Lucas 10, 25 – 37

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Lucas 10, 25 – 37

Sermón para 6º domingo después de Pentecostés (Culto Familiar – Día del Amigo) | 17 de julio de 2022 | Texto: Lucas 10, 25 – 37 (Leccionario Ecuménico, Ciclo”C”) | Federico H. Schäfer |

Estimados niños y niñas, estimadas hermanas, estimados hermanos:

En los próximos días celebraremos el día del amigo. En virtud de ello estábamos buscando con los niños una definición de lo que es un amigo; qué cualidades hacen que uno pueda considerar a otra persona un amigo o una amiga. Dijimos que un amigo es alguien por el que sentimos amor; el que merece nuestro afecto; el que merece nuestra confianza; al que podemos contar nuestras penas, nuestros secretos, nuestras intimidades; al que le podemos confiar cosas en guarda; al que podemos pedir un favor; al que podemos recurrir en ayuda en una emergencia; el que es fiel y leal; el que no nos va a hacer daño; el que no va a ser nuestro denunciante y no nos traicionará; es con quien compartimos ideas y puntos de vista similares; que perseguimos los mismos ideales; es con quien estamos dispuestos a encarar objetivos y acciones en conjunto….; y quizás muchos aspectos más.

Seguramente cada uno de ustedes tiene por lo menos un amigo o amiga. Algunos tendrán varios amigos y otros llegarán a tener muchos amigos. Habrá amigos más íntimos y otros más lejanos o con quienes la amistad es menos profunda. Pero esencial es que en la relación de amistad no es posible perseguir intereses egoístas —que por otro lado en las relaciones humanas nunca vamos a poder descartar absolutamente— y por tanto no espera recompensas por los favores realizados. Obviamente, para que una amistad se conserve, debe haber un cierto equilibrio en el intercambio de relaciones. Pues, si uno, por ejemplo, solo se hace servir por el otro —es decir: solo es “amigo” cuando necesita un favor— la amistad puede llegar fácilmente a sus límites. Y surge la pregunta: ¿Cuántas faltas estamos dispuestos a tolerar de parte de nuestros amigos? ¿Cuántas faltas estamos dispuestos a perdonar en general de parte de nuestros prójimos?

Para la amistad es como que es necesario una especie de afinidad con el otro. Con algunos podemos entablar amistad espontáneamente, rápidamente, sin muchas vueltas. Con otros es necesario un largo proceso y tal vez nunca se concrete por más que queramos. También notamos que la amistad es selectiva: de algunos llegamos a ser amigos, de otros no, aunque nunca hayamos tenido algún conflicto con ellos. Es como que no podemos ser amigos de todos. Sea como fuere, para la concreción de la amistad es necesario el amor hacia la otra persona, es necesario el amor mutuo entre las personas.

Hasta aquí parece que esto de la amistad —que es una virtud que existe en todos los pueblos y de todas las culturas del planeta, sean cristianos o de otras religiones, sean creyentes o agnósticos— se cubre con la demanda de nuestro Señor de amarnos los unos a los otros. Aunque Jesús puede ser muy drástico y radical, cuando, por ejemplo, afirma que “no vino a traer paz, sino la espada y que a causa del él se enemistarán el hijo y el padre, la nuera y la suegra, etc.” (Mat. 10, 34ss), él, obviamente, no está en contra de que cultivemos la amistad. Al contrario, la amistad sincera siempre contará con la bendición del Señor. Y cuando hablo de amistad sincera, descarto de plano la asociación ilícita, la junta de personas para delinquir.

Como cristianos ahora cabe hacernos la pregunta: ¿Entre todos los amigos que tenemos, también lo tenemos como amigo al Señor, a Dios? Siguiendo un poco con el aspecto de que la amistad es selectiva, Dios espera de nosotros “qué lo amemos a él por encima de todas las cosas, con todas nuestras fuerzas, con todo nuestro corazón, con toda nuestra mente” (Deut. 6, 5). Es  como, que Dios no está dispuesto a compartir nuestra amistad con otras personas o cosas. De ahí también la demanda de “obedecer a Dios más que a los hombres” (Hech. 5, 29ss). Y desde aquí también se comprende esto de que Jesús “no vino a traer paz, sino la espada” o sea la eventual enemistad entre parientes y amigos. Entonces: primero que nada, está la amistad con Dios. La amistad con Dios tiene prioridad absoluta.

