Pentecostés

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Pentecostés: comienzo de la cosecha de la Iglesia

Gracia y paz sean con ustedes de parte de Dios, nuestro padre, y del Señor Jesucristo. Amén
Apreciados hermanas y hermanos:
Muchas veces escuchamos la frase que reza: “la fiesta de Pentecostés es el cumpleaños de la Iglesia”. Por un lado es cierto. En Pentecostés, un grupito de discípulos llenos de miedo y escondidos comenzaron a hablar abiertamente y sin miedo. Comenzaron a ser Iglesia. Comenzaron a hablar sobre Jesucristo, con poder y convencimiento. A esto lo podemos leer en el libro de los Hechos de los Apóstoles en el capítulo dos. La gente se asombra por el hecho que, siendo que había muchas personas de muchas regiones de la tierra y que hablan diferentes idiomas, ellos escuchan el mensaje predicado en su propia lengua. Salvando las distancias, podemos decir que Pentecostés sería como una antítesis de la torre de Babel: tal vez, más que su antítesis, podríamos decir, que es su término: los idiomas dejan de ser una barrera.

Pentecostés, viene de la palabra griega cincuenta. Pentecostés se celebra 50 días después de la pascua. Pero Pentecostés en sus comienzos, era una fiesta agraria. Pentecostés era una fiesta en la que el pueblo daba gracias a Dios por la buena cosecha. En ese día, se daba a Dios las primicias, lo primero, a Dios. Lo primero que se cosechaba era para el Dios de la vida. Es por eso que Pentecostés, más que el cumpleaños de la Iglesia, es el comienzo de la cosecha de Dios. Siempre decimos: “venga a nosotros tu reino” Pentecostés es el comienzo de esta cosecha.

Podemos preguntarnos: ¿qué cambió en los discípulos? ¿Qué es lo que hizo la diferencia? El Espíritu Santo: los asustados discípulos fueron Iglesia cuando recibieron esta fuerza de Dios.

Lo que pasó en Hechos 2, lo vemos en promesa en este texto de Jn. Jesús se está despidiendo de ellos y antes de tomar el camino de la cruz, entre otras cosas, les promete a sus discípulos que tendrán un consolador y un ayudador divino. Por eso, el Espíritu Santo es la presencia de Jesús Resucitado en la vida del creyente. Es por eso que para nosotros el bautismo es tan importante. Todos nosotros podemos tener la certeza que tenemos este Espíritu Santo porque, justamente, en el bautismo lo recibimos. Nosotros hoy, vos y yo, tenemos esta fuerza de Dios, al igual que los primeros discípulos.

¿Cuál es la necesidad del Espíritu Santo? Hay una historia de Mamerto Menapace que me gusta mucho y que refleja muy bien cual es el sentido que tiene Pentecostés. Una vuelta Ciriaco lo fue a buscar a Nemesio. El paisano tiene dos tiempos: Uno para pensar y otro para seguir pensando. No tenía nada que hacer y fue a visitarlo. Y cuando llegó a la casa vio que Nemesio estaba trabajando en el campito que tenía. Lo había emprolijado bien. Ciriaco no lo quiso distraer. Puso la pata en el segundo alambre, apoyó el codo arriba, sacó el anca como para estacionar y se quedó a esperar que el otro terminara con su trabajo. Le extrañó lo que vio, porque el hombre había hecho unos surcos largos, para adentro. Caminaba unos metros y hacía con el pie un hoyito. Metía la mano y sacaba algo. Lo ponía, se enderezaba y tapaba el hoyito. Recorría otros metros y seguía haciendolo. Anduvo unas dos horas este hombre dándole al trabajo.
Y cuando terminó, lo saludó Nemesio a Ciriaco:
-Hola, ¿qué andás haciendo?-Estaba esperando que terminaras el trabajo. ¿Qué andás haciendo?
-Ya me ves, sembrando.
-¿Sembrando? ¿Y qué estás sembrando?
-Melones.
-¿Melones? Mirá que te he mirando bien. Yo he visto que vos hacías todo, pero no ponías ninguna semilla adentro del hoyito.
-¡Ah, éstos son melones sin semilla!
Nemesio creía que para que nacieran melones sin semillas, había que hacer todo como si sembrara melones. Lo único que había que omitir era poner la semilla. Tal vez por ese pequeñísimo detalle no le nació nada. Digo ¿no?

