Las lágrimas de Dios: como…

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Las lágrimas de Dios: como…

Las lágrimas de Dios: como miel en la boca y como un Amargo para el estómago | 6º Domingo después de Epifanía | Sermón sobre Ezequiel 2:1-5(6-7)8-10; 3:1-3, por Michael Nachtrab |

Santo Dios, Inmortal y Fuerte, dame hoy de comer de tu palabra para que todo lo que diga sea para provecho de tu pueblo reunido hoy, y danos de comer de tu palabra para que en todo momento anhelemos ser saciados con tu verdad, justicia y misericordia en vez de buscar las palabras vanas que tal vez sean dulces a nuestros oídos, pero amargas en nuestra boca. Te lo pedimos por medio de Cristo Jesús, tu Palabra Encarnada, que vino a ser palabra de vida para nosotros, y que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

Queridos hermanos y hermanas:

hay una escena de la película Selma que muestra al Dr. Martin Luther King, a quienes muchos consideran un moderno profeta, de su lado más pastoral. Cuando una patota policial con motivos racistas asesina al joven afroamericano Jimmy, Dr. King se acerca al abuelo del muchacho y le consuela diciendo: “Quiero que sepa que cuando Jimmy murió, Dios fue el primero en llorar. Fue el primero en derramar una lagrima por ello.”

Ese consuelo para unos puede sonar incluso blasfemo, pensar y creer que el Dios de gloria, el Señor de los Ejércitos que con brazo fuerte gobierna al universo es capaz de llorar la muerte violenta de una sola persona. Para otros, en cambio, ese consuelo puede sonar peligroso, como un edulcorante barato para una situación demasiado grave y amarga como lo era la separación racial en Estados Unidos.

Pero o el Dr. King – si es que realmente le consoló así al abuelo de Jimmy – o el guionista que puso esas palabras en boca de King tendrían frente a ambos ataques un defensor importante de su lado: el predicador del evangelio de la cruz que supo y experimentó demasiado bien que el evangelio de la cruz – aquella cruz que lleva las marcas de todas las miserias y miserables del mundo y que es la señal secreta de un tiempo y un mundo nuevo – ha de ser “tropezadero” para unos y “locura” para otros (1 Cor 1:23).

Realmente pareciera que las lágrimas de Dios son, por un lado, misericordiosa solidaridad del Omnipotente para con los que padecen en esta nuestra tierra y, por el otro, justa ira del Dios crucificado contra los que transgreden continuamente los “límites liberadores” (Daniel Beros) que el Crucificado como Creador dispuso para que haya vida y convivencia. Y en el caso de King, las lágrimas de Dios son, por un lado, razón de su pastorear misericordioso y, por el otro, lo llevan a la indignación profética frente a las injusticias hacia los suyos – los afroamericanos – y los extraños – p.ej. las victimas vietnamitas de la Guerra de Vietnam.

No lo dudo: es sumamente difícil creer en un Dios que no deja de ser omnipotente por derramar lágrimas por algo en particular, o en un Dios que no deja de misericordioso a pesar de ser justo en su ira y en su retribución. Pero no es imposible. Basta con un poco de obediencia como lo demuestra el profeta Ezequiel.

Antes de ser llamado como centinela (Eze. 3:17) Dios, a quien Ezequiel sirve como sacerdote y a quien Ezequiel en su primera visión describe como un ser súper poderoso en toda su gloria (Eze. 1:4-28), presenta ante Ezequiel un rollo largo. No es solamente una “carta con lágrimas” – como la que escribe el apóstol Pablo a los Corintios – sino un verdadero “rollo con lágrimas”. En el rollo quedaron impresos “lamentaciones, gemidos y ayes” de Dios. Es ese rollo saladito que Ezequiel debe tragarse y con que debe llenar su interior.

Para su propia sorpresa, y la de todos nosotros, ese rollo saladito es dulce como miel en la boca de Ezequiel. Siendo obediente, puede probar “que el Señor es bueno” (Sal. 34:8), es decir: que las lágrimas de Dios no son prueba de su impotencia frente al mundo sino afirman su superioridad como creador de su buena creación. Ezequiel prueba que las palabras de Dios son más dulces que la miel porque donde está su ordenanza hay vida y esperanza y donde se transgrede sus límites se halla la mismísima nada desesperante (Sal 119).

