
Marcos 6: 1-6
Ningún profeta es acepto en su propia tierra
Andar a la greña con nuestros paisanos .
El aserto ningún profeta es acepto en su propia tierra ha hecho fama,
convirtiéndose en un dicho popular de nuestra cultura para expresar
la incomprensión que muchos reciben en su propia tierra. Y según
Lucas, parece que ya Jesús, al principio de su ministerio, se topó con
la incomprensión de los suyos.
Lo cierto es que Jesús despliega cierta agresividad contra su
propia tierra, ya que a partir del v. 23 responde a la admiración
de sus oyentes con duras palabras basadas en el Antiguo Testamento: los
antiguos profetas Elías y Eliseo prefirieron obrar milagros para
los gentiles, antes que para los propios israelitas. De este modo, insinúa
que no va a realizar ningún portento allí.
Es interesante que el planteamiento de Marcos (6, 1-6) es ligeramente
distinto: Jesús no muestra mala voluntad para realizar milagros,
pero el escándalo que su ministerio de palabra y obra provocó,
parece haberle bloqueado (no pudo hacer allí ningún milagro,
nos dice el v. 5, aunque apostilla que alguno sí hizo). Asimismo,
Mateo (13, 53-58) considera que fue la incredulidad de sus paisanos la
que impidió que obrara milagro alguno.
El caso es que Jesús y sus paisanos parecían no entenderse
bien. Como si dijeramos, andaban a la greña. ¿Será que
nos conocemos todos demasiado bien? ¿Será que ya no esperamos
nada de aquellos a quienes ya conocemos? Si Jesús no obró milagros
en su tierra, y sí lo hizo en el resto, ¿será que
no es posible cambiar nuestra propia realidad?
Un precio desorbitado: el agotamiento de nuestra fe
Lo cierto es que este relato es algo pesimista, porque
si así fueron las cosas para Jesús …. ¡Mejor es
ser siempre extranjero! De hecho, los estudios socio-históricos
bien podrían confirmar este pesimismo. Así, nos dicen los
estudiosos de la historia de las iglesias protestantes, los grandes despertares
espirituales (avivamientos) habidos dentro de las iglesias evangélicas,
no han podido permanecer dentro de su propia matriz, sino que han tenido
que crear nuevas iglesias o nuevas instituciones. Nuestra propia historia
como iglesia evangélica da fe de ello: la Iglesia Católica
del s.XVI excomulgó a quien podía haberle aportado una
gran renovación interior. Y luego más tarde, nuestra propia
historia de renovaciones podría reducirse cierto, de modo algo
simplista a una historia de divisiones, o deserciones o expulsiones.
Y sin ir más lejos, ¿no fue el propio Cristianismo un movimiento
de renovación del Judaísmo? Y una vez más, oriundo
de Judá, acabó convirtiéndose en un movimiento extranjero.
Parece que las iglesias no aceptan bien las críticas ansiosas
de cambios. Supongo que en esto se parecen a cualquier cuerpo social
que, de modo natural o intuitivo, ofrece resistencia al cambio. Es como
si el deseo de supervivencia fuera superior a la ilusión de la
renovación. Como dice el refrán, parece que también
los grupos sociales, iglesias incluidas, prefieren al loco conocido,
que al sabio por conocer.
Aunque podamos entender esta necesidad de protección,
asegurando lo que ya tenemos, también hay que cobrar conciencia
de que podríamos estar pagando un alto precio por tanta seguridad.
Quizás desorbitado: ¡Jesús deja de obrar milagros
en medio nuestro! Jesús deja de renovar nuestras vidas,
y éstas pierden su ilusión. Como creyentes, quizás
muchos llevamos tanto tiempo yendo, domingo tras domingo, a Sión,
que ya no sentimos la emoción del peregrino esporádico
del Salmo 84, que se maravilla por todo y ante cualquier detalle del
lugar que pisa.
