Juan 8, 21-30 

Juan 8, 21-30 

Sermón para 2° domingo de Cuaresma (Reminiscere) | Texto: Juan 8, 21-30 (Leccionario0 EKD, Serie V) | Federico H. Schäfer |

Estimadas hermanas y estimados hermanos:

Este enigmático párrafo, que acabamos de escuchar, es uno de los tantos relatos, que nos transmiten los evangelistas, sobre discusiones entre Jesús y los “judíos”. Ponemos aquí judíos entre comillas, pues en realidad los que discuten con Jesús son los maestros de la ley, los sacerdotes, en fin los dirigentes espirituales y sociales del pueblo judío. Se podría suponer que estos tuvieran conocimientos y experiencias mínimas acerca de las cosas de Dios, que les permitiera desarrollar un diálogo fluido con Jesús y un entendimiento positivo de las “buenos nuevas” que Jesús traía de parte de Dios. Pero nuestra suposición es vana. Para una justificación parcial de los dirigentes judíos, he de decir, que en tiempos de Jesús como hoy en día, había dando vueltas por ahí diversos predicadores ambulantes difundiendo quien sabe qué sabidurías, lo cual los obligaba a estar siempre en guardia.

Sea como fuere, los relatos evangélicos una y otra vez nos hablan de la resistencia que ofrecían los dirigentes judíos a esas buenas nuevas. Esto provoca a Jesús a optar, a veces, por un tono duro y expresar palabras que no suenan precisamente a “buenos nuevas”, sino a amonestación, a juicio. Ante la reiterada falta de voluntad de entenderlo, el evangelista recupera esta escena en donde Jesús finalmente dice.” Yo me voy y Uds. me buscarán, pero morirán en su pecado. A donde yo voy Uds. no pueden ir”. Los sacerdotes judíos entonces comentan: “Será que se quitará la vida y es por ello que dice que no podemos ir a donde él va?”

Este comentario los convierte por unos momentos en profetas. Pues efectivamente Jesús moriría. Pero no sería él quien se quitaría la vida, sino ellos mismos se la quitarían. Sin embargo, al condenarlo y hacerlo clavar en una cruz, estarían “levantándolo en alto”, es decir, posibilitando su “resurrección”, su regreso al Padre en los cielos. Entonces algunos, tal vez, lo reconocerían como al enviado de Dios……y lo buscarían……  Lo buscarían, pero en vano; sería tarde, pues Jesús ya se habría ido y no podrían ir a dónde él se dirige en busca de diálogo, de consejo.

Aquí, precisamente aquí, es donde cobra todo su peso la advertencia de Jesús: “Me buscarán, pero morirán en su pecado”. Una primera conclusión general que podemos sacar de esta discusión, es que el encuentro con Jesús, que tiene por objeto de parte de Dios restablecer las buenas relaciones, la amistad, la comunión entre sí mismo y los seres humanos, tiene su tiempo y su lugar, su oportunidad, que no puede ser desperdiciada. Restablecer las relaciones con nuestro Dios es un asunto que urge y que no puede ser relegado, postergado, pues se corre el riesgo de perder la oportunidad. Podemos morirnos en el entretanto.

La oposición de los dirigentes judíos a comprender a Jesús, sin embargo, todavía nos lleva a otras reflexiones. Creemos que no todos los judíos se resistieron a dar crédito a Jesús. Jesús tenía muchos discípulos y seguidores. Esta realidad era lo que justamente preocupaba a los dirigentes. Pero cuando el evangelista menciona a los judíos en forma genérica, como quienes se resistían a tomar en serio a Jesús, se me ocurre que debe haber estado pensando, en que la característica de negarse a Dios no es un rasgo de algunos pocos fariseos, maestros de la ley, de algunos judíos o de todos ellos, sino de todos los seres humanos del mundo entero. Y díganme Uds., hermanos y hermanas, cual otra es vuestra experiencia a diario.

La discusión entre el ser humano y Dios no pasa apenas por los muy difundidos argumentos racionalistas, de que no se puede creer en Dios porque no se puede demostrar su existencia; o que la Biblia fue escrita por hombres y por tanto quién garantiza que contenga la verdad: si falla al describir la historia, por qué no habría de errar al describir a Dios; o Dios es un invento de los “curas” para infundirnos temores y dominarnos, etc., etc.

