Hechos de los Apóstoles 16, 6-15

· by predigten · in 05) Apostelgeschichte / Acts of the Apostles, 18. So. n. Trinitatis, Archiv, Beitragende, Bibel, Current (int.), Español, Federico H. Schäfer, Kapitel 16 / Chapter 16, Kasus, Neues Testament, Predigten / Sermons

19º domingo después de Pentecostés | 19.10.2025 | Hechos de los Apóstoles 16, 6 – 15 | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

Recapitulemos brevemente lo que acabamos de escuchar en la lectura del texto de predicación: El apóstol Pablo deseaba —como se nos relata en el capítulo anterior—visitar nuevamente las congregaciones por él fundadas. Acompañado por otros dos compañeros en la misión, Silas y Timoteo, atraviesan el Asia Menor (hoy Turquía) y curiosamente nos dice el texto, que el Espíritu Santo no les permitió proclamar el mensaje allí, en las localidades de esa provincia. Descienden, pues, en dirección al mar y llegan al puerto de Troas. Allí se les agrega otro hombre, Lucas, quien más tarde redactará el evangelio que lleva su nombre y este libro de los Hechos de los Apóstoles. Pablo tiene entonces un sueño extraño: Lo llaman desde la provincia de Macedonia, al otro lado del Mar Egeo. Seguros de que se trataba de una manifestación divina, se preparan para viajar a esa tierra europea. Finalmente llegan a Filipos, una localidad de cierta importancia en la región, fundada por los romanos como guarnición militar.

En esa colonia no se permitía otro culto que la adoración al emperador y a los dioses romanos. Los extranjeros y adeptos a otras religiones debían oficiar sus cultos fuera de la ciudad. Los israelitas oraban a Dios en un lugar junto a un río. Allí se dirigen Pablo y sus acompañantes para predicar el mensaje de Jesucristo. Solamente mujeres se habían reunido en aquel día de descanso. Una de ellas, llamada Lidia, comerciante de telas de púrpura, no era israelita. Pero, se nos dice, que adoraba a Dios y se encontraba allí para escuchar el mensaje que traía el apóstol. Esta mujer encuentra aquí lo que, quizás, estarías buscando ya desde hacía tiempo: al Dios verdadero. Ella acepta a Jesucristo y se deja bautizar con toda su familia. Luego invita a los misioneros a alojarse en su casa.

En este relato observamos una vez más el estilo que caracteriza a los escritos del evangelista Lucas: Demostrar que toda la misión, todo el desenvolvimiento de la primitiva iglesia cristiana es obra y acción de Dios. Todo está guiado por su voluntad: el viaje de Pablo a Macedonia y la conversión de Lidia. Estos hechos no pueden ser atribuidos —según Lucas— simplemente a la casualidad o la voluntad humana. Claro está que Dios siempre actúa a través de seres humanos y sus decisiones. Pero el mayor o menor éxito de una obra siempre estará en manos de Dios y no podrá ser atribuida a la mayor o menor eficacia humana. También la iniciativa pertenece a Dios, las personas que las realizan son sus herramientas. Precisamente el convertirse a Dios, el tener fe en Dios significa obedecer su mandamientos, significa tener tanta confianza en Dios, que nos dejemos usar por él como sus instrumentos.

Un ejemplo claro de esta actitud es la vida del propio apóstol Pablo y la de sus compañeros. Ellos fueron instrumentos en manos de Dios al llevar el mensaje de Jesucristo a todo el mundo. Por supuesto que es Dios quien prepara a sus herramientas. En la fragua las forja hasta hacerlas útiles a sus planes, a su voluntad. Muchas contrariedades en nuestra vida no son más que golpes de Dios por medio de los cuales nos quiere transformar en instrumentos adecuados para la construcción de su reino. Cuanto menos dispuestos estemos a dejarnos usar al servicio del Señor, tanto más duros pueden llegar a ser estos golpes.

Pero supongamos, por el contrario, que estemos dispuestos como hombres y mujeres que aceptan a Jesús como su Señor a servirle y obedecerle. ¡Cómo habremos de obtener sus órdenes? ¿Cómo habremos de saber lo que él quiere que realicemos? Pues habremos de escuchar las indicaciones de su Espíritu. Este nos habla en primer lugar por a través de la Sagrada Escritura. Ella nos indica y enseña todo lo que podemos y debemos hacer en términos generales. Pero el Espíritu Santo también nos puede “soplar” en forma más directa al corazón y a nuestro entendimiento; y nos ayudará a encontrar el camino que lleva a Dios cuando estemos perdidos y desorientados. El Espíritu nos puede “hablar” por a través de un sueño, un presentimiento, una ocurrencia, una imaginación, un razonamiento que nos puede llevar a tomar una decisión acorde a la voluntad de Dios.

