8° domingo en el año

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8° domingo en el año

Sermón para 8° domingo en el año | Marcos 2, 18 – 22 | Federico Schäfer |

 

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

 

Con estos ejemplos de la vida cotidiana de aquel entonces – el ejemplo del remiendo de tela nueva sobre un vestido viejo y el ejemplo del vino nuevo que revienta los odres viejos –Jesús nos quiere alertar sobre el hecho que no es posible recibir ni guardar algo nuevo en recipientes viejos. El mensaje que él trae en nombre de Dios es algo nuevo. La palabra de Dios siempre es algo nuevo para los seres humanos. Siempre nos trae algún contenido que no conocemos, que no sabemos aún, que está más allá de nuestras estructuras de pensamiento, de nuestras costumbres, tradiciones y rutinas. Por ello la palabra de Dios no pierde vigencia y siempre tiene algo que decirnos.

 

Es difícil que nuestro pensar y actuar esté en línea con el pensar y actuar de Dios. Frente a su palabra, que nos revela su pensar y los móviles de su proceder, nuestro pensar y actuar siempre será algo caduco, viejo, que es necesario renovar. Nuestro pensamiento y nuestras formas de actuar casi siempre se guían por costumbres, rutinas y tradiciones. Solemos funcionar como un avión puesto en “piloto automático”. Normalmente no ponemos en tela de juicio nuestro estilo de vida. Las costumbres y tradiciones guían nuestra vida por un camino determinado, que por cierto facilita nuestra vida, nos ahorra el esfuerzo de pensar, de experimentar, de encontrar el camino apropiado para nuestra vida. La pregunta que, sin embargo, cabe hacer aquí es, si esas costumbres y tradiciones son buenas y si nos guían por el camino correcto, por el camino por el cual nos quiere llevar nuestro Señor.

 

No estamos en condiciones de adivinar o abarcar el pensamiento de Dios. Ese pensamiento fundado en el amor y la misericordia está tan lejos del pensamiento humano como el cielo de la tierra. Por tanto, cuando su palabra irrumpe en nuestro medio, revienta los recipientes acostumbrados en los que pretendemos meterla y conservarla. Ella rompe las viejas tradiciones y nuestros esquemas habituales y nos llama a renovarlos. Pero no renovarlos como cuando blanqueamos con cal un viejo rancho de barro. Ella renueva desde los cimientos mismos. Ella no viene a remendar y emparchar nuestras costumbres, sino a reemplazarlas por nuevas. La palabra de Dios, encarnada en Jesús, quiere guiarnos a pensar y a actuar por el camino del amor y de la libertad.

El amor nunca surge de la obligación. La mejor costumbre no nos puede obligar a poner en práctica el amor a Dios y a nuestros semejantes. Pero hay muchas costumbres que sí nos impiden realizar este amor. Cuando estas costumbres exigen tanto respeto, que adquieren el peso de leyes, terminan por esclavizar al hombre. En vez de guiarlo, limitan su manera de pensar y actuar, le quitan la libertad, lo apresan aun cuando aparentemente le facilitan la vida. Sí, es aquí donde las costumbres y rutinas humanas entran en conflicto con el Evangelio, con la palabra de Dios. Ella justamente viene a nosotros para liberarnos de la esclavitud de nuestras propias estrecheces. El conflicto surge porque no queremos aceptar que vivimos presos de nuestros esquemas habituales. Como muchas veces nos muestran un camino más fácil, es comprensible que cediendo a la “ley” del menor esfuerzo, el ser humano no los quiera cambiar por otros. Por otro lado esas mismas costumbres nos tapan la visión, impidiéndonos ver más allá. De esta manera no podemos comparar y no podemos considerar nuestra propia situación y mucho menos pensar en otras y nuevas posibilidades.

Jesús, la palabra de Dios hecha carne y hueso, tuvo que toparse con esas dificultades. Los discípulos de los fariseos y los discípulos de Juan, el Bautista, estaban acostumbrados a ayunar. Dos veces a la semana o más no probaban bocado. No podían concebir que los discípulos de Jesús y él mismo no hicieran lo mismo, máxime Jesús era considerado un gran maestro y se decía de él que era el Mesías, el Cristo. ¿Pero qué beneficios confiere el ayunar? ¿Transformaba el ayuno a los humanos en personas más buenas? ¿En hombres y mujeres más dispuestos y dispuestas a amar a sus semejantes? Al contrario, los hacía más orgullosos. Por ayunar se creían más cumplidores y fieles a la Ley que quienes no lo hacían.

Jesús, siendo lo que era, muchas veces hubo de romper con las costumbres y tradiciones de sus coetáneos. Pocos comprendieron esto. El orgullo de los piadosos no les permitía dar el brazo a torcer. El que altera costumbres y tradiciones era y es considerado revolucionario. Y como tal es que Jesús fue ajusticiado en la cruz. Sí, a la muerte, a eso es lo que llevan muchas costumbres humanas; especialmente cuando estas sirven a los intereses de algún grupo que sabe aprovecharse de ellas para perpetuarse en el poder. Al fomentar la falta de pensamiento, los esquemas establecidos impiden que los seres humanos vean con ojos críticos a esas mismas costumbres para buscar la forma de salir de ellas o cambiarlas. Asimismo nos quitan la capacidad de asombro ante las cosas nuevas, el deseo de experimentar nuevas posibilidades para una vida más plena. La falta de libertad produce la muerte del espíritu. Muchas veces son justamente esas costumbres que tenemos por buenas, las que nos impiden acercarnos a Dios.