Sin embargo, esta demanda de amor, confianza, consideración total hacia Dios está ligada, quiérase o no, al amor entre las personas. En este sentido Jesús afirma, “que nadie puede decir que ama a Dios, cuando aborrece a su hermano”, odia a otras personas (1ª Juan 4, 20ss). El amor entre las personas es como la verificación práctica en este mundo del amor hacia Dios. Dicho de otra manera: amando a nuestros semejantes sin distinciones, se demuestra que queremos a Dios. En fin, amamos a Dios en las otras personas.

Pero también con respecto al amor entre las personas, Jesús es muy radical: No basta solamente con amar a los amigos, a las personas que nos son simpáticas, las personas con las que estamos emparentadas. Qué gracia tiene, dice Jesús y también el apóstol Pablo, si hacemos el bien a nuestros amigos (Luc. 6, 32ss). Gracia y mérito —si podemos hablar de mérito— tiene amar, entablar amistad con aquellos que no nos caen simpáticos, tratando de superar las reticencias —digamos culturales, de clase, de religión, de género, de raza, de nacionalidad, estéticas, etc. Tratar de amar también a los minusválidos, a los que tienen otras ideas políticas, que son homosexuales, que tienen otras costumbres.

Insisto, en esto Jesús es muy radical: él nos pide incluso amar al enemigo (Luc. 6, 27), es decir, buscar de transformar al enemigo en amigo, transformar la enemistad en amistad. Quizás el “día del amigo”, hoy por hoy muy fomentado para activar el movimiento comercial, nos sirva a nosotros para tomar conciencia de la demanda divina, de la vocación que tenemos los cristianos de ejercer el ministerio de la reconciliación y fomentar la amistad entre las personas, mediar en los conflictos, orar por los enemigos, hacer todo lo posible para transformar enemigos en amigos, ser procuradores de la paz.

Jesús va tan lejos, que afirma como broche de oro, que la mayor expresión de amor al prójimo que se puede llegar a tener, es entregar la vida por sus amigos (Juan 15, 13ss). Y esto aún está lejos de compararse con la obra que él mismo realizó, pues Jesús no solo entregó la vida por sus amigos, sino que entregó su vida también por sus enemigos. Ahora, cualquiera observará: ¡Nosotros somos humanos, no somos Jesucristo! Efectivamente, el Señor no espera de nosotros lo que no podemos hacer. No podemos repetir lo que Jesús hizo por nosotros. Pretenderlo sería también soberbia. No obstante, muchos cristianos comprometidos han entregado a lo largo de la historia, voluntaria o involuntariamente, su vida por sus semejantes y la causa de Jesucristo.

Pero gracias a que somos beneficiarios de la obra que él ha realizado por nosotros, estamos, sí, capacitados para ser, por lo menos, “pequeños cristos” para nuestros semejantes, como decía el Dr. Martín Lutero; ser frente a nuestros prójimos simples espejos reflectores del amor que él nos prodigó y nos prodiga a nosotros. Quizás nos resulte difícil o impensable siquiera la posibilidad de amar a una persona con la que estamos peleada. Pero para Dios no hay nada imposible. Él nos ha creado para que seamos sus amigos y podamos vivir en plena comunión con él y con nuestros congéneres. Y a través de Jesucristo, su enviado, nos ha demostrado de manera contundente, que él quiere ser nuestro amigo. Si aceptamos la amistad de Dios, tampoco para nosotros habrá más nada imposible. Porque Dios es nuestro amigo y nos acompaña y nos confiere la fuerza de su Espíritu, estaremos en condiciones de hacer amigos a los que no nos quieren, a los que no tienen tanta afinidad con nosotros, a los que no nos merecen confianza, a los que se hallan en situaciones complicadas.

Pero para comenzar hagamos por lo menos que nuestros amigos, aquellos que sí gozan de nuestra simpatía, de toda nuestra confianza, acepten ser amigos de Dios. Tal vez, cuando los enemigos tomen conciencia de que también ellos son amados por Dios, estén dispuestos a reconciliarse, a transformar su enemistad en amistad.

Aprovechemos, pues, esta oportunidad que nos da la celebración del día del amigo para hacer amigos con sinceridad y humildad, con disposición a ayudar y servir, sin distinciones y condicionamientos, así como el Samaritano se hizo amigo del que había caído en manos de los asaltantes. Como dijo Jesús al maestro de la ley: Haga    mos lo mismo, hagámonos prójimos y amigos de quienes nos necesitan. Ejerzamos el ministerio de la reconciliación. El Señor nos empodere y acompañe con su Espíritu en esta intención. Amén.

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Federico H. Schäfer

E.Mail: federicohugo1943@hotmail.com

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