CAPÍTULO SEGUNDO EL EVANGELIO DE LA CREACIÓN

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¡Gracia y paz de parte de nuestro Señor Jesucristo, el
que era, es y será siempre!
Hermanas, hermanos

Comienzo con un testimonio personal.
Vivíamos en la mesopotámica provincia de Entre
Ríos (¡entre los ríos Paraná y Uruguay!),
Argentina. Éramos descendientes de inmigrantes ruso-alemanes de
tradición protestante. Mis padres con nosotros, sus cinco hijos,
convivíamos en una enorme casa de campo con los abuelos paternos
y el hermano menor de mi papá. Ahora, con el casamiento, se agregaría
a la “gran familia” una tercera, la de mi tío y su esposa.
En ese entonces yo tenía ocho años de edad. Y viví con
especial intensidad los laboriosos días de previos y la fiesta misma, ¡que
también duraría varios días!

La comida para unos 500 invitados era preparada en casa con toda la
producción propia, menos el vino. (No teníamos tierra apta
para viñedos).
El almuerzo festivo y el baile tendrían lugar en un enorme galpón
de chapas de zinc, que se utilizaba para guardar maquinarias rurales y cereales
y para llegar a ese lugar sólo había caminos de tierra negra,
que se volvían absolutamente intransitables en los días de lluvia.

Era en el mes de Enero, un día muy caluroso de verano y pesados
nubarrones cubrían el cielo.
La ceremonia de bendición matrimonial fue celebrada a 40 Km. de distancia
en la Iglesia Evangélica del Río de la Plata (IERP) de Viale,
el pueblo más cercano.

Los novios y los invitados llegaron al galpón del campo al mediodía,
acompañados por la música de una alegre banda. ¡Hasta
ahí, todo bien1

Pero apenas servidas las largas mesas y la ruidosa algarabía
de los comensales se iba apaciguado en el murmullo de la bocas ocupadas,
se escucharon fuertes truenos y sobre las chapas de zinc las gruesas
gotas de un fuerte aguacero, lluvia que iba a durar casi tres días
sin interrupción.
Después del almuerzo ya nadie salir para ir a su casa. La fiesta continuó.
Pero al día siguiente ya comienzan a faltar algunas cosas, el pan, la
comida para tanta gente y el vino.

No tengo idea si fue por el deseo de seguir festejando o por el impulso
de un espíritu de compañerismo y solidaridad con los dueños
de casa y los novios. Pero, recuerdo algunos parientes y vecinos más
cercanos, incluyendo un almacenero de ramos generales se fueron caminando
por el barro o en carros dificultosamente tirados por caballos, y se
las ingeniaron para acercar unas bolsas de harina de trigo, donaciones
de corderos, lechones, algún novillo. También varios cajones
con botellas de vino. Muchas manos de invitados amasaron la harina, otros
calentaron el horno de barro, otros faenaron los animales, otros fueron
a pescar a un arroyo cercano, los músicos siguieron haciendo música.
Todos pusieron lo suyo, las dificultades fueron superadas, la fiesta
pudo continuar con alegría hasta el final

Según el testimonio de la época del Evangelio
de Juan,
parece que en aquellas aldeas las fiestas de bodas
duraban naturalmente varios días. Y en la que fueron invitados
y participaron Jesús, sus discípulos y su madre, también
se acaba el vino.
En esas circunstancias y aun haciendo algunas observaciones duras, Jesús
no se niega a dar una mano en la provisión de ¡una buena cantidad
y del mejor vino!, para que la fiesta continúe.

Lo que él hace es promoción del alcoholismo, como algunos
críticos piadosos interpretaron en la historia.
Y, si bien Jesús no es el responsable de solucionar el problema surgido, él
interviene para mostrar que la amabilidad de Dios no está tan alejada
como para rozar sólo espiritualmente a los seres humanos.

