Ein junger Mann hat ein riesiges Schaf in seinen Armen.

Mateo, 18,1–6.10–14

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Sermón para 4º domingo de Pascua | 11.05.2025 | Mateo, 18,1–6.10–14 (Fuera de los leccionarios de la EKD y Ecuménico) | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos,

La parábola de la oveja perdida generalmente es interpretada a partir de la versión del evangelista Lucas y asociada con la parábola de la moneda perdida y la parábola del hijo pródigo, que en dicho evangelio forman una secuencia. En estas tres parábolas al evangelista Lucas le interesa resaltar la alegría de nuestro Señor Dios por todo aquel que es recuperado para su reino, más allá de los muchos o pocos que consideran estar formando parte ya mismo de ese reino. Detrás está el escándalo de los directivos del templo y de las sinagogas ante la actitud de Jesús, rabino como ellos, de juntarse con los que en aquellos tiempos eran considerados indignos de Dios: prostitutas, cobradores de impuestos, enfermos, discapacitados, etc. En otras palabras: el amor de Dios también abarca y hasta privilegia a aquellos que a nuestros ojos humanos, por las razones que fuere, injustificadas todas ellas por cierto, son considerados despreciables, molestos, diferentes, incómodos.

La parábola de la oveja perdida en la versión del evangelista Mateo, que acabamos de escuchar, está puesta en otro contexto. Aquí el trasfondo es la disputa de los propios discípulos de Jesús acerca de quién de ellos sería el más importante o quién sería el más importante en el reino de Dios. Aquí Jesús se explaya sobre el tema de la humildad y pone a los niños como ejemplo, quizás menos por su inocencia que por el hecho de la poca importancia que se les daba en la sociedad de aquellos tiempos. Sea como fuere, Jesús termina advirtiendo a sus discípulos: “Les aseguro que si Uds. no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de Dios. El más importante en el reino de Dios es el que se humilla y se vuelve como un niño. Y el que recibe en mi nombre a un niño, a mi me recibe” (Mat. 18, 4-5).

En nuestros tiempos y particularmente en nuestro país estamos acostumbrados a que se nos recuerde el slogan impulsado por el gobierno del Gral. Perón, –allá por los años cincuenta del siglo pasado y sin duda tomado de este contexto bíblico– de que “los únicos privilegiados son los niños”. En efecto, comparado con siglos y hasta pocas décadas atrás, hoy por hoy los niños y niñas gozan en nuestra y otras sociedades del mundo de un reconocimiento bien diferente, mejor atención sanitaria desde su gestación, educación menos autoritaria y más dedicada a despertar y desarrollar sus dones, sus capacidades, su inventiva y creatividad. Los niños y niñas cuentan con un catálogo de derechos internacionalmente refrendados y cada vez más se busca prote-gerlos de eventual explotación laboral. Instancias estatales pretenden garantizarles sus derechos a una vida digna. Casi un extremo de ello son las exigencias relativas a la adopción, que reinan en nuestro país.

Sin embargo, todas estas mejoras sociales desafortunadamente no incluyen a todos los niños, a todas las niñas, a todos los adolescentes y jóvenes. Paralelamente a estas mejoras  –y esto es una de las contradicciones de nuestro siglo–  sigue existiendo la trata de niños y niñas con las intenciones más oscuras, continúa el trabajo infantil y la falta de suficiente alimento, la falta de acceso a buena salud y adecuada educación, y ni hablar de los peligros que les acecha desde la droga y el alcohol. Miles de niños y niñas, adolescentes y jóvenes –lo vemos a diario– deben rebuscarse la vida en las calles, sin tener donde recostar sus cabezas durante la noche y con escasa, por no decir ninguna, perspectiva de futuro. Y si bien esta realidad en nuestro país parece crecer en los últimos tiempos, tampoco es de hoy. Esta contradicción ya la veían con los ojos de Jesús nuestros ahora ya fallecidos pastores y demás miembros del Consejo Sinodal de nuestra iglesia allá por el 1900, y por ello trataron de sacar coherentes consecuencias de este relato del Evangelio según San Mateo. En virtud de ello y tras sortear diversas dificultades, finalmente lograron inaugurar un primer hogar para niños huérfano y abandonados en nuestra iglesia.

