Efesios 2, 17 – 22

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Efesios 2, 17 – 22

La Iglesia | Sermón para 3ª domingo después de Pentecostés | 26 de junio de 2022 | Texto: Efesios 2, 17 – 22 (Leccionario EKD, Serie II) | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

¡Qué es la iglesia? La pregunta parece a primera vista una perogrullada. Sin embargo, considero que no es inútil volver a pensar un poco acerca de su significado. Con los jóvenes y con los niños hemos estado tratando este tema y hemos arribado a la siguiente definición: La iglesia es el conjunto de personas que son amadas por Dios y que aman a Dios y por eso se aman las unas a las otras y así forman una comunión, una unión muy estrecha. De ahí que, quienes formamos parte de esa comunión queremos, podemos y debemos hacer las cosas juntos, ayudándonos unos a otros, compartiendo el amor que Dios nos prodiga y demostrándolo, regalándolo a otros, incluso a los que no aman a Dios y no nos aman a nosotros. El Dr. Martín Lutero definía a la iglesia como el conjunto de personas que escuchan la palabra de Dios.

Sin duda hay más precisiones que podemos hacer acerca de lo que entendemos por “iglesia”. Pero antes quisiera desarrollar un comentario sobre un aspecto que continúa siendo muy confuso para muchos, por lo menos, a juzgar por sus actitudes. Entre protestantes tanto como entre católicos aún está muy internalizado el concepto de que la iglesia es el edificio, o sea el templo, el lugar de reunión y adoración; o también la institución jurídica, impersonal, con su jerarquía de funcionarios o ministros. Pero la iglesia no es eso, ni lo uno ni lo otro. Tal vez los jóvenes entre tanto lo tengan más claro que muchos adultos. También pentecostales y otras agrupaciones cristianas nuevas diferencian claramente entre el templo, como lugar de reunión y adoración, y la iglesia, como comunidad de creyentes. Sí, la iglesia es en primer lugar la gente, es el conjunto de personas, que por fe son llamadas por Dios a ser una comunidad, que vive en comunión con él.

La palabra española “iglesia” proviene de otra de origen griego “ekklesia” que significa “asamblea” —o más precisamente reunión de los llamados, convocados, elegidos. Curiosamente esta palabra no es muy usada en el Nuevo Testamento. Sin embargo, se ha establecido como un término técnico importante en la religión cristiana. En el relato bíblico que estamos analizando hoy, el apóstol Pablo trata de explicar a la gente interesada en la fe cristiana que vivía en la ciudad de Éfeso las características de la iglesia, pero sin usar ese término. El apóstol incluso juega con la imagen del edificio en un sentido figurado, en una época en la que probablemente no hayan existido aún templos cristianos. Tan solo existía el templo de la comunidad judía en Jerusalén o los edificios de las sinagogas (escuelas) judías, o los santuarios de otras religiones. Tampoco existían en esos tiempos comunidades cristianas jurídicamente organizadas, institucionalizadas.

Repito entonces: La iglesia es un conjunto de personas que son convocadas a reunirse como miembros de una misma familia. Y tal es la unidad orgánica entre las personas que son llamadas a la reunión de los creyentes, que el apóstol las compara con las piedras, que correctamente talladas y ensambladas, conforman un edificio, un templo, en el que Dios está presente. Es un templo viviente, en el que los bloques de piedra o los ladrillos son las personas de carne y hueso. Y este templo viviente está construido sobre la base, la fundación, que han colocado los apóstoles y profetas, o sea la palabra de Dios que ellos han transmitido, las buenas nuevas de un Dios que perdona y permite así un rehacer la vida, una renovación de la mentalidad, un renacimiento de la persona humana y que así hace posible una vida en comunidad.