Es un hecho real y lamentable, que la religión fuera malversada y usada como factor de dominación del hombre por el hombre en todos los tiempos, lo cual es completamente contrario al Espíritu de Dios verdadero y por ello el ser humano tiene pleno derecho de resistirse a esa dominación. Quebrar esa dominación es lo que procuraban los reformadores en el siglo XVI. Pero más allá de ello, lo que al ser humano más molesta es precisamente esto: reconocer a un ser superior a él, que pretenda dar rumbo a su vida. El ser humano pretende ser el artífice de su vida, de su propio destino, y aún si recurre a diversos dioses instaurados por él mismo —amuletos, supersticiones, horóscopos, cábalas, poder, dinero, etc., etc.—, lo hace para obtener una ratificación o aprobación de su propia voluntad.

A veces nuestra religión cristiana corre el mismo riesgo de ser tergiversada en su sentido. Pero lo cierto es, que el mensaje bíblico nos dice, que nuestro creador quiere ser principio y fin de nuestra vida y que ese proyecto divino es beneficioso para nosotros, tan beneficioso como las bondades que otorga un padre o una madre a su hijo o hija.

Pero la soberbia y el orgullo del ser humano, que pretende elevarse a sí mismo a la categoría de Dios, es decir convertir la ilusión de no ver limitada su voluntad y poder por nada, es ciega para con el amor de Dios. Las consecuencias de ello nos son harto conocidas; y debemos asumir, que es eso precisamente a lo que Jesús se refiere, cuando dice que estamos en pecado. Es decir, la esencia del pecado, y a pesar de que el término se haya convertido en un concepto impopular, es nuestra resistencia al amor y cuidado de Dios.

Todos los argumentos usados para justificar la presunta imposibilidad de creer en Dios, en el fondo no son otra cosa que excusas para no someternos a las pautas de vida que derivan de una correcta relación con él.

Escucho la queja de los solitarios, pero que no aceptan a Jesús como compañero. Escucho la queja de los que no encuentran sentido a esta vida, pero no aceptan que Jesús sea su camino. Escucho la queja de los aburridos, pero que no aceptan entregar su tiempo para servir a Jesús y a sus hermanos. Escucho la queja de los que sufren injusticias, pero jamás se han preguntado por lo que Jesús considera justo. Escucho la queja de los campesinos, ya sea por sequía o por exceso de lluvia, pero que jamás agradecieron a Jesús cuando las cosechas eran buenas y abundantes, amén de haberse frotado las manos gozando de la desgracia ajena cuando la sequía o las inundaciones aquejaban a los productores de otros continentes. Escucho las quejas por los muchos robos y asaltos de parte de gente que no quiere oír la opinión de Jesús acerca de la caducidad de los tesoros de este mundo. Escucho las quejas sobre el deterioro moral de nuestra época de parte de gente que por el otro lado no está dispuesta a aceptar para si la radicalidad de los diez mandamientos. Escucho las quejas de los que echan de menos afectos, consideración, reconocimiento de parte de sus semejantes, pero no quieren oír a Jesús, cuando dice que vale mucho más dar que recibir. Y habría más quejas……que ya no voy a reproducir.

No cabe duda que visto así, Jesús es un tipo muy incómodo. Nos toca los lados flacos; toca todos los aspectos de nuestra humanidad condicionada por el pecado. No es cuestión de poner en tela de juicio la identidad de Jesús o el contenido de su prédica. Él proviene de Dios, él está unido a Dios, lo que él expresa es la voluntad de Dios. Somos nosotros los que somos puestos en tela de juicio por Jesús. La pregunta entonces no debería ser: ¿Quién eres tú? O parafraseando el desprecio de los sacerdotes judíos: “¿Qué puede venir de bueno de Galilea?”, sino: ¿Quiénes somos nosotros? Y seguramente ante la presencia de Jesús será necesario una sustancial corrección en el rumbo de nuestras vidas, en el estilo de vida que llevamos. Y esta corrección más vale que se produzca lo más pronto posible, antes de que sea demasiado tarde, antes que el juicio negativo que aventuramos contra Jesús se transforme en un juicio contra nosotros mismos.

Es necesario que aprovechemos los tiempos y los plazos que nos regala el Señor. De lo contrario nuestras quejas actuales, nuestros sinsabores que amargan hoy provisoriamente nuestra vida, se transformarán en angustias perdurables, definitivas. Pero Jesús no se goza en castigarnos. Él nos hace una propuesta de vida verdadera, que es de diseño divino, que está basada en el amor y todo lo que el amor implica y que no tiene absolutamente nada que ver con las reglas de juego de este mundo provisorio y pasajero.

En conclusión: aceptemos esa propuesta y desmantelemos nuestra oposición al Señor. Él se entregó por nosotros en señal de lo que Dios es capaz de hacer por sus criaturas, y nos da siempre de nuevo una mano para que nosotros sí podamos ir a donde él va. Amén.

Federico H Schäfer

E.mail: federicohugo1943@hotmail.com

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