La clave está en la fe

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La clave está en la fe

Décimo Segundo Domingo después de Pentecostés – 23.8.2020 | Mateo 16:13-20 | Estela Andersen |

 

Reciban ustedes bendiciones y paz de parte de Dios, El que era, es y ha de venir. Amén.

 

El texto de hoy, Décimo Segundo Domingo después de Pentecostés se encuentra en el evangelio de Mateo 16:13-20:

„Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas.» Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.» Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo.“ Amén.

 

Existen llaves de todo tipo. Si buscamos en el diccionario hay al menos 16 definiciones diferentes de esta palabra, que pasa de:

* instrumento, comúnmente metálico, que, introducido en una cerradura, permite activar el mecanismo que la abre y la cierra

* instrumento usado por los dentistas para arrancar las muelas

* signo ortográfico auxiliar en forma de ballesta ({ }), que se emplea, normalmente como signo simple, en la realización de esquemas y cuadros sinópticos para agrupar los elementos que se encuentran a un mismo nivel,

* principio o medio que facilita el conocimiento de algo, entre otras cosas.

 

Llave proviene del latín, “clavis”, que significa llave, pero que nos remite también a la palabra clave, que, en realidad, también es una herramienta para abrir, o no permitir la entrada a algo.

Pero en general cuando decimos llave, pensamos en esa pequeña herramienta, que podemos llevar en el bolsillo, que nos sirve para abrir o cerrar, por ejemplo, la puerta de nuestra casa, pero también que sirve para arrancar el motor del vehículo. Sin esa herramienta, que es específica y única, y que, si la perdemos o se nos rompe, no tenemos acceso al lugar, o a encender el motor. Las llaves, aunque se parezcan, son diferentes en pequeños detalles, lo que hace que no se puedan intercambiar.

 

En el texto que hoy compartimos, Jesús le dice a Pedro que le dará las llaves del Reino de los Cielos para su acceso. ¿Quiere esto decir que Jesús lo ubica por encima del resto de sus discípulos?

 

Si volvemos un poco más atrás en el texto, como ocurre muchas veces en los evangelios, Pedro responde a una pregunta que Jesús hace al grupo: «Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?». Pedro le hace una confesión de fe: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.», a lo que Jesús responde haciendo un juego de palabras a partir de su nombre: Pedro – piedra. Sobre esa confesión de fe Jesús construirá la iglesia, o sea, la comunidad de fe, y quienes son sus discípulos tendrán las llaves para abrir la puerta al Reino de los Cielos. Así como Pedro responde por todos los discípulos, Jesús, en él, les entrega las llaves para abrir la puerta al Reino de los Cielos.

Dentro de la tradición judía, las llaves del Reino de los Cielos se refieren a la autoridad para impartir los preceptos y enseñanzas, y velar por una doctrina conforme a la Biblia. Por eso, cuando Jesús habla de unas llaves, se refiere a esto mismo: a la transmisión de sus enseñanzas y velar por una forma de vida acorde al seguimiento a Jesús. Estas llaves de ninguna manera otorgan poder a quien las recibe, sino que se trata de una gran responsabilidad. Quien administra las llaves, ama de llaves o mayordomo, no es el dueño, el señor, sino quien vela por el cuidado y es responsable si la propiedad sufre algún daño, pero también, de dejar afuera a quien es invitado o tiene el derecho de entrar. Si lo trasladamos al evangelio, el no proclamarlo, el guardar la Palabra para sí mismo, seleccionar a propio criterio quién puede acceder o llevar una conducta incoherente con las enseñanzas de Jesús, afectaría al acceso al Reino de Dios. Porque guardar y esconder esas llaves significa dejar afuera a aquellas personas que ansían entrar.

 

En ese momento y contexto, los discípulos comprendieron que el mensaje era para el grupo y no específicamente para Pedro, pero al paso de los años, y al armar una estructura eclesiástica, estas palabras de Jesús tomaron otro vuelo, otra interpretación. Se formó una estructura jerárquica que muchas veces se buscó cambiar (el movimiento de la Reforma fue uno de los que más buscaron una desjerarquización con el sacerdocio universal de los creyentes), pero una y otra vez, un sector se apoderaba de “las llaves” para ejercer poder.