¿La moraleja? ¿Saben a lo que me hace acordar? A esa gente que quiere vivir una vida espiritual pero se olvida del Espíritu Santo. Hace todo el esfuerzo como si fuera un hombre religioso. Todo. Lo único que se olvida es de invocar al Espíritu Santo y de pedir que Dios obre. Entonces, al igual que este hombre, lo más probable es que no pase nada. Así como no creo que a Nemesio le hayan salido melones sin semilla, tampoco creo que al cristiano le salga vida espiritual si no le pone el Espíritu.

Cuando no tenemos esto en cuenta, todo lo que hacemos, por más “buena voluntad” que le pongamos a la tarea, por más filantrópica que sea nuestra causa, por más que le dediquemos tiempo y esfuerzo, es sembrar sin poner la semilla.

Por eso, por un lado Dios quiere que todos seamos sus testigos. Dios siempre se revela al mundo por medio del testimonio que los hijos y las hijas de Dios damos al mundo. Dios necesita de este nuestro testimonio. Somos testigo de Dios, no somos menos que eso, tampoco más.

¿Por qué digo esto? Porque muchas veces, demasiadas veces, veo dos actitudes equivocadas. La primera, como ya lo vimos, es olvidarnos que sin Jesucristo NADA PODEMOS HACER. Necesitamos del Espíritu Santo. En otras palabras: debemos reconocer, una y otra vez, que no somos nosotros, sino Dios a través de nosotros. Es tan fácil quedar presa del orgullo…

Pero, por otro lado, creo que si el Espíritu Santo hablara a nuestras Iglesias y comunidades, el nos diría: “Yo les prometí, como Espíritu de Dios que soy, que los acompañaría y les ayudaría, pero ustedes, o no me toman en cuenta, o me dejan todo el trabajo a mí. Yo les prometí que con mi poder “supliría” lo que les falta, ¡pero tampoco me dejen todo el trabajo a mi!”

Jesús tuvo razón: el Espíritu Santo es como el viento, sopla a donde quiere. Sopla y llama. Si una persona se abre a su influencia el entra y se queda. Si no lo hace, pega la vuelta y sigue soplando y llamando. Fijémonos detenidamente en el pasaje del EvJn: El Espíritu Santo sólo no. Nosotros solos menos que menos.

Como el hombre de la historia, cuando sembramos sin semilla, estamos entristeciendo al Espíritu Santo. Cuando como iglesia, cristianos, o comunidad queremos volvernos a Dios, cuando necesitamos orar, cuando damos el perdón o lo recibimos de Dios o de nuestros hermanos o hermanas, cuando buscamos como cristianos la unidad y que seamos uno, es el Espíritu Santo que nos mueve. Nuestra fe no es nuestra, tampoco lo son nuestros dones y nuestras capacidades: todo, todo, es un don del espíritu de Dios.

Necesitamos que El Espíritu de Dios sople y entre en nuestras Iglesias y comunidades, en nuestras vidas, en nuestras familias. Seamos testigos de Jesucristo, pero guiados por el Espíritu de Dios.

¡Seamos parte de la gran cosecha de Dios!

¡Ven Santo Espíritu y renueva todo lo que está muerto en nosotros!

¡Ven Santo Espíritu y quiebras nuestras barreras en nuestras comunidades!

Que así sea,
Amén.-

Sergio A. Schmidt
Pastor, Temperley, Argentina
breschischmidt@ciudad.com.ar