Las “Bodas en Caná de Galilea” es el primer relato de Juan sobre
un acontecimiento, que se convierte en la parábola de un mensaje
muy profundo.
Jesús utiliza aquí su poder, no sólo para resolver una
necesidad concreta de un grupo de personas, sino sobre todo para mostrar en
forma ejemplar la gloria de Dios y la alegría festiva en su Reino.

Esto no fundamenta el llamado: “¡Pare de sufrir!” de los teólogos
de la prosperidad, que atraen a tanta gente en nuestro país. Por
lo tanto tampoco es signo y señal de un hecho por el cual Jesús
evita cómodamente “la hora” de su sufrimiento y muerte.

El valdense y uruguayo pastor Oscar Geymonat dice: “que no es casual
ni sin importancia… el llamado de María a que los que sirven en
la fiesta hagan lo que Jesús les dice y que la obediencia de ellos
hace que la fiesta pueda continuar.”

Nosotros sabemos, que no tenemos derecho de pedir milagros por encargo
Jesús.
Pero con su actitud él nos está diciendo que sí podemos
aceptar los buenos tiempos, los períodos de felicidad, de alegría,
de amor pleno que se nos permita vivir, y estar agradecidos por esa señal
del cielo que Dios nos regala.

Pues, como sigue diciendo Geymonat: “también nosotros somos invitados
a una fiesta. Porque no nos dio Dios el mundo y la vida para que (sólo)
sufriéramos, sino para que fuera lugar y tiempo de bendición
y felicidad.” (Lecturas Diarias 2004, de la IERP).

Además, Jesús no quiere hacer las cosas solo, liberándonos
de toda responsabilidad. Él nos hace partícipes. Los cristianos
somos llamados a colaborar en lo que Cristo nos pide. Pero el hecho de
seguirle y convertirnos en sus servidores no nos libera del esfuerzo
personal por los demás; tampoco nos otorga un pasaporte que nos
evita el dolor y el sufrimiento por su causa.

Sin embargo, los hacedores de su voluntad, sí podemos ponernos
a su disposición y contar que con nuestra participación Él
quiere transformar toda situación difícil que estemos viviendo,
y convertir su Reino en la realidad, que en el Padrenuestro pedimos se
concrete entre nosotros.

Esta será la manera en que el esfuerzo personal y el trabajo
dejarán de ser una maldición. Esta será la forma
en que nuestro mundo deje de ser “un valle de lágrimas” para millones
personas, y se convierta en la casa (oikumene- Juan 17), donde el Señor
ha “preparado un banquete” para mí, y para todos sus invitados.
(Salmo 23).
Entonces ya no habrá otro camino que el de permanecer y participar en
el espacio que para su gloria él nos ha preparado en este mundo y donde “el
amor y la verdad se dan cita, la paz y la justicia se besan.” (Salmo 85).

Finalizo, invitándolos a cantar:
Vayamos alegres, Jesús dice: no tengan miedo,/ vení,
no te quedes, que ya volvemos a empezar.
Y si el viento arrecia y todo se nos quiere hundir/ y vemos
todo negro y nadie se anima a seguir.
Y ss el campo está duro y casi no se puede arar, / y nos tapan los yuyos
y nadie puede respirar:
Vayamos alegres, Jesús dice: no tengan miedo, / vení,
no te quedes, que ya volvemos a empezar.
Y si el trigo es mucho y hay pocos para cosechar/ y se viene la
noche y nadie quiere ayudar:
Vayamos alegres, Jesús dice: no tengan miedo. /vení,
no te quedes que ahora hay que festejar.
Y traigan muchos panes y el vino que se va a tomar, /y arrímense
a la mesa, hay fuerza para continuar.
Vayamos alegres, Jesús dice: no tengan miedo, / vení,
no te quedes que ahora hay que festejar.
(De Alejandro Zorzin; Cancionero Sinodal de la IERP)

Rodolfo Roberto Reinich,
Pastor en la Parroquia Olivos de la Congregación Evangélica Alemana
Buenos Aires.
E-Mail: reinich@ciudad.com.ar