 

En mis primeros tiempos en el pastorado, un miembro de la congregación que atendía me preguntó por el oficio de las llaves. Era la primera vez que escuchaba ese término. Mi Iglesia madre es la Evangélica Luterana Danesa, en donde ese concepto no existe. Cuando llegué a casa lo encontré en el “Escudo de la fe”, y me sorprendió. Descubrí que en algunas Iglesias Luteranas ese “oficio de las llaves” lo ejercía el pastor, quien decidía si un miembro podía o no, por ejemplo, acceder a la Santa Cena.

De ahí en más he reflexionado mucho acerca de este texto y he investigado también. He visto cómo quien tiene las llaves, por ejemplo, del templo, de alguna manera ostenta un pequeño poder, y que muchas veces llega a grandes conflictos dentro de las comunidades.

 

Ahora ¿por qué existen llaves? Claramente para defenderse o preservar algo que, quienes tienen malas intenciones, pueden robar o destruir.

¿Por qué el Reino de los Cielos necesita de llaves?

Porque no se trata de llave, sino de clave. Si lo pensamos desde la música, la clave que va al principio del pentagrama, que elija el compositor, afecta las notas de la melodía que se va a tocar, y es determinante, sobre todo, si la van a tocar varios músicos al mismo tiempo.

De eso mismo se trata cuando hablamos acerca del evangelio y su transmisión. En el intercambio entre Pedro y Jesús, pasan de una confesión de fe, a la piedra fundamental para construir una comunidad de fe, terminando con las llaves, y quien las administra. Así, llegamos a la conclusión que las llaves, o clave es la fe construida en comunidad, que debe ser cuidada y preservada. Una comunidad de fe que debe abrir su puerta a toda persona que anhela seguir a Cristo. Quienes se “encargan de las llaves” no son privilegiad@s ni deberían ejercer ningún poder, sino que tienen una responsabilidad; son servidores, no dueños.

 

A nosotras, las personas, nos cuesta pensar en términos que no sean jerárquicos. Eso se ve en todos los espacios: personas que buscan quién es el responsable, personas que buscan tener al menos una pizca de poder, personas que tratan de manera diferente a otras, según el lugar que ocupan en la sociedad.

Una y otra vez Jesús trató de mostrarnos que Dios no quiere jerarquías entre nosotr@s, y nos dio su ejemplo de vida en este sentido. Nos dijo que el mayor en el Reino de los Cielos es quien sirve, pero seguimos con el mismo chip.

El texto de este domingo nos desafía a repensar nuestras actitudes ante los pequeños espacios de poder (como el de tener la llave de…), nuestras estructuras eclesiásticas y nuestras formas de conducirnos con autoridades de todo tipo. Pero también nos anima a pensar más en claves para poder vivir el evangelio de forma auténtica y no en llaves que abran y cierren, y dejen gente afuera, o estén en manos de personas que nada tienen que ver con el espíritu en que Jesús le habló a Pedro. Amén.

 

Querido Jesús, es un privilegio para nosotr@s el ser parte de tu Iglesia, de tu cuerpo, es un privilegio que nos confíes tus llaves. Ayúdanos a que el egoísmo no nos atrape y nos creamos dueños de esas llaves. Ayúdanos a comprender que son una clave a través de la cual estamos llamad@s a trabajar junt@s, en sintonía, y que el evangelio es la partitura que nos permite afinar para que el testimonio que demos sea el que tú estás esperando. Te pedimos que derrames tu fe sobre todas aquellas personas que te buscan y todavía no te encuentran, y permite que cada vez más personas te sigamos y compartamos esta gran comunidad de fe, que es tu Familia, te lo pedimos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Estela Andersen

Pastora de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata

al servicio de la Congregación Evangélica Alemana General Alvear – Distrito Entre Ríos – Argentina

mail: dannevirke63@gmail.com

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