Pascua Tres

· by predigten · in 05) Apostelgeschichte / Acts of the Apostles, Beitragende, Current (int.), Español, Federico H. Schäfer, Kapitel 02 / Chapter 02, Neues Testament, Predigten / Sermons

Tercer Domingo de Pascua – 26.4.2020 | Hechos 2, 43-47 | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

 

Hace un par de semanas atrás por pedido de la Junta Directiva de nuestra iglesia me tocó dirigir un encuentro con los candidatos al ministerio pastoral, con los vicarios. El tema que nos convocaba en ese momento era la organización y administración de nuestra iglesia. Pero antes de ponernos a estudiar estas áridas cuestiones, nos preguntábamos: ¿Qué es la iglesia? ¿Qué es esa iglesia que hay que organizar y administrar?

 

Pero no se asusten, no voy a aburrirlos con cuestiones de organización y administración.

Pero sí considero importante que nosotros hoy también reflexionemos un poco sobre lo que es la iglesia. Entonces: ¿Qué es la iglesia? ¿Son los edificios, algunos muy bonitos con torres campanario altas, pródigamente adornados, con ventanas vidriadas con vitrales multicolores? No, no son los edificios. ¿Son los pastores, los candidatos al ministerio, los diáconos, los colaboradores, los estudiantes de teología, los catequistas?

No, no son los ministros. ¿Son las Comisiones Parroquiales, la Junta Directiva, la oficina sinodal, los tesoreros, los laicos dirigentes? No, tampoco los dirigentes son la iglesia. ¿Son los estatutos, los reglamentos, la doctrina, los libros de actas, los libros de registro, la Biblia? No, tampoco los libros son la iglesia. Entonces, ¿Qué es la iglesia?

 

La iglesia son las personas de carne y hueso, son todas aquellas que tienen fe en Jesucristo, que como vos y yo creemos que ese Jesús nacido en Belén, es hijo de Dios, que vino a este mundo para mostrarnos que Dios nos ama y por ello siempre de nuevo nos busca para que no nos perdamos. La iglesia somos todos los que escuchamos con gusto la palabra de Dios y con su ayuda tratamos de ponerla en práctica; somos todos los que fuimos bautizados, que recibimos el don del Espíritu Santo y que por ocasión de nuestra confirmación prometimos, que con su ayuda lo seguiríamos, y que por tanto pertenecemos a la familia de Dios, que nos podemos considerar sus hijos y hermanos de Jesús.

 

El apóstol Pablo, por ejemplo, dice que la iglesia es como un cuerpo vivo. Un cuerpo está formado por muchos órganos y miembros. Y todos esos órganos y miembros cumplen diferentes funciones, todas ellas imprescindibles. Ningún órgano puede faltar sin que el cuerpo se resienta; hay una interdependencia del uno para con el otro. Un cuerpo no puede funcionar sin riñones. Se hace difícil la vida sin piernas o sin ojos. Así, dice el apóstol Pablo, es la comunidad cristiana, la iglesia: Es como un cuerpo en donde Cristo es la cabeza y nosotros, los creyentes, los miembros y los órganos de dicho cuerpo.

 

La iglesia, pues, no es solo la suma de un conjunto de personas que tienen fe en Jesucristo. Es más que eso: Es una comunidad de personas en la que todas cumplen una función importante como los órganos y miembros de un cuerpo. Todos están íntimamente ligados el uno con el otro. La función principal, obviamente, es la de la cabeza. En el caso de la iglesia esa función la cumple Cristo. Sin cabeza, un cuerpo se muere. Así, sin Cristo no puede haber iglesia, no puede existir una congregación cristiana. Un cuerpo puede vivir medianamente sin una pierna, pero no puede existir sin la cabeza. Tampoco funcionaría el cuerpo, si los miembros no obedecieran las instrucciones que les da la cabeza.

 

Pero Jesús no gobierna la iglesia caprichosamente, de manera autoritaria u opresora. Al contrario, él quiere ser nuestro hermano. Él se ha sacrificado hasta la muerte por sus hermanos. Con su muerte y resurrección ha establecido en medio nuestro una señal clara de la voluntad de Dios de reconciliarse son sus criaturas y brindarles el perdón de sus culpas, de las deudas acumuladas ante él. Y para que no olvidáramos esa constante disposición de Dios de permanecer con nosotros en una relación de buenos amigos es que Jesús instituyó el sacramento de la Santa Cena. El perdón de nuestras deudas, que nos asegura cada vez que celebramos con seriedad la Santa Cena, hace posible no solamente una buena relación con Dios, sino también una buena relación entre todos los hermanos, entre todos los miembros de la comunidad y huéspedes de la mesa del Señor.

