Mirando el mundo con…

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Mirando el mundo con…

Mirando el mundo con los ojos alzados | Segundo domingo de Pascua – 19.4.2020 | Sermón sobre Isaías 40:26-31 |  por Michael Nachtrab |

Fue en la noche del jueves 13 de octubre del año 2017 cuando en la provincia de Misiones (Argentina), la Cámara Baja Provincial declaró al 31 de octubre como Día Provincial de la Reforma Protestante. Cuando se aprobó con unanimidad este proyecto de ley, enseguida empezó a sonar el himno “Cuan grande es Él”, siendo entonado por muchos líderes de comunidades y pastores evangélicos. Hay dos cosas que recuerdo bien con respecto a este acontecimiento. Por un lado, la mirada levantada de los que entonaron el himno. Y por el otro, el comentario de un muy estimado colega sobre lo sucedido: “Cuan grande es Él” seguramente – me decía – es un hermoso himno pero no es el himno de la Reforma Protestante. Es “Castillo fuerte” y por una razón muy obvia: mientras “Cuan grande es Él” lleva a levantar la mirada hacía arriba, “Castillo fuerte” invita a mirar alrededor de uno y ver el mundo.”

Aunque hay algo que habla a favor de la mirada levantada y en contra de mi estimado colega: el mismo mandato de Dios que no solamente aquí en Isaías dice “Levanten en alto sus ojos y miren…” Ese mandato de quien se revela ante Isaías como creador de los confines de la tierra, como Dios eterno, incansable e insondable, se conecta con una promesa: quien levanta en alto sus ojos, quien espera en ese Dios-Creador experimentará la renovación de sus fuerzas, “levantará las alas como águila”, “correrá y no se cansará”, “caminará y no se fatigará”. En esta misma línea, también Jesús advierte – muy oportuno para estos tiempos en que levantan la voz los predicadores del arrepentimiento señalando el fin catastrófico y terrorífico del mundo – a sus discípulos que “miren y levanten su cabeza” cuando estas cosas comiencen a suceder “porque su redención está cerca” (Luc. 21:28). Mandato y promesa. Sencillo, me dirán los predicadores del arrepentimiento y del terror: si nosotros hacemos nuestra parte, Dios hará la suya.

¿Pero de verdad es así de sencillo? Debo decirte, querido hermano, querida hermana, que así de sencillo no lo es. No porque yo no quiera que sea sencillo. Pero esa cuenta que siempre hacen los que con terror predican el arrepentimiento para que Dios “se arrepiente” y quite el mal que pesa sobre este mundo o sobre una persona, no cierra. Esa cuenta que al ser humano de todos los tiempos siempre le cerró, porque hasta en los momentos más catastróficos e incontrolables nos hace sentir que podemos controlar algo: que cuando levantamos nuestra mirada a Dios, Dios bajará su mirada a nosotros. Pero esa cuenta no cierra. No cierra porque pasa por alto tres espacios vacíos: el pesebre vacío, la cruz vacía y la tumba vacía. Estos tres espacios vacíos jamás deben ser pasados por altos cuando humanamente queremos hacer cuentas con Dios porque si los pasamos por alto, no contamos con lo más fundamental, con el eje alrededor del cual gira toda la creación de Dios, y por ende también tu vida y la mía: Dios ya cumplió su promesa.

Por eso, no se puede decir así de sencillo que si tan solo nosotros hacemos nuestra parte, Dios hará la suya. ¿Lo debo repetir otra vez por qué? Por qué ya hizo su parte al encarnarse en Jesús y revelar su gloria en medio de la noche y en un pesebre. Por qué ya hizo su parte al encarnarse en Jesús y revelar su poder en medio del “Monte de la Calavera” y en una cruz. Por qué ya hizo su parte al resucitar a Jesús y revelar su amor en medio del infierno y en una tumba.

Y te invito ahora a este ejercicio: levanta tu mirada. No hacía arriba al cielo porque solo te confundirás como siempre se confundieron los pueblos al ver los cuerpos celestes y pensar que eran dioses; no hacía los imponentes montes porque solo te confundirás como siempre se confundieron los pueblos al pensar que eran los tronos de los dioses. Vale la pena recordar lo que confiesa el salmista: “Alzaré mis ojos a los montes, ¿de donde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del SEÑOR que hizo los cielos y la tierra.” (Sal. 121:1). Por eso te invito a que alces tus ojos hacía tu Creador, tal como se reveló en medio de este mundo. Levanta tu mirada hacía quien gobierna los orbes y verás el pesebre vacío. Levanta tu mirada hacía el Juez Eterno y verás a la cruz vacía. Levanta tu mirada hacía el Santo e Inmortal y verás a la tumba vacía. Levanta tu mirada hacía la historia de salvación que no está escrito en los astros sino en estas tres postas de peregrinación de Dios en Cristo en medio de este mundo.

Ahora que tienes tus ojos alzadas y ves los tres espacios vacíos, mira detenidamente porque verás algo más. Al levantar tu mirada hacía quien gobierna los orbes y ver el pesebre vacío, también verás a través del pesebre, por un lado, a las potestades desafiadas por el nacimiento de un niño, y por el otro, los niños masacrados y el llanto en Belén. Al levantar tu mirada hacía el Juez Eterno y ver la cruz vacía, también verás a través de la cruz, por un lado, a las potestades disfrutando de su paz sangrienta y, por el otro lado, las otras dos cruces. Al levantar tu mirada hacía el Santo e Inmortal y ver a la tumba vacía, también verás a través de la tumba, por un lado, a las potestades temblando por el testimonio de las mujeres y, por el otro, a la marcha triunfal que lidera el Resucitado: ahí van como prisioneros de guerra la muerte y el infierno, y detrás los liberados del cautiverio.

Y ahora dime tú: ¿acaso no te fortalece esa mirada? A Carl Boberg – el autor de “Cuan grande es Él” le habrá llenado de gozo el contemplar el firmamento pero a tí ¿no te llena de gozo al alzar tus ojos y contemplar la gloria de Dios a través de estos tres espacios vacíos y en medio de este mundo? ¿Acaso no te da ganas de cantar “Cuan grande es Él” frente al pesebre vacío, debajo de la cruz vacía y en medio de la tumba vacía? Cantarlo para fortalecerte, cantarlo para consolar al pueblo que anda en tinieblas, cantarlo como protesta ante las potestades que se rebelan contra el Rey del Pesebre, el Juez en la Cruz y la Victoria en la Tumba. ¿No es precisamente así como hemos de entender y cantar al himno “Castillo Fuerte”?

Bendito Dios, afirma nuestros corazones en Cristo Jesús para que esperen en ti e ilumina nuestros ojos mediante el don del Espíritu Santo para que siempre podamos levantar la mirada hacia ti y hacía los lugares que nos dejaste como señales de seguimiento en medio de este mundo. Finalmente concédenos que tu promesa cumplida en Cristo Jesús también se cumpla en nosotros para que en nuestra peregrinación a través del mundo y del tiempo podamos correr y no cansarnos, caminar y no fatigarnos. Te lo pedimos por el mismo Cristo Jesús que vive y reina contigo y con el Espíritu Santo, un solo Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

 

Pr. Michael Nachtrab

Hohenau – Paraguay

famnachtrab@hotmail.com

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