Así es como Pablo y sus compañeros no predicaron en las congregaciones de la provincia de Asia y tomaron la decisión de armar viaje a la provincia de Macedonia. De esta manera llevaron el mensaje de Jesucristo a otro continente, al continente europeo. Fue, sin duda, una decisión trascendente. Si el Apóstol y sus compañeros hubieran desestimado la visión recibida, y se hubieran quedado a trabajar en la región de Asia, seguramente Dios habría buscado a otro servidor para llevar las Buenas Nuevas a Grecia y Macedonia. Pero ¿cuánto tiempo más tarde? No tiene sentido especular sobre ello, pues la voluntad de Dios se cumple más tarde o más temprano.

Con su palabra, que se hizo carne y hueso en Jesucristo y que luego fue predicada por los apóstoles y misioneros por todo el mudo, Dios ha transformado pueblos enteros, transformando su forma de pensar, sus costumbres, sus actitudes, su forma de gobierno, sus leyes. Estos cambios no se produjeron de un día para otro, fue en la mayoría de los pueblos un largo proceso. Pero aunque Dios realice obras grandes y de largo alcance, no se olvida de los detalles, él no se olvida de las personas, de cada uno de nosotros, o de los pequeños grupos que se encuentran solitarios buscando o sirviendo a Dios.

Pablo, Silas, Timoteo y Lucas no sabían el sentido que podía tener el viaje a Macedonia, que, por supuesto no terminó allí, sino que los llevó a proclamar el Evangelio en muchas ciudades y pueblos de Europa. Pero Dios por a través de su Espíritu los guio a dónde él quería. Lo mismo ocurrió con la mujer llamada Lidia. El texto nos dice que Dios le abrió su corazón para que hiciera caso a lo que Pablo decía. Así esta mujer se convirtió a la fe cristiana; el primer europeo que se decidió a seguir a Cristo y encima de todo una mujer! También este detalle es trascendente, si consideramos que antaño las mujeres no eran tomadas demasiado en cuenta. Entre los israelitas la mujer no tenía nada que decir, era considerado un ser no religioso. Recién el mensaje de Jesucristo dio a la mujer la posición en la sociedad que le correspondía. Para el Espíritu Santo no hay diferencia entre varón y mujer. Dios obró…. Y Lidia obedeció!

Corresponde ahora preguntarnos, qué es lo que nosotros hacemos en obediencia a Dios. En el desarrollo del libro de los Hechos de los Apóstoles podemos ver cuantas obras trascendentes Dios realizó a través de un puñado de hombres. Hoy como en el pasado Dios tiene su plan y sus propósitos que desea concretar a través de sus servidores, a través de seres humanos convocados para salvación y beneficio de otros seres humanos y del mundo entero.

Para cada persona Dios tiene preparada una tarea, una misión. Si nos consideramos cristianos, seguidores de nuestro Señor Jesucristo, nos debemos preguntar, si estamos obedeciendo al Señor, si dejamos que él nos utilice para la realización de sus propósitos, o si estamos empedernidos en nuestra propia autosuficiencia estorbando las iniciativas divinas. La cuestión no es, si Dios actúa también en el mundo de hoy; si interviene en nuestra historia del siglo XXI como en la antigüedad, o no, sino, si nosotros estamos dispuestos a dejar que actúe a través nuestro. Si hoy percibimos que no ocurren las obras de Dios en medio de nosotros, tal vez sea falta de fe y confianza de nuestra parte que nos impide ver las obras que él aún hoy realiza. Dios tiene poder suficiente para obligar a los empedernidos y hacerlos maleables a sus propósitos. Sin embargo, él nos deja libertad de decidir en virtud del amor que tiene por nosotros, la capacidad de ser responsables que nos prodiga y la confianza que pone en nosotros. Él no quiere “borreguitos”, no quiere marionetas, él quiere a seres humanos a su imagen, que aman y quieren a su creador en virtud de un convencimiento propio, el convencimiento de que es bueno y saludable vivir en comunión con Dios y dejarse guiar por su Espíritu.

Mi inquietud referente a todo esto es la siguiente: Considero que es hora que como cristianos hagamos un momento de silencio en nuestras vidas y aprendamos a escuchar las indicaciones del Espíritu de Dios. Así recibiremos respuesta a la pregunta: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y dejaremos que él haga a través nuestro también hoy día sus grandes y pequeñas obras. Amén.


Federico H. Schäfer,
Pastor emérito. Iglesia Evangélica del Río de la Plata
E.mail: <federicohugo1943@hotmail.com>