 

Así como somos perdonados por Dios, ese mismo Dios nos pone en condiciones de personar a nuestros semejantes. Por ello solemos llamar a la celebración de la Santa Cena comunión. Gracias al amor de Dios hacia nosotros es posible que nuevamente formemos una unión con Dios y nuestros hermanos en la fe, una unión de personas perdonadas —justificadas— por Dios. De ahí es que el apóstol Pablo puede llamar a la iglesia la comunión de los santos.

 

El evangelista Lucas, que redactó también el libro de los Hechos de los Apóstoles y del cual hace unos minutos hemos leído el párrafo, cap. 2, vers. 43 a 47, nos describe cómo era el estilo de vida que practicaban los primeros seguidores de Jesús y que integraron la primera y original comunidad cristiana en Jerusalén. Ahí Lucas nos dice, que los que se habían convencido del enorme beneficio que para sus vidas había traído Cristo, permanecían unidos y se reunían diariamente para alabar y agradecer a Dios, tanto en el templo como en las casas. Asimismo celebraban la Santa Cena.

 

Pero no solo se reunían para cumplir con una práctica religiosa, no, sino se reunían para compartir otras esferas de su vida. Compartían las comidas con alegría y sencillez de corazón —hoy diríamos sin pretensiones. Seguramente y en la medida de lo posible y aunque no se diga en este párrafo bíblico, también compartían el trabajo. Pero lo más insólito y como para que veamos cuán profunda era la unión en esa comunidad cristiana entre los miembros que la integraban, era que hasta compartían la totalidad de sus bienes. Los más ricos vendían sus propiedades y ponían el producido de la venta a disposición de una caja común, para que a ningún miembro de la comunidad le faltara nada. ¡Casi una comunidad perfecta!

 

Meditando sobre todo esto, pareciera que estamos muy lejos de la realidad que nos relata Lucas en su libro. Posiblemente en el libro de los Hechos de los Apóstoles haya una cuota de idealización de las circunstancias. Sin embargo, los hechos allí descriptos no dejan de ser un desafío a quienes en la actualidad pretendemos ser seguidores de Cristo de verdad; y que aún hoy esperamos poder pertenecer a una iglesia cristiana, en la que a base del perdón y la misericordia de Dios, podamos compartir una comunión estrecha y profunda en la que podamos recibir ayuda y consuelo en las múltiples necesidades de la vida como asimismo aportar nuestros dones, nuestro tiempo, nuestro dinero al servicio de los demás. Pero aparte de ello también tener un lugar en el que nos podamos sentir cómodos y protegidos.

 

Hoy, ya que estamos celebrando nuestra fiesta parroquial anual, tenemos la oportunidad de compartir la mesa con el Señor y con nuestros hermanos, de perdonarnos mutuamente, de conocernos mejor, de entablar amistad con alguna persona que vemos por primera vez o de profundizar las relaciones con viejos conocidos. Obviamente tenemos la posibilidad de aprovechar la ocasión para alabar y agradecer a Dios por todo lo que a diario nos brinda y por las oportunidades que nos regala en la vida para hacer nuevos comienzos, para corregir nuestros errores.

 

En los tiempos que corremos actualmente quizás no podamos imitar a los cristianos que integraron la primera comunidad. Pero también hoy estamos llamados a ser iglesia, a ser comunión de los santos, en la que podemos vivir, experimentar y ensayar muchas cosas para las cuales el mundo no nos da el espacio automáticamente. Me refiero a ensayar nuestra hospitalidad, nuestra generosidad, nuestro servicio voluntario, la ayuda en la emergencia y brindarnos mutuamente ánimo y consuelo en las necesidades y en las desgracias.

 

Fortalecidos en esta práctica —que nos puede traer muchas satisfacciones—- y acompañados por el Espíritu del Señor, luego también podremos salir a dar testimonio de nuestro Señor en el mundo que nos rodea y cumplir así con el mandato misionero de nuestro Señor, que es esencial a toda iglesia verdadera, en el sentido de ir y bautizar a todas las naciones y enseñar a toda la gente hasta los confines del mundo lo que él nos ha enseñado. Amén.

 

 

Federico H. Schäfer,

Pastor emérito IERP,

Buenos Aires – Argentina

Email: federicohugo1943@hotmail.com