Y precisamente esto era lo que estaba pasando con el pueblo de Israel. Por causa de las tradiciones de sus dirigentes, el pueblo estaba impedido de acercarse a su Señor. Para entrar al templo debían cumplir previamente un montón de reglamentaciones tradicionales. Pero Dios se nos ofrece gratuitamente. Para llegar a él no nos exige nada, salvo un corazón abierto y dispuesto a recibirlo. Es más, no somos nosotros los que tenemos que buscar afanosamente un acercamiento a él. Él mismo nos busca, el mismo se acercó y se acerca a nosotros. Solo quiere corazones y mentes libres y no obligadas, quiere corazones y mentes libres dispuestas a hacer con agrado su voluntad, a practicar el amor y la misericordia voluntariamente.

A Jesús la lucha contra las costumbres y tradiciones viejas y estrechas no le reportaron ningún beneficio; al contrario, le acarrearon la muerte. Pero él debía cumplir el mandato divino de romper las cadenas de nuestros esquemas habituales. Al resucitar de entre los muertos, Jesucristo terminó echando por tierra todo lo acostumbrado. Estábamos acostumbrados a ver que los muertos no volvían a la vida, pero Dios con la resurrección de Jesús venció a la muerte para darnos la libertad de proyectarnos más allá de todas nuestras costumbres establecidas. Ahora nos mostró un camino hacia un futuro abierto, que no termina con nuestra acotada permanencia en este mundo. Pero también nos demostró con la resurrección, que este mundo, a pesar de todos nuestros esquemas y rutinas, nuestros avances científicos y tecnológicos, etc., se encuentra bajo su poder. No estamos sometidos a la opresión sin sentido y destinados a la nada y el olvido.

Y esto es precisamente el Evangelio, la buena noticia de que Jesús nos libera de todas nuestras vanidades, de todas esas ideas fijas que guardamos celosamente como si fueran de Dios, cuando son puramente humanas, muchas veces obligaciones inútiles. Sí, nos hace libres para que podamos amar sin limitaciones con la esperanza y confianza, de que Dios nos amó primero y desea lo mejor para nosotros. Su palabra no viene para confirmar, reforzar, remendar nuestros hábitos caducos, sino para criticarlos, reformarlos y reemplazarlos hasta que sea posible que entre los humanos se haga su voluntad sin impedimento alguno.

Como iglesia y congregación, tanto como pastor y comunidad de miembros, no es nuestro trabajo, entonces, cuidar y conservar viejas costumbres, sino probarlas a la luz de la palabra de Dios y dejarlas a un lado, si no sirven para implementar, esa misma palabra. Más vale dejémonos guiar por esa palabra de Dios para descubrir nuevas formas de llevar una vida de acuerdo a su voluntad en nuestra época. No todo lo que se daba por sentado e inamovible en los tiempos de nuestros abuelos, sirve como expresión de fe adecuada en las circunstancias actuales. Dios quiere que nos renovemos siempre de nuevo, que continuamente nos adelantemos hacia una nueva vida con nuevas costumbres más justas y humanas. No por nada el Dr. Martín Lutero nos dice apropósito del Bautismo, que “diariamente debe morir en nosotros el viejo Adán con sus pecados y malos deseos (malas costumbres) y surgir y resucitar el nuevo hombre para vivir eternamente delante de Dios en justicia y pureza”.

Sería tedioso ahora enumerar las costumbres que deberíamos erradicar o por lo menos revisar a la luz de la palabra de Dios tanto en nuestra comunidad de fe, en nuestra vida personal o en nuestro comportamiento civil. Estas (malas) costumbres también varían de lugar en lugar, por lo que no me quiero convertir en juez de lo que no conozco. Pero como ejemplo pongo la (mala) costumbre de no brindar una atención amable a personas que se acercan por primera vez a nuestras reuniones, de mirarlas como que fueran venidas de otro planeta. Otra es la (mala) costumbre de confeccionar los presupuestos de nuestras congregaciones, donde en aras de mantener las contribuciones de los miembros en el nivel más bajo posible, no incluimos rubros para la compra de materiales para la catequesis, la misión, etc., etc.. Hubo tiempos en que hasta la consecución de una triste máquina de escribir era considerado un lujo prescindible. También está ahí la mala costumbre de pagar y arreglar todas nuestras infracciones, etc. con “coimas” (sobornos). Lo dejo ahí. Hay muchas más costumbres en nuestra vida privada, comunitaria y civil que deberían ser revisadas, cambiadas o erradicadas. No podemos recibir a Jesucristo, si nuestros corazones y mentes son gobernadas por costumbres contrarias a la voluntad de Dios. Dejemos que él cambie nuestro estilo de vida y nos ayude a que nuestros pensamientos, sensibilidades y acciones sean guiadas por criterios de amor, misericordia, justicia y perdón. Amén.

Pr. em. Federico Schäfer

Buenos Aires – Argentina

federicohugo1943@hotmail.com

 

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