13.6.21 | MENSAJE: San Marcos 4, 26-29 | EL PODER DE LA PALABRA | Stella Maris Frizs |

Estamos ante una nueva parábola de Jesús. Las parábolas parecen siempre muy fáciles de entender ya que son ejemplos tomados de la vida diaria. En realidad era un método utilizado por Jesús para transmitir a través de relatos, aparentemente simples, enseñanzas muy profundas y significativas. Jesús, era un gran maestro ya que tenía ese don de acomodarse a la capacidad de la gente impartiendo un mensaje claro,  contundente y entendible para su tiempo.

Sospecho que nosotros nunca terminaremos de entenderlas cabalmente puesto que la mayoría encierran un gran misterio. Y ese misterio tiene que ver con el Reino de Dios.

Esa es la razón por la que siempre estamos obligados a prestar mucha atención, analizar, reflexionar, tratar de comprender. Y una vez asimilado el mensaje, intentar llevarlo a la práctica.

Por otro lado, las parábolas (sobre todo si hay personajes en ellas) nos interpelan directamente y nos exigen tomar una decisión: a favor o en contra. Por eso las parábolas son complejas y desafiantes.

Primeramente trataremos de entender qué es el Reino de Dios. Tomaremos un concepto que ofrece Míguez Bonino en su libro “Espacio para ser hombres”: “…se trata de la afirmación de una humanidad transformada en una tierra renovada. Es la visión de un mundo en que el propósito creador de Dios finalmente se ha cumplido; donde el hambre, la pobreza, la injusticia, la opresión, el engaño, y finalmente la enfermedad y la muerte misma han sido definitivamente desterradas. Es la visión de un mundo del cual el mal ha sido arrancado de raíz y para siempre. Donde el amor de Dios es todo y en todos. Donde la calidad de humanidad que se dio en Jesucristo ha penetrado toda nuestra humanidad y, por lo tanto, el proyecto de Dios de hacer una humanidad que vive solidariamente el amor en un mundo armonioso que él mismo trabaja, cultiva y hace fructificar, se ha cumplido”.

 

Jesús comienza esta parábola comparando el Reino de Dios con el acto de sembrar. En apenas unos versículos se describen multiplicidad de acciones, lo cual muestra que hay actividad, movimiento, crecimiento, evolución. Sin embargo la parábola también resalta la inactividad del agricultor una vez realizada la siembra.

Es importante señalar entonces que la acción del ser humano y la intervención misteriosa de Dios son imprescindibles para que ese Reino que ya está entre nosotros, pero que sigue viniendo, siga su proceso de extensión y crecimiento.

Y así como la semilla crece de manera oculta (casi imperceptible), sin que sepamos cómo, también el Reino se va gestando, va madurando y se va multiplicando a lo largo y a lo ancho del universo. Es un crecimiento constante, inevitable, aunque múltiples factores pueden contribuir a su retraso, retardo o retroceso.

¿Cuál sería nuestra tarea si nos identificamos con el personaje de esta historia?

Somos sembradores/ labradores aunque no tengamos poder sobre el crecimiento y aunque seamos conscientes que no siempre el terreno y el momento sean propicios.

Jesús comenzó con un puñado de discípulos a quienes instruyó, preparó y desafío. Su misión era predicar el evangelio, pero si esa predicación tenía éxito y prosperaba, ya no dependía de ellos.  La fuerza y la eficacia estaban en la Palabra misma.

Después, con el poder del Espíritu Santo hubo un envío extensivo: “…Y saldrán a dar testimonio de mí…hasta en las partes más lejanas de la tierra” (Hech 1,8). Cada cristiano/na bautizado y convencido de su fe es llamado (no solo a ser sal o luz) sino a poner su granito (fecundo)  y favorecer así a que este mundo sea más humano, más armonioso y más solidario.

Hay muchas situaciones que nosotros no podemos controlar. Así como no podemos manejar la orientación del viento, tampoco podemos manipular al Espíritu que sopla donde quiere y cuando quiere.

Lo que sí podemos gobernar es el uso de la Palabra. Sin olvidar que la palabra tiene vida y tiene poder. Con ella podemos hacer mucho daño y lastimar; pero con ella también podemos instruir, corregir, enseñar, animar….

¿Qué somos llamados a sembrar?

Pues palabras. Palabras que edifiquen, que ayuden a crecer, que den esperanza y que lleven consuelo. Este tiempo donde una pandemia ha “sacudido” al mundo, es un tiempo propicio para ese tipo de siembra. Hay cansancio, soledad, angustia, incertidumbre, dolor, tristeza….y más.

Quiera Dios usarnos como instrumentos para llevar alivio, contención, consuelo y esperanza. Porque cada vez que compartimos buenas nuevas, ayudamos, mostramos amor al prójimo, perdonamos, nos reconciliamos….el Reino crece y se expande.

Verdad es que a lo largo de la historia ha habido (y todavía hay) planes siniestros para frustrar lo que Dios ha comenzado. Verdad es que hay mucha cizaña creciendo por todos lados, pero nunca nadie ha podido detener el avance del Reino. Ni ha impedido que la semilla rompa hasta un hormigón armado.

Esta parábola también nos invita a poner en práctica la paciencia. Así como no se puede acelerar el crecimiento de una planta, tampoco podemos implementar métodos que fuercen el tiempo de germinación interna en cada persona (llámese sanidad, confianza, perdón…)

La sociedad en la cual vivimos que nos presiona con el “llame ya”, “solucione ya” nos hace desesperar un poco en relación a la fe y a la palabra.  Cuando se mide el éxito por la rapidez con que se logran los frutos, sentimos una gran frustración. A veces quisiéramos ver los resultados de forma inmediata, olvidando que no todo depende de nosotros y que Dios (casi siempre) tiene otros tiempos.

*Bambú japonés. (Alex Rovira Celma) Recurso

Nuestra parábola concluye con el tiempo de la siega o de la cosecha. Aquí no nos vamos a detener. Sencillamente porque de eso no nos ocuparemos nosotros. Y tampoco sabemos cómo será.

Lo que sí sabemos es que lo bueno se guarda y lo que no sirve, se tira.

Lo que sí sabemos es que no habrá palabra que sea vana si es dicha con amor y que no habrá acción que quede sin recompensa si se hace con amor.

Que no es importante la grandeza o la pequeñez porque Dios tiene otros criterios para medir. De última lo que vale es la intención y el hacer todo de corazón.

Gracias Señor por donarnos la vida. Gracias por hacernos ver que no todo depende de nosotros. Gracias por regalarnos paciencia en un tiempo de urgencias y por darnos esperanza cuando el panorama no luce alentador.

Úsanos como  labradores para seguir sembrando semillas de paz, de amor, de vida y de verdad. Y danos siempre la certeza de que lo pequeño en tus manos puede multiplicarse y ser grandioso. Guárdanos y presérvanos de todo mal. Amén.

*Bambú japonés

No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere una buena semilla, buen abono y riego constante. También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada, apurándola con el riego de echarla a perder, gritándole con todas sus fuerzas: Crece!! Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes: siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente. Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad, no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto, que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles.

Sin embargo, durante el sétimo año, en un período de solo seis semanas, la planta de bambú crece ¡más de 30 metros! ¿Tardó solos seis semanas en crecer? No, la verdad es que se tomó siete años y seos semanas en desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años.

(En la vida cotidiana muchas veces queremos encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo)

P. Stella Maris Frizs

Basavilbaso – Entre Ríos

stellafrizs@hotmail.com