Juan 13, 31 – 35

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Juan 13, 31 – 35

Sermón para 5° domingo de Pascua (Cantate) | Texto: Juan 13, 31 – 35  (Leccionario Ecuménico, Ciclo “C”) | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

Imaginemos un parador a la vera de una ruta nacional: expendio de combustibles, repa-ración de neumáticos, taller mecánico, cafetería, maxiquiosco…. Un periodista quiere armar un documental para la televisión sobre la vida y el movimiento de un parador, lugar de encuentro de personas provenientes de los lugares más distintos y de las profesiones, empleos y proyectos de vida más diversos. El periodista encuesta al cajero del maxiquiosco, al expendedor de nafta, al mecánico, al conductor de un camión frigorífico, a los pasajeros de una camioneta, que dicen ser integrantes de un grupo de teatro de gira por el país, a los pasajeros de un taxi, que van urgentes a participar de un sepelio…. Finalmente también interroga a una automovilista que viene de regreso de visitar a un pariente.

Del espejo retrovisor de su auto cuelga un rosario con una cruz. Al ver los colgantes, el periodista le pregunta: ¿Usted es cristiana? Sí, responde la señora. El periodista es incisivo como muchos de sus colegas. Repregunta: ¿Usted cree en Dios? La mujer se vuelve insegura, pero finalmente responde que sí. El periodista vuelve a la carga: ¿Cómo es esto de creer en Dios? ¿Qué beneficios le brinda?  Y….. es sentirme amparada; la esperanza de llegar sana y salva de vuelta a casa….  responde la señora con cuidado. Era evidente que se sentía invadida en su intimidad por estas preguntas. En realidad le costaba mucho dar un testimonio claro de su fe. Y en esto ella no está sola! Hay miles que son para sus adentros creyentes, pero tienen dificultades de expresare su fe. Es más, me preguntaba a mi mismo, que respondería yo a un periodista, que ante cámaras me hiciera tales preguntas inesperadas

junto a la ruta.

Muchos cristianos manejamos las cosas de nuestra fe en forma individualista, en nuestra intimidad. No entendemos el mensaje en toda su profundidad; nos construimos nuestra propia teología y nos da vergüenza compartirla con otros por temor al error o a la burla. No es para menos, pues las cosas de la fe no son tan sencillas cuando estamos ocupados constantemente con nuestras preocupaciones cotidianas. Jesús muchas veces hablaba con ayuda de metáforas y parábolas, que pretendían facilitar el entendimiento, pero que a nosotros hoy en día nos parecen ininteligibles. Pero también es cierto, que muchas veces nos complicamos la vida inútilmente con sofisticadas interpretaciones de su mensaje. Pero veamos el texto que nos toca exponer hoy:

En esta suerte de alocución o charla de despedida, que Jesús dice cuando ya sabía que su suerte estaba echada, que ahora sí las autoridades religiosas judías prontamente irían a echar mano de él, les revela a sus discípulos una vez más esta relación, este misterio que lo une a Dios. En él, en ese Jesús, en ese hombre de carne y hueso nacido en Belén, carpintero de profesión, en ese Jesús se muestra la gloria de Dios.

¿Qué es eso? Con la palabra “gloria” en nuestras Biblias españolas se traduce un término griego (doxa), que tiene un significado muy amplio: luminiscencia, brillo, reflejo, grandeza, señorío, fuerza, poder, todo lo que se le puede atribuir a Dios. Efectivamente, ese Jesús es un “reflejo” de Dios. Para ello Dios lo ha enviado, para que nos muestre a nosotros los humanos, como es Dios. El punto culminante de esa “demostración” fue su muerte en la cruz, en la que se ha entregado, sacrificado, íntegramente en favor nuestro. Pero en realidad toda su vida fue —debía ser para nosotros— una muestra, un modelo, una demostración de cómo es Dios. Sus enseñanzas, su pedagogía, su preocupación por los pobres, por los enfermos, por los dolidos, por los que estaban inbrincados en una vida problemática y dudosa —como las prostitutas, los cobradores de impuestos, etc.—, su dedicación a estos sin segundas intenciones más que la de sentar precedentes ejemplares del amor divino; su misericordia, humildad y sencillez; su disposición al servicio hasta la autonegación, pero también su radical denuncia del mal, son las señas que nos revelan la actitud de Dios hacia los seres humanos.

