
Jeremías 29, 1.4-7 (10-14)
Sermón para 22º domingo después de Pentecostés | 20.10.2024 | Jeremías 29, 1.4-7 (10-14) (Leccionario EKD, Serie IV) | Federico H. Schäfer |
Estimadas hermanas, estimados hermanos:
A más tardar desde la época en que en los países en que están insertas nuestras iglesias fueron dominados por sendas dictaduras militares, se viene discutiendo el tema de la incursión de las iglesias en asuntos políticos. En realidad, este tema nunca fue ajeno a las iglesias; basta echar una mirada a la historia eclesiástica. Con todo, durante las épocas de dictadura y después de ellas, hubo y hay muchas personas, laicos como ministros, que, —defendiendo intereses personales o determinada ideología— nos querían hacer creer, que la iglesia no debía meterse en asuntos políticos. Claro está, es lógico pensar, que las iglesias seguidoras de nuestro Señor Jesucristo, están o debieran estar por encima de las luchas por el poder y las diferencias partidarias.
No obstante, la iglesia cristiana no está destinada a llevar una vida en la clandestinidad, sino por el contrario, tiene el encargo de llevar las Buenas Nuevas de Jesucristo a todas las personas hasta los confines del mundo; de predicar el Evangelio públicamente y a viva voz. Con esto la iglesia, independientemente de cómo esté organizada, forma parte de la sociedad y así, lo quiera o no, es un elemento político, aun cuando actuase de conformidad o no con el poder político de turno en el lugar que sea.
Aun existiendo disenso al interior de nuestras iglesias —minoritarias por cierto, o incluso exiguamente minoritarias— podemos decir, no sin cierto orgullo, que no nos hemos quedado totalmente callados en el seno de nuestras sociedades ante los abusos de poder de las dictaduras, ni ante las actuales problemáticas derivadas de la globalización. En la cuestión de las deudas externas, por ejemplo, nos propusimos deliberadamente a intervenir, incluso a nivel internacional. Lo mismo en su momento en el caso de la cuasi pandemia del HIV-Sida o cuando nos afectaba la pandemia del Covid-19. Otros temas en los que hemos actuado fueron: la trata de personas, la situación de los migrantes, el apoyo a los pueblos originarios, los derechos de la mujer, etc.
Esta convicción, que, como pueblo de Dios, sea como fuere, seguimos siendo a la vez pueblo de este mundo, es decir, parte de la “polis” (en griego ciudad) y que por tanto tenemos responsabilidad por lo que ocurre en esa “polis”, como vemos en el párrafo bíblico que hemos escuchado hace unos instantes, ya fue convicción de los antiguos profetas. Como cristianos estamos llamados a reflejar, a compartir el amor que nos prodiga nuestro Señor con otros y otras, con nuestros semejantes; es parte de nuestra misión liberadora. Por lo tanto, el bienestar de nuestros prójimos, que forman parte de la sociedad que configura nuestro entorno, no nos puede ser indiferente. No digo nada nuevo con esto, Uds. lo saben, estoy apenas recapi-tulando estos conceptos para dar sustento al ánimo que quiero darles para que sigan así; y podamos seguir incidiendo con renovadas fuerzas en las “res publicas” (en latín: cosas públicas) para bien de nuestras sociedades.
El Profeta Jeremías recomienda a los deportados a Babilonia (hoy parte de Irak), que se instalen debidamente en ese país, en ese territorio, pues prevé que quedarán presos allí por varias generaciones. Para Jeremías estaba claro que el imperio babilónico no quería tener más resistencias en la región de Canaán (posteriormente Palestina) y por otro lado necesitaba mano de obra barata para reemplazar a aquella recrutada para ir al frente en sus campañas expansionistas. El exilio forzoso no era una prisión de guerra transitoria. En virtud de ello, Jeremías aconseja a los judíos deportados que se integren, que se sientan pertenecientes a su nuevo entorno y colaboren con esa sociedad para el bien común de la misma.
Podemos imaginar que los judíos desterrados en Babilonia deben haber pensado en un primer momento: este Jeremías está totalmente desubicado. ¿Cómo vamos a poder trabajar con gusto y para el bien de aquellos que son nuestros enemigos? ¡Trabajaremos lo que nos obliguen a realizar, ni un poco más! Y, si es posible, sabotearemos los emprendimientos babilónicos.
Pero Jeremías insiste en el hecho de la perduración del exilio y la conveniencia del compromiso de los deportados para con el bienestar de los habitantes de dicha ciudad y país.