Pero volvamos al texto bíblico. Hay disputas hoy en día acerca de si los ángeles existen o no existen. Los más racionalistas dirán que eso de los ángeles es una fantasía humana. El caso es que la palabra “ángel” está emparentada con la palabra “evangelio”. Evan-gelio proviene de una expresión griega que significa buena noticia y ángeles son los portadores de las noticias, los emisarios. En nuestro caso son emisarios de Dios. Ampliando un poco el significado, podríamos decir que en el ideario judeo-cristiano y hasta el día de hoy los ángeles son algo así como los ayudantes de Dios, sus cadetes. Pero, oh curiosidad, también suelen cumplir el papel de ayudantes de los seres huma-nos. Está difundida hasta hoy la creencia que cada ser humano cuenta con un “ángel de la guarda”, un ángel que lo protege, que intercede por él ante Dios (Mat. 18, 10). Así Jesús vuelve a la carga de sus discípulos y el evangelista Mateo a la carga de la inci-piente primitiva congregación cristiana diciendo: ¡Ojo! ¡No desprecien a ninguno de estos pequeñuelos, niños, niñas, adolescentes, jóvenes! ¡Ojo! Pues los ángeles de estos están siempre en la presencia de Dios. Interprétese: están ahí contándole a Dios lo que observan, cada maltrato y desamor que los menores sufren.

Y ahora viene la parábola para reafirmar la advertencia de que Dios está al tanto de lo que le ocurre a los niños y niñas y del amor con los que él los/as aprecia; la compa-ración con el pastor y su redil de ovejas. Una se escapa, quizás porque vio pastito más verde allá entre los matorrales alejados del lugar donde estaba pastando el resto. El bueno del pastor va a buscarla. Pero esto humanamente hablando no tiene mucha lógica. ¿Qué ganadero va a dejar a la deriva 99 animales para rescatar a uno que se extravió en el monte? Ojo, que en aquel tiempo no había alambrados y los animales predadores y los cuatreros andaban sueltos por ahí. Pero, bueno, el pastor la busca y se alegraría sobremanera de encontrarla. Así, dice Jesús, es la lógica de Dios: se alegra sobremanera por rescatar a los perdidos y desorientados, se alegra más por recuperar a uno perdido, que por conservar a 99 que no están perdidos. Esto, para los que no están “perdidos”, que están incluidos y afirmados en la sociedad, puede sonar enojoso. Pero así es la misericordia de Dios, así es el amor de Dios para con los desvalidos, los débiles, los sin voz, sin futuro. Todos ellos deben ser recuperados e incluidos nuevamente en su comunión.

Esta regla general del actuar de Dios en este testimonio del evangelista Mateo, Jesús la aplica específicamente a los niños y niñas, a los adolescentes y jóvenes. Los espe-cialistas bíblicos nos aseguran que la palabra “pequeños” en este relato está referido precisamente a la gente joven, hoy diríamos, en edad escolar. En virtud de ello es que Jesús cierra el relato de la parábola de la oveja perdida diciendo: “El padre de Uds. que está en los cielos no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños”. No, ningún ser humano debe perderse, quedar abandonado a la deriva, pero mucho más deben ser recuperados los niños y las niñas.

Y reitero, este criterio divino fue el que inspiró a los fundadores de aquel primer  hogar para niños que mencioné arriba.  Y se eligió para él un lugar en plena zona rural, pues se partía de la base, que justamente ahí se le podía ofrecer a los niños, huérfanos y prove-nientes de familias complicadas, la mejor formación, en contacto con la naturaleza, con la posibilidad de aprender rudimentos de las técnicas agropecuarias, el contacto con los animales domésticos, con los árboles frutales, etc., habida cuenta que allá por el  1900 nuestro país era en general mucho más rural que ahora. Pero digo todo esto, pues es el mismo concepto que aún hoy aplican aquellos dedicados a la honrosa tarea de la recuperación de drogadictos y alcohólicos.

Con todo, hoy, siguiendo nuevos conceptos pedagógicos y de inclusión familiar, los hogares han dejado de ser a la vez internados, donde los niños y niñas, y adolescentes   vivían separados de sus familiares, y han sido transformados en así llamados “centros de día”. Este nuevo concepto, así lo esperamos, debe jugar a favor de los propios pequeños, para una todavía mejor formación de ellos en conjunto con sus familiares. Pero el espíritu de estas obras seguirá inspirado aún a futuro en el criterio fundamental del actuar de Dios hacia sus criaturas: Qué nadie se pierda, mucho menos los pequeños. Este criterio de Dios es el que también ha inspirado muchas otras obras de nuestras iglesias en las últimas décadas.

Para finalizar quiero agradecer en este momento al Altísimo porque en todos estos años, con sus tiempos de bonanza y sus tiempos difíciles, no ha dejado de inspirar a sus seguidores para llevar a la práctica el reflejo de su amor, de su actuar para con los humanos más desprotegidos y vulnerables, especialmente con los menores, y a la vez, solicitarle que también en los próximos tiempos nos continúe inspirando para amar verdaderamente a nuestros semejantes, especialmente a los más “pequeños”, ya sean jóvenes, adultos o ancianos, sin arrogancia e ínfulas de poder, sino con humildad y espíritu de servicio; y que sus/nuestros ángeles nos sigan vigilando y protegiendo siempre. Amén


Federico H. Schäfer,

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