Alguien tiene que tener…

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Alguien tiene que tener…

Alguien tiene que tener la culpa la culpa | Juan 9:1-41 | Estela Andersen |

Reciban ustedes bendiciones y paz de parte de Dios, El que era, es y ha de venir. Amén.

 

La culpa siempre ha sido un tema para nosotros, los seres humanos: nadie la quiere tener, nadie la quiere asumir y todos se la echamos a los demás.  Muchas cosas se han escrito acerca de la culpa o responsabilidad (que suena un poco menos fuerte, pero es lo mismo), incluso hay muchas frases o dichos populares que corren entre la gente, justamente por la profundidad que tiene este tema.

Apenas comenzamos a leer la Biblia, en el tercer capítulo del Génesis aparece: ¿Quién tuvo la culpa de que Adán y Eva comieran la fruta del árbol prohibido que se encontraba en el medio del jardín del Edén? Si le preguntamos a él, va a decir que fue ella, si le preguntamos a ella, va a decir que fue la serpiente que la engañó, si le preguntamos a la serpiente… seguramente algo nos diría, pero no asumiría su responsabilidad. La realidad es que ninguno quiso asumir la parte de culpa que le correspondía. La responsabilidad, la culpa, fue compartida, porque ni Adán ni Eva, sabiendo de la prohibición de Dios, obedecieron.

Pero no siempre la carga es compartida de manera equitativa. Hay situaciones o espacios en donde algunas personas tienen una mayor responsabilidad que el resto del grupo, ya sea por la jerarquía o el conocimiento. Lamentablemente muchas veces, ante una situación extrema, se busca culpar a la parte más débil del sistema o empresa. Es lo mismo que pasa cuando en una casa la mamá pregunta a sus hijos: “¿quién rompió el jarrón?” en esas situaciones, lo más fácil es echarle la culpa al bebé o al más pequeño, que no se puede defender y que se le perdona más fácil también. En el caso de una empresa, no es lo mismo que la falla sea de un obrero que del jefe, y eso es lo que se hace: decir que la falla fue operaria, se culpa a alguien, que pierde su trabajo, y se sigue adelante, sin buscar la verdad.

 

Este año, en Argentina, vivimos la triste realidad que, apenas comenzado el 2020, ya han muerto 65 mujeres en manos de sus parejas o exparejas, esto es: cada 22.5 hs. una mujer es asesinada por el solo hecho de ser mujer, como una propiedad del hombre, del que puede disponer a su capricho. A esto se le ha dado el nombre de femicidio. El femicidio es la expresión más aguda y extrema de la violencia de género, un tema nuevo, pero que en realidad lleva milenios de existencia. La excusa del violento es que la mujer lo lleva a eso, es por el amor que le tiene y su temor de perderla… Ella tiene la culpa de su violencia… Ella es responsable de su propia muerte. Y es que alguien la tiene que tener… y se corta por la parte débil del hilo: la víctima. Entonces surgen los comentarios: ella siempre salía y se divertía, ella bebía, ella se vestía provocativamente… ella es la culpable… razones sin razón.

 

En el texto que hoy estamos compartiendo surge justamente esta pregunta a Jesús de parte de los discípulos: ¿quién tiene la culpa de que este hombre sea ciego? Y, si… alguien tiene que tener la culpa…

Jesús lo sana, pero eso no alegra a nadie ni soluciona el tema: surgen las acusaciones: ¿será que era realmente ciego? ¿No nos habrá engañado? Los poderosos del templo lo llaman, también llaman a sus padres… “pregúntenle a él… ya es grande”, dicen ellos. Los padres tampoco quieren tener la culpa, se desentienden del problema… porque tienen miedo de “quedar con la culpa” de un hijo que nació ciego y ahora ve. Nadie quiere tener la culpa, porque siempre junto con ella está la condena.

Y se cruzan las acusaciones, las teorías acerca de lo que es y no es de Dios, pero nadie logra ver el milagro, el cambio de vida de ese ciego, que vivía sentado mendigando no podía hacer otra cosa, y que ahora ve. Jesús le sanó la vista y junto con ello, descubrió la fe, el reconocer a Jesús como el Cristo, el esperado Mesías.

Jesús no sólo lo liberó de su ceguera sino también de ser un depósito del pecado, porque al verlo todos se preguntaban el por qué estaba ciego, quién había pecado. Muy a pesar de las autoridades del templo, de sus padres y de la gente que lo cruzaba cada día, el ciego había sido tocado por la gracia de Dios, y ya era como las demás personas. Nadie se alegró de ello, porque les resultaba cómodo que siguiera ciego, mendigando, sentado en alguna calle del pueblo. Era más cómodo que llevara la culpa de quién sabe qué antes de verlo liberado y feliz… porque alguien tiene que tener la culpa… y si el ciego no la tiene ¿quién sería el culpable?

 

Nosotros también vivimos echando culpas, no asumiendo nuestras responsabilidades, no haciéndonos cargo de lo que nos compete por el simple hecho de ser cristianos. Preferimos la ceguera a poner en evidencia las injusticias, poner nuestras manos a disposición para cambiar las cosas y hacer de este mundo un lugar mejor para todos y todas.

A veces somos como el ciego, mendigando en la puerta, no animándonos a ver que Jesús nos puede sacar de esa situación, a veces somos como los padres del ciego, con temor de terminar nosotros también condenados, a veces somos como las autoridades del templo, que preferimos desconfiar a ver los milagros de Jesús, que aún hoy ocurren, a veces somos como el pueblo que solo señala y condena, sin tener en cuenta de que en un momento pueden ser ellos quienes se encuentren en ese lugar.

Muchas veces enfatizamos en la culpa y buscamos mil artilugios para sacárnosla de encima, sin ver que ése no es el mensaje principal de Jesús, sino la fe, creer en él, seguirlo a él. Vivir misericordiosamente sin apuntar a los demás con el dedo, sin ocuparnos en juzgar a las personas sino de ayudarlas.

 

Querido Jesús, ayudanos a salir de nuestra ceguera, de nuestra, de nuestra inmovilidad, para que nos animemos a proclamar tu mensaje de perdón y sanación. No permitas que nos quedemos con este mensaje liberador para nosotros mismos ni que busquemos los culpables de nuestra falta de compromiso. Gracias, por tu gran regalo que es la fe, bendícenos siempre con ella, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Estela Andersen

Pastora de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata

al servicio de la Congregación Evangélica Alemana General Alvear – Distrito Entre Ríos – Argentina

dannevirke63@gmail.com

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