Ezequiel prueba que la bondad de Dios, por la cual derrama lágrimas por un pueblo en particular, no es contraria a su omnipotencia con que gobierna todos los imperios del mundo. O para decirlo con las palabras (separadas por Lucas y Mateo) de Jesús en la Santa Cena – y creo firmemente que no solamente lo dijo en la última sino en todas las mesas compartidas con los publicanos prostitutas y pecadores: derramada por ustedes y por muchos. El hecho de que Dios derrama por “ustedes” lágrimas, o sea por alguien en particular, no quita sino afirma más bien que lo hace y hará por muchos, a saber todos los que son como “ustedes”, ese grupo elegido de “humillados en su pobreza” (Martin Lutero).

Seguidamente – y eso lastimosamente cae un poco fuera de nuestro texto – Ezequiel experimenta el “rollo con lágrimas” no solamente como miel en la boca sino como un Amargo para el estómago porque cuando el Espíritu de Dios levanta a Ezequiel, este vuelve a los cautivos de Tel Abib con “amargura y su espíritu enardecido” (Eze. 2:14). Lo que Ezequiel prueba juntamente a la bondad de Dios es que Dios no pasa por alto las injusticias y transgresiones de sus límites como tal vez si lo hizo el sacerdote Ezequiel. Claro está que el “rollo de lágrimas” pone algo en movimiento dentro de él que estaba quieto o incluso apagado. Pareciera que las lamentaciones, los gemidos y los ayes que provienen de la propia esencia de Dios, su ser consigo mismo, es decir: de su justicia (Hans J. Iwand), tienen el mismo efecto que un Amargo para nuestra digestión, para nuestro interior: pone en movimiento los órganos adormecidos y cargados.

El hecho de que Dios llora por indignación e ira contra los que se rebelan contra sus limites y atropellan así la vida y humillan la buena creación, activa el ser interior de Ezequiel. Tal vez recién ahora puede padecer realmente el destierro, la humillación en el exilio babilónico. Tal vez recién ahora puede sentarse con los demás humillados en su pobreza a las orillas del río para llorar y colgar las liras en los sauces (Sal. 137).

Así van de la mano, la misericordia bondadosa y la justicia con que Dios se indigna. Así van de la mano, al tragar al evangelio de la cruz, es decir: al “rollo de lágrimas” de Dios, la certeza de que Dios demuestra su omnipotencia precisamente en la parcialidad y que misericordia precisamente en su justa indignación y retribución. Así van de la mano también la solidaridad pastoral de la iglesia con los humillados y la indignación profética frente a las injusticias – aun cuando nosotros no somos las víctimas. El “rollo de lágrimas” de Dios, que equivale a la copa que ha de beber Jesús en la cruz habla de un Dios que – por ser el creador de toda creatura – no puede hacer otra cosa que sentir cada injusticia y humillación padecida por esas creaturas como una injusticia contra Él mismo. No es difícil deducir, entonces, de que rollo comió Dr. King cuando proclamó que “la injusticia en cualquier lado es una amenaza a la justicia en todo lado.”

Que Dios, en su libertad y fidelidad, también nos haga comer su “rollo de lágrimas” para afirmar en nosotros la certeza de que nuestro Dios, el Creador del Universo, es un Dios capaz de llorar las humillaciones que sufre cualquier hermano entre nosotros o lejos de nosotros. Que también nos llene de santo temor frente a su ira, no para quedarnos inmóviles frente a él sino sentir justa indignación frente a las transgresiones de su ley de vida. Y si es para bien de este mundo, y aunque parezca locura o tropezadero, lloremos todo lo que tengamos que llorar en vez de cantar vanas alabanzas para entretenimiento de los soberbios en su justicia. Amén.

Vic. Michael Nachtrab
San Vicente (Misiones), Argentina
E-Mail: famnachtrab@hotmail.com
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