
Juan
¿A QUIÉN REPRESENTAMOS?
Hubo una brecha muy amplia entre la postura de los ciudadanos españoles y la del Presidente Aznar sobre la participación en la guerra en Irak. Aznar participó en la cumbre de Las Azores donde se decidió definitivamente lanzar la guerra. Sin embargo, más de 90% de los españoles estaban en contra de esta decisión. La pregunta que estaba en la mente de los españoles era: “¿Quién eres tú, Aznar, para meternos en una guerra ilegal?”
La pregunta a Jesús en nuestro texto hoy es semejante en el fondo. “¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente.” Para ponerlo en otras palabras: “¿Quién crees que eres…el Cristo?”
Los españoles sentían que el Presidente Aznar se desacreditaba a sí mismo cuando iba en contra del pueblo tan tajantemente, porque al final de cuentas su autoridad deriva del pueblo. Los líderes religiosos cuestionaban la autoridad de Jesús para hacer lo que hacía, porque se consideraban los avatares de la autoridad divina.
La gente del mundo hoy mira a la Iglesia y pregunta: “¿Quiénes sois? ¿Con qué autoridad alegáis hablarnos sobre Dios?” El reto que afrontó Jesús es nuestro reto como Iglesia.
El evangelio de Juan nos presenta una serie de escenarios de conflicto entre Jesús y los líderes religiosos de Jerusalén. La fiesta de la dedicación en nuestro texto es la tercera fiesta en Jerusalén a que asiste Jesús.
En su primera comparecencia en el capítulo 2 Jesús llama atención a sí mismo dramáticamente cuando coge un azote de cuerdas y vuelca las mesas de los cambistas y echa a los comerciantes del templo. Desde este momento el escenario está claro: Jesús o es el enemigo del establecimiento religioso y el pueblo de Israel mismo o es el Mesías esperado.
En el capítulo 5 Jesús asiste a otra fiesta en Jerusalén, y en esta ocasión sana a un paralítico. En este pasaje surge la cuestión de fondo, que se repite en el capítulo 10. Jesús proclama que Dios es su Padre y que las obras que hace no son suyas sino son del Padre.
No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. (5:19)
En otras palabras, Jesús sostiene que representa a Dios directamente aparte del orden religioso establecidoCada vez que los líderes cuestionan su autoridad y preguntan sobre su identidad Jesús ofrece sus obras como testimonio y prueba. Como dice en 10:25: “Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí.”
Esta respuesta provocaba división entre los líderes. Algunos opinaban que tenía un demonio, pero otros no estaban convencidos. Decían: “¿Puede acaso el demonio abrir los ojos de los ciegos?” (10:21)
La postura de Jesús estaba clara: “Yo y el Padre uno somos.” Ofrecía sus obras como evidencia para esta afirmación. En otras palabras Jesús sostenía, “¿Quieres saber quién soy? Mira lo que hago.”
Podríamos distanciarnos de este escenario como si estuviéramos viendo un partido de fútbol salvo por un detalle. Estamos vinculados a Jesús y su misión. Lo que Jesús dice sobre su relación con el Padre hasta cierto punto se aplica a nosotros también. Escuchemos a Jesús en 14:11-14.
Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras.
De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él también las hará; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre.
Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pedís en mi nombre, yo lo haré.
Las obras de Jesús, las mismas obras que testifican de su identidad como Hijo de Dios, éstas harán sus discípulos…es decir, nosotros. Y no sólo eso, ¡nuestras obras deben ser mayores que las de Jesús!
La misión que el Padre encomendó a Jesús es también nuestra misión. En su primera reunión con los discípulos después de la crucifixión y resurrección Jesús dice, “¡Paz a vosotros! Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y al decir esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.”
Nosotros compartimos el envío del Padre, y nos ha dado su Espíritu capacitador. Podríamos decir en paráfrasis: “Yo y el Padre y el Hijo, uno somos en el Espíritu. Creedme por las mismas obras”
Nosotros afrontamos el mismo reto que desafió a Jesús. La gente quiere saber si somos auténticos representantes de Dios en el mundo. La cuestión es si podemos ofrecer la misma respuesta que Jesús. “Nuestras obras dan testimonio de que somos uno con el Padre.” ¿Podemos afirmar esto con credibilidad a nuestro alrededor?
Nosotros solemos pensar que el testimonio al evangelio es algo verbal. En las tradiciones luteranas y reformadas damos preferencia a la proclamación sobre todo. Pero Jesús ofreció sus obras como testimonio. Para ser más preciso, las obras dieron autenticidad a sus palabras. Al sanar a un enfermo o al echar un demonio sus palabras tomaron vida y credibilidad.
¿Hay coherencia de palabra y obra en la Iglesia hoy, la hay en nuestras vidas?
Nosotros vivimos en una sociedad en que la imagen es superior a la palabra. Para usar las palabras de Marshall McLuhan, “El medio es el mensaje.” En esta situación las obras que hacemos y la imagen que dan los medios que usamos comunican mucho más que las palabras que decimos.
El problema es que en nuestro tradicionalismo nosotros prestamos más atención a las palabras, pero el público se fija en la imagen. Hace falta un análisis de los medios que usamos y las obras que hacemos para discernir el mensaje que verdaderamente estamos comunicando. ¡Puede que estemos comunicando lo contrario de lo que queremos comunicar!
Por ejemplo, un culto luterano tradicional no contiene prácticamente nada de la cultura de los jóvenes. Los himnos antiguos, el discurso largo desde el púlpito, la falta de interactividad no ofrecen un punto de contacto con los jóvenes. Las palabras de la liturgia pueden ser plenamente evangélicas, pero los jóvenes se desconectan y no “oyen” el mensaje porque los medios usados no son de su mundo.
La iglesia necesita buscar una coherencia de obras y palabras, de medios y mensaje para que la gente que vea nuestras obras las conecte con el Padre y el Hijo. Jesús lo expresó en otras palabras: “Alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (MT 5:16).
Jesús y el Padre uno son, y nosotros somos uno con ellos. Pero para que esta unión se comunique claramente en nuestro mundo hace falta prestar atención a los medios usados y a la imagen transmitida. Mi oración hoy es que busquemos una coherencia de palabra y obra, de medios y mensaje para que el mundo sepa con claridad de quién somos.
Pascua 2004
Marcos Abbott
academico@centroseut.org