La lógica de su propuesta, por otro lado, es bien utilitarista: si les va bien a ellos, les irá bien a ustedes. En vuestro propio beneficio colaboren para el bienestar de esa sociedad en la que ahora fueron colocados. O sea, el más egoísta, desde un punto de vista de la conveniencia personal, o el más nacionalista desde el punto de vista de la comunidad judía, debía reconocer, que a la larga redundaría en su propio beneficio la colaboración para el bienestar de la sociedad babilónica.
A mi este párrafo del libro del profeta Jeremías siempre me impactó. Aunque el relato bíblico nos transmite, que fue Dios quien encargó a Jeremías escribir esta carta a los deportados, en realidad, la recomendación de trabajar a favor de la prosperidad de Babilonia, no necesitaría obedecer a ninguna demanda divina, ni a ninguna convicción humanitaria, sino a la simple y fría estimación de los propios beneficios. Trabajar para el bien común, insertarse en las cuestiones de la cosa pública, de la política, no necesita siquiera de un estímulo nacido de nuestra fe. Esta máxima es, por lo tanto, vendible asimismo a personas de convicción atea, a agnósticos, miembros de otras creencias religiosas y calculadores empresarios. Esto explica, por ejemplo, por qué últimamente grandes empresas multinacionales o aún pequeñas empresas locales se interesan por el tema de la responsabilidad social y medioambiental y tratan de poner en marcha acciones en consecuencia. Han reconocido, que estas actitudes los benefician en su buen nombre y en el “marketing” de su producción.
Como otro producto de esta reflexión quiero decir, que el contenido de toda la carta del profeta Jeremías a los desterrados en Babilonia, también es útil predicarlo a muchas personas, miembros de nuestras iglesias, especialmente a aquellos establecidos en nuestras ciudades y provenientes de la inmigración. Salvo los descendientes de nuestros pueblos originarios, que en nuestras comunidades son eventualmente una minoría, el resto de nuestros correli-gionarios proviene —como comúnmente se dice— “de los barcos”, es decir son inmigrantes. Muchos de ellos están, sin duda, firmemente arraigados en estas tierras americanas, incluso ya por generaciones. Pero no todos se sienten así, sobre todos aquellos llegados en tiempos más recientes o que a pesar de ser ya hijos de inmigrantes, todavía se sienten como “extranjeros” en medio de nuestras sociedades.
Esta situación no atañe solamente a las familias miembro de nuestras congregaciones, sino a la población de nuestros países en general. Las migraciones internas, mayormente generadas por razones económicas, otrora también por razones políticas, acrecientan esta situación. Se piensa: yo soy paraguayo (en Argentina), yo soy uruguayo (en Argentina), yo soy brasileño (en Paraguay), yo soy chileno, yo soy alemán, italiano, sirio-libanés, armenio, etc., qué tengo que ver yo con este gobierno corrupto… Y se encierran en su colectividad. Es difícil gobernar sociedades tan heterogéneas y pluralistas en las que no hay consciencia nacional, consciencia de pueblo, donde cada uno tira para su lado, tal vez añorando volver a su país de origen, si allí las condiciones nuevamente lo permiten. De hecho, muchos han optado por esa alter-nativa en los últimos tiempos. A todas estas personas podemos aconsejar en el sentido del mensaje de Jeremías: ¡Acomódense a dónde fueron llevados, aunque eventualmente en contra de vuestros deseos, y siéntanse responsables por el lugar en el que les toca vivir, aún que lo consideren una estancia transitoria! ¡Trabajen para el bien del lugar en el que de momento se encuentran, ya que esta conducta va a redundar en vuestro propio beneficio! ¡Rueguen a Dios por la ciudad en la que viven, pues, si esa ciudad prospera, también prosperarán ustedes!
Asumir responsabilidad política y luchar por el bien común del lugar en el que habitamos, más allá de las razones por las cuales estamos en ese lugar, es beneficioso para todos y todas, seamos protestantes, o musulmanes, médicos o empleadas domésticas, paraguayos o chinos. Y para finalizar agrego aún un detalle, que nos gusta reprimir: Como seres humanos que somos, nuestra vida en este mundo es transitoria, sea el lugar en el que nos toque morar. Todos, tarde o temprano, deberemos partir de esta tierra. Los cristianos de fe verdadera sabremos valorar, que en realidad somos ciudadanos del Reino de Dios, que no es como un reino de este mundo en el que rige la ambición y la lucha por el poder. Ese es nuestro consuelo y nuestra esperanza, pero que ese Reino ya comienza en el aquí y ahora y le debemos nuestra plena fidelidad y colaboración. Amén.
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Federico H. Schäfer,
E.mail: <federicohugo1943@hotmail.com>