Jesús no es un monumento a la virtud, estático, parado sobre un pedestal, soberbio. No, es acción transformadora, motivadora, alentadora  consoladora, perdonadora, contenedora, sanadora, protectora, y defensora, es pues, demostración vívida y vivida de cómo Dios actúa con sus criaturas. Todo esto es la gloria de Dios revelada y ejemplificada en Jesús para nuestro bien.

Pero toda demostración tiene un tiempo; llega el momento en que termina, en que los destinatarios de la demostración tienen que asumir por su cuenta las decisiones, las opciones y mostrar a su vez los resultados, el reflejo de lo visto y aprendido. Jesús volvió al lugar del cual había venido junto a Dios. Los discípulos no lo podían seguir hacia donde él iba; no en ese momento; nosotros tampoco podemos seguirlo en este momento. Ese seguimiento pasa por la muerte; a su tiempo nos tocará. Pero no podemos ni necesitamos hacer las obras que competen a Dios. De esas se responsabilizó y se responsabiliza Dios mismo. El sacrificio en la cruz tiene validez universal. Es decir: fue una vez para siempre. Nosotros no estamos en condiciones de repetirlo y no necesitamos repetirlo.

Sin embargo, el seguimiento que sí podemos hacer, y que Jesús mismo nos encomendó, es la realización concreta del amor mutuo, de uno para con el otro; ese amor que nos demostró constantemente Jesús en sus acciones hasta su sacrificio y que es un reflejo del amor de Dios; es ese amor que posibilita la vida en comunión, que solo se siente y se vive en comunidad; que hace posible que nos perdonemos, que abandonemos la soberbia y el individualismo, el egoísmo, las ansias de poder, los celos y la envidia; que hace posible la generosidad, la solidaridad, la confianza y el compartir todo, incluso nuestras experiencias de fe.

En este camino sí podemos y debemos seguir a Jesús. Y podemos seguirlo, porque él nos amó primero y nos continúa amando. Y el ejercicio de este amor será también nuestro mejor testimonio de que somos sus discípulos, que somos sus seguidores, de que somos cristianos y de que creemos en Dios. En estas condiciones no habrá necesidad de titubear cuando se nos pregunte en qué consiste nuestra religión. ¡Podremos dar clara razón de ella! Sabremos decir que nuestro Dios es así como Jesús, como Jesús nos lo mostró; que obviamente nos protege cuando viajamos en auto por las rutas y autopistas y podemos confiar de que nos ayudará a llegar sanos y salvos a nuestro destino.  Pero que es más que ello; que nos perdona para que podamos rehacer nuestras vidas, y nos ama de tal manera, que podemos confiar en él en todas las circunstancias; que gracias a su amor también podemos amar y encarar una vida en la que también el otro tiene su lugar y su dignidad; y que esa vida en comunión con Dios y los otros, nos puede colmar de gozo y felicidad, a tal punto que seremos impulsados a transmitir este mensaje a nuestros semejantes, que aún no lo conocen o no le han dado importancia hasta el momento.

Cuando aquí hablamos del amor, no estamos hablando solamente del sentimiento de atracción entre varones y mujeres, entre padres e hijos, entre abuelos y nietos o con una mascota. Obviamente Dios también está a favor de esas expresiones de amor: acompaña a las parejas, a las familias, a los amigos. Pero hablamos especialmente de ese amor que es capaz de superar ofensas, revertir enemistades, aguantar insultos, estar dispuestos a realizar algo por un semejante sin esperar inmediatamente una contraprestación por ello; es el amor que es capaz de sacrificar el deseo particular en aras de una voluntad comunitaria.

Esto es, por cierto, más difícil lograrlo, que simplemente ceder, por ejemplo, a la atracción sexual. No es que esto sea malo o desechable, pero recién lo mencionado más arriba, por ejemplo, va a permitir a una pareja vivir en unión permanente.  Dios nos concede su Espíritu para que podamos crecer en el aprendizaje y el ejercicio del amor. Esto nos valdrá un premio ya aquí y ahora: aunque algunos se burlen de nosotros, por otros también seremos respetados y amados. Eso nos hará sentir bien y ser agradecidos. Y muchos podrán ver en nosotros reflejado a Jesús; podrán ver que somos discípulos de Jesús. Amén.

de_DEDeutsch