1. Reyes 19, 12

1. Reyes 19, 12

1. Reyes 19, 12 | Cristina Inogés Sanz |


En Juan todo es delicado, pero contundente. En su Pentecostés no hay fuego, ni viento, ni fenómenos extraordinarios; es tranquilo, como la experiencia de Elías: ElSeñor no estaba en el fuego, ni el en terremoto. Al fuego siguió un ligero susurro (I Re 19,12b). Paz a vosotros. El Espíritu y la paz siempre van de la mano. No es sólo el ritual de un saludo judío, porque Jesús da la paz completa y totalmente. Es un don que conlleva un cambio de actitud en quien lo recibe.

De la paz se podría hacer un discurso, casi interminable; escenarios donde colocarla, no faltan, pero siempre hablamos de la paz como de algo externo a nosotros, ¡que haya paz! decimos, ¡que tengamos paz! y nos referimos a una paz que nos libre de acontecimientos violentos, agresivos. Pero, ¿qué hay de la paz que necesitamos cada uno de nosotros? ¿Qué hay de nuestra paz interior? Ser personas tranquilas no es lo mismo que ser personas de paz. Transmitir paz es, transmitir una convicción de vida, una forma de ser, es vivir conformados a imagen de Jesús, a su vida y a su mensaje.

En este caso la paz disipa el miedo de los discípulos (no sabemos cuántos estaban en aquel momento, ni quienes eran), que se transforma en alegría. Desde ese instante, saben, lo sienten de forma definitiva, que forman parte de la misión de Cristo, enviado por el Padre. Reciben su nueva vida como el primer hombre la recibió: con un soplo divino. Se saben comunidad misionera, liberada de miedos tras la experiencia de la presencia de Cristo en medio de ellos.

El encuentro con el Señor en nuestra vida, sucede de la manera más insospechada. Algunas veces ocurre tras acontecimientos en los que nadie sospecharía de su presencia; en otros, es un encuentro, casi un encontronazo por lo rápido y contundente que es. El encuentro con Cristo resucitado marca la vida. Desde ese instante se puede decir que hay un antes y un después. La alegría de los discípulos evidencia el cambio.

Tomás no estaba allí. No sabemos por dónde andaba, pero podemos imaginar cómo se sentía: triste, con un poco de “depre”, pensando que, fue bueno mientras duró.

Unos capítulos antes (11,16), Juan nos cuenta la disponibilidad de Tomás para morir con Jesús, porque Tomás es un hombre realista. Ve lo que tiene delante y las circunstancias que rodeaban a Jesús, cada vez más próximo a Jerusalén, no eran precisamente felices. Si ha seguido a Jesús hasta ese momento, no hay motivo para no seguirlo hasta el final. No se trata de ser fatalista, sino realista. Esa generosa entrega de “morir con Jesús”, sería para Jesús un momento pleno de felicidad en la amistad con Tomás. No nos puede costar mucho imaginar la mirada de Jesús en ese instante y un gesto en su boca, entre sonrisa y mueca, como diciéndole con todo cariño: ¡insensato!

Sigue relatándonos Juan, un poco más adelante esta vez (14,5), cómo Tomás vuelve a manifestarse tal y como es al preguntar a Jesús: Pero, Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino? Los demás discípulos, no es que entendieran mucho, pero no preguntan. Sólo Tomás, otra vez, pregunta. ¡Con que cara lo mirarían el resto de los discípulos!

Tomás es un poco primario en sus reacciones. Habla antes de pensar. Puede ser un poco irreflexivo actuar así, pero Jesús, incluso de este <defecto-cualidad> – <cualidad-defecto> según se mire, sacará partido a favor de Tomás.

Si preguntásemos por la calle cual es la duda más famosa de la historia de la humanidad, dos respuestas irían a la par: la duda de Hamlet: -ser o no ser-, y la duda de Tomás: -si no veo, no creo-.

Nos han enseñado que nuestra fe no debía ser como la de Tomás, siempre a la espera de pruebas; nuestra fe debe ser firme, sólida como una roca. ¿Por qué debe ser nuestra fe firme? ¿Qué pasaría si en nuestra comunidad manifestásemos en voz alta nuestras dudas de fe? Que todos las tenemos.

Una fe firme nos asemeja bastante al ciego Bartimeo (Mc 10,46-52) que estaba al borde del camino, oyendo como pasaba la gente. No tenía iniciativa, estaba quieto, sólo, sin la compañía de los caminantes, oculto por un manto. Se siente seguro sin los riesgos del camino.

Así vivimos nosotros, igual que el ciego, cuando tenemos miedo de sentir y expresar las dudas de fe, como si algo en nuestra vida perdiera garantías de futuro por vivir esa experiencia.

Los cristianos somos personas, no “super-personas” a prueba de todo. Ganaríamos muchos puntos si nos comportásemos y, más importante aún, si no ocultásemos un comportamiento sencillamente humano en el que sin temor a equivocarnos, la duda está presente y tiene un importante papel. Sin la duda nunca creceremos, no evolucionaremos; la certeza nos haría perder entusiasmo, creatividad, dedicación y curiosidad. ¡Una pena, en una palabra!

El ciego se liberó del manto al escuchar a Jesús y se incorporó al camino. Seguro que tropezaría y caería, pero seguro también que, al tener compañeros de camino, alguien le prestaría ayuda y caminarían juntos.

Tomás se sabe en comunidad y no tiene miedo a mostrarse como es; lo ha hecho siempre y esa forma de ser ha ayudado a la comunidad, si no a resolver todas las dudas, por lo menos a crecer en la búsqueda. Porque si en algún sitio nos pueden ayudar a soportar las dudas, a crecer desde ellas, es en la comunidad.

Y por si fuera poco la lección de comportamiento humano que nos da Tomás, aún hay una sorpresa más: tocar a Jesús. ¡Con el miedo que nos da el tacto!

Tomás “toca” a Jesús, no por iniciativa suya, sino por indicación de Jesús. De esa manera ese carácter primario de Tomás, se canaliza a través del tacto, el más primario de los sentidos, el más íntimo y el más comunicativo entre dos seres humanos. Jesús le hizo esperar ocho días, pero la espera mereció la pena.

Al final Tomás se dirige a Jesús con la expresión más profunda –Señor mío y Dios mío- . No es una expresión elaborada como la de Pedro (Mt 16,16) o la de Marta (Jn 11,27). Es la respuesta del corazón que ha experimentado, que ha sentido, que ha “visto” y “tocado”. Nosotros no veremos físicamente a Jesús, ¡qué más quisiéramos! Por esos seremos dichosos, si creemos sin haber visto.

Jesús nos deja la paz. Tomás nos enseña que caminar en comunidad, como seres humanos con la libertad de sabernos dubitativos, recelosos, curiosos e interesados, no es malo sino que forma parte de nuestro crecimiento en la fe, cuyo mejor espacio es la comunidad, aunque a esta le cueste aceptar, alguna vez, que entre sus miembros la solidez en la fe, no es una característica permanente. Y no tiene porqué serlo.

Camino, Verdad y Vida, esto es Jesús. Tomás hallará respuesta a sus preguntas tras la resurrección de Jesús. Pero también tras la suya, porque al igual que él quería morir con Jesús, Jesús quiso resucitar con él.


Cristina Inogés Sanz. Zaragoza
crisinog@telefonica.net

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