Jesucristo, la palabra de Dios hecha carne y hueso, es la piedra que corona la edificación, la así llamada piedra angular, sin la cual toda la construcción se derrumbaría. Para entender mejor esta figura, es necesario un mínimo de conocimiento acerca de los métodos de construcción de la antigüedad. Hoy estamos acostumbrados a construir un encofrado de madera, colocar en él una armadura metálica, por supuesto debidamente calculada, y volcar en él el hormigón. Así obtenemos un esqueleto sólido, que luego rellenamos con ladrillos huecos, ladrillos puestos de canto, paneles aglomerados, vidrio, etc. de acuerdo a los espacios que deseamos cerrar. Antiguamente los techos o entrepisos solo podían ser hechos con tirantes de madera o con enormes bloques de piedra enterizos, hasta que se descubrió el sistema de arcos, bóvedas y cúpulas. En este sistema se construye una cimbra —si se quiere también podríamos llamarla una especie de encofrado— de madera provisoria sobre la que se van colocando desde abajo las piedras talladas en forma de cuña hasta arriba, hasta cerrar el arco. La última piedra que cierra el arco o la cúpula es la así llamada piedra angular, o clave, que, si no está bien tallada y no cierra con precisión el arco, hace que todo se caiga cuando se quita la cimbra. De ahí la importancia de esta piedra. El apóstol Pablo en su construcción figurada, le asigna a Jesucristo la función de piedra angular. Jesucristo es el sustento de nuestra fe y que mantiene con vida ese templo viviente.

Pero en esa construcción de piedras vivientes, aparte de las piedras que constituyen el fundamento y las piedras angulares, hay cientos o miles de otras piedras, que, si bien no cumplen funciones tan importantes como las nombradas, igualmente son imprescindibles. Quiero decir con ello, que todos los miembros de una comunidad, de una iglesia, tienen una función que cumplir. En el ejemplo del apóstol, las piedras no cumplen solamente una función de relleno como en las actuales estructuras de hormigón. En la antigua forma de construir, todas las paredes cumplían funciones portantes y las piedras que las constituían no podían ser prescindibles sin perjuicio para la sustentabilidad de todo el edificio. En ese sentido, aún en la iglesia moderna, todos sus miembros son importantes y tienen asignada una función que cumplir. Como mínimo esa función es la de sustentarse unos a otros como los bloques de piedra o ladrillos de una pared. Están ensamblados unos con notros y su trabajo (estático) lo cumplen en conjunto. Cada bloque por separado no puede hacer nada. Es decir, la solidaridad, la colaboración, en una comunidad cristiana son características intrínsecas, sin las cuales no existe comunidad, no existe iglesia.

Y volviendo sobre los bloques o ladrillos que conforman una construcción y sus características, aún quiero hacer incapié en otro aspecto. Las piedras deben ser debidamente talladas para cuadrar unas con otras. Dios por medio de su palabra y las experiencias de nuestra vida nos va modelando hasta que encuadramos en el edificio que llamamos congregación. Pero no está todavía nada dicho acerca del origen y consistencia de las piedras. Las habrá graníticas, areniscas, basálticas o calizas; habrá bloques de cemento, ladrillos cerámicos, adobes, etc. Pero todas servirán para construir el templo de Dios. En otras palabras, no puede haber en una comunidad discriminación entre judíos y no judíos, griegos o árabes; o traducido a nuestras circunstancias: no puede haber distinción entre miembros de origen germano, anglosajón, latino o aborigen. Todos nos acercamos a Dios por medio de Cristo y el mismo Espíritu, de manera que nadie miembro de la iglesia, miembro de la familia de Dios, debe sentirse extranjero en su propia tierra. Dios ama a todos por igual y espera esa solidaridad, esa apertura, esa inclusividad de todos.

Si como comunidad, como iglesia cristiana, asumimos nuestra interdependencia el uno del otro, y como estamos —por definición— mutuamente trabados y ensamblados el uno con el otro, y que la “argamasa” que nos une es el Espíritu de Dios, vamos a poder realizar juntos muchas cosas: desde la escuela dominical hasta la compra comunitaria de alimentos, desde armar un grupo de mujeres o de varones hasta proyectos de visitación domiciliaria. Muchas cosas se pueden hacer, cuando muchos colaboran y están unidos por una misma fe en el Señor.

Y esto de tener una misma fe en Dios no es lo mismo que adherir a un a un X-objetivo de un club o asociación. La común fe en Dios no nace de la pura voluntad humana, sino que nace de la voluntad salvadora y liberadora de Dios. Con su palabra él nos convoca y congrega. En Jesucristo nos ha demostrado que nos ama, que él nos quiere, que nos perdona y siempre está de nuevo dispuesto a reconciliarse con los humanos. Por eso podemos tener confianza en él y acompañados por él amar a nuestros hermanos en la fe y a nuestros prójimos apartados de Dios. Por eso existe la iglesia. Qué él la guarde y la prospere hasta que él mismo dé terminación plena a sus planes y proyectos. Amén.

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Federico H. Schäfer

E-Mail: federicohugo1943@hotmail.com

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