Muchos de nosotros llevamos tanto tiempo comprometidos en unos u otros
cargos o responsabilidades, que más que ver la hermosura de Sión
(de la Iglesia, de sus templos, de sus comunidades de fe, de sus actos
litúrgicos de alabanza, de su testimonio de vida, etc.), vemos
tan sólo lo que hay tras las bambalinas, lo que se cuece en la
trastienda, los tejes y manejes del Sancta Sanctorum , o sea,
el politiqueo eclesial. ¡Ya nos las sabemos todas! ¿Nos
conocemos todos, aquí! ¿Quién va a enseñarme
algo que yo no sepa?
Pero como decía, éste es un precio desorbitado: ¡el
agotamiento de nuestra fe se palpa! Peor todavía: ¡Jesús
mismo ya no espera nada de nosotros! Soy consciente de que tal afirmación
es severísima. ¿Exagerada, quizás? No lo sé,
porque el caso es que Lucas sí nos presenta a un Jesús
que parece no esperar ya nada de los suyos: es él mismo quien
les ataca con dureza, sin esperar siquiera a su reacción. Mejor
dicho, a pesar incluso de su positiva reacción: todos daban buen
testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia
que salían de su boca (v. 22).
Entonces, ¿qué?
Si hemos alcanzado este punto de rutina letal, en el que
nos sentimos impotentes, incapaces de reaccionar; que además,
sentimos que la alegría de una fe viva ya no está con nosotros,
que se ha apoderado de nosotros el pesimismo o la desilusión respecto
a nuestros vecinos, conciudadanos o hermanos en la fe, entonces es que ha
llegado el momento de convertir en oración la siguiente poesía (cuyo
vocablo romero podríamos sustituir por extranjero):
Ser en la vida
romero,
romero solo que cruza siempre
por los caminos nuevos;
ser en la vida
romero,
sin más oficio, sin otro nombre
y sin pueblo ….
ser en la vida
romero …. romero … sólo romero.
Que no hagan callo las cosas
ni en el alma ni en el cuerpo …
pasar por todo una vez,
una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Que no se acostumbre el pie
a pisar el mismo suelo,
ni el tablado de la farsa,
ni la losa de los templos,
para que nunca recemos
como el sacristán
los rezos,
ni como el cómico
viejo
digamos
los versos .
La mano ociosa es quien tiene
más fino el tacto en los dedos,
decía Hamlet a Horacio,
viendo
cómo cavaba una fosa
y cantaba al mismo tiempo
un sepulturero.
-No sabiendo
los oficios,
los haremos
con respeto-.
Para enterrar
a los muertos como debemos
cualquiera sirve, cualquiera …
menos un sepulturero.
Un día, todos sabemos hacer justicia;
tan bien como el rey hebreo,
la hizo
Sancho el Escudero
y el villano
Pedro Crespo.
Que no hagan callo las cosas
ni en el alma ni en el cuerpo….
pasar por todo una vez,
una vez sólo y ligero, ligero, siempre ligero.
Sensibles
a todo viento
y bajo
todos los cielos,
poetas,
nunca cantemos
la vida
de un mismo pueblo
ni la flor
de un solo huerto…
Que sean todos
los pueblos
y todos
los huertos nuestros.
(León Felipe, Obra Poética Escogida ,
Espasa-Calpe, Madrid, 1975, págs. 87-90)
El cuarto domingo de epifanía nos llama a no conformarnos
a lo nuestro, a no dejar de esperar algo de los demás, y a no
sentirnos como parte de un cuerpo o un grupo, o de una iglesia, cuyo
camino es ya inamovible.
Este domingo nos llama a alzar nuestra voz en oración suplicando: Que
no se acostumbre el pie a pisar el mismo suelo, ni el tablado de la farsa,
ni la losa de los templos, para que nunca recemos como el sacristán
los rezos, ni como el cómico viejo digamos los versos y para que Que
no hagan callo las cosas, ni en el alma ni en el cuerpo …. Amén .
Pedro Zamora, El Escorial (Madrid)
pedro.zamora@centroseut.org