Romanos 8, 1 – 11

Home / Bibel / Neues Testament / 06) Römer / Romans / Romanos 8, 1 – 11
Romanos 8, 1 – 11

Sermón para 5º dom. de Cuaresma (Judica) | 26.03.2023 | Romanos 8, 1 – 11 | Federico H. Schäfer |

Texto: Romanos 8, 1 – 11  (Leccionario Ecuménico, Ciclo “A”)

Estimadas hermanas, estimados hermanos:

Al escuchar la lección bíblica que acabo de leer, más de uno de ustedes habrá dicho para sus adentros: ¡Caramba! Otra vez en difícil. Parecería que no basta que en la iglesia siempre se nos hable de cosas cuya comprensión ya de por sí misma es complicada, que encima se nos habla en términos de difícil significado. Por cierto, desgraciadamente ya es proverbial o de opinión pública que los sermones, ya salgan de la boca de un sacerdote o de un pastor son abstractos y que en esos momentos cuesta vencer la soñolencia que a uno le sobreviene.

Pero vamos a tratar hoy de vencer un tanto las dificultades que se nos presentan al leer escritos del apóstol Pablo. La problemática estriba, a mi ver, en el hecho que hoy apreciamos ciertas experiencias de otra manera que en la antigüedad. Los prejuicios que se originan en una moralidad ya caduca hoy, entorpecen aún más la comprensión de ciertos pasajes bíblicos.

Pablo descubrió que el ser humano es un ser ambiguo y paradójico, un ser susceptible de impulsos ora negativos, ora positivos, de tendencias que lo atan a este mundo material y otras que lo proyectan a lo inmaterial, infinito, espiritual. Particularmente el cristiano se halla constantemente involucrado en esa lucha entre lo espiritual y lo material, lo bueno y lo malo, lo teórico y lo práctico. El creyente, al seguir a Cristo, recién toma conciencia en toda su magnitud de lo que es el mal. Nace así la tentación.

Sin embargo, cuando Pablo nos habla de la tentación de la carne no piensa solamente en impulsos sexuales u otras funciones vegetativas o animales que tienen su origen en el cuerpo humano natural. Carne es en el lenguaje del apóstol un término simbólico que significa todas aquellas formas de existencia opuestas a Cristo. Claro está que a ello pertenece también lo que es material. Una observación a primera vista nos permitirá comprender por qué Pablo llama a todo ello “carne”. El ser humano es finalmente una combinación de materia y espíritu. Todo lo que nosotros hagamos siempre será una síntesis de estas dos realidades.

“Vivir en la carne” significa, pues, vivir apegado a las circunstancias materiales, dando prioridad a la satisfacción de las necesidades que se originan en esta forma de vida. “Vivir en Cristo” significa vivir de acuerdo a los principios cristianos, de lo cual la ley del amor es el resumen y que afecta todas las esferas de la vida y debiera ser el principio rector de nuestra vida.

Un ejemplo de vida carnal sería el siguiente: El alimento es, como sabemos, una necesidad material que es necesario satisfacer. Esto es indiscutible; es vivir o morir. Podemos obtener los alimentos por medios propios. ¿Pero que ocurre cuando no tenemos dichos medios a nuestro alcance? ¿Se lo quitamos al vecino, ….robamos y quien sabe todo lo que seríamos capaces de hacer….? El correspondiente ejemplo de vida en Cristo podría ser, pues, atenerse a su enseñanza: “No solo de pan vivirá el hombre”. Es decir: ¿Dedicarse al ayuno y a la oración? Eso sí, si somos radicales. Pero bien sabemos que no somos lo suficientemente fuertes como para realizar esa alternativa. Mientras vivamos en este mundo no podremos salir de nuestro cuerpo material y necesitaremos satisfacer de alguna manera nuestras necesidades, viviremos encadenados por las limitaciones que nos impone la materia.

Pero todo esto lo ha sabido el Señor Jesucristo. Él mismo vino a este mundo y hubo de ajustarse a las limitaciones que le impuso su existencia como ser humano. Justamente es Jesucristo quien vino a liberarnos de la Ley, de aquella ley mosaica que nos obligaba a hacer lo bueno, sin que por nuestras limitaciones lo pudiéramos realizar plenamente. Él vino a liberarnos del pesado yugo que esa ley significa para nosotros; esto es, el cumplió en la cruz todo aquello que nosotros no hemos podido cumplir. Jesucristo no abolió la ley, más la cumplió y la cumplió plenamente en lugar nuestro. De esta manera estamos en condiciones de vivir en Cristo, aun cuando todavía permanecemos viviendo en este mundo.

El Señor Jesucristo prometió a sus seguidores enviarles el Espíritu Santo. Y así lo hizo. Todos los años recordamos y festejamos el cumplimiento de su promesa cuando celebramos Pentecostés. Es el Espíritu Santo el cual nos capacita para vivir en Cristo, para realizar esa síntesis que significa vivir según los principios cristianos estando aún en la carne, viviendo en este mundo, en este cuerpo de carne y hueso.

Al ser humanos, somos seres carnales, pero si encima de ello tan solo vivimos “conforme a la carne” aceptando solamente nuestras inclinaciones materiales, no haremos otra cosa que pensar y realizar esas cosas que son de la carne, de este mundo y finalmente pereceremos con ella. Vivir conforme al Espíritu es vivir como hombres de carne y hueso, pero pensando en las cosas de Cristo, aceptando nuestras inclinaciones hacia lo divino e inmaterial. Vivir conforme al Espíritu no es la presunción de ser seres divinos ni superhombres; significa vivir como simples seres humanos, eso sí, como hombres y mujeres de mentalidad cambiada, como hombres y mujeres nuevos. Para continuar con el ejemplo traído a colación más arriba: Como hombres de carne y hueso necesitaremos alimentarnos. Pero en caso de carecer de los medios para conseguir el alimento, no iremos a satisfacer nuestros impulsos robándolo, sino nos ajustaremos los cinturones y tan siquiera iremos a pedir una ayuda de buena manera, trabajaremos o haremos eventualmente los reclamos que correspondan.

Con este ejemplo ficticio y un tanto banal quiero significar que el Espíritu Santo nos ayudará a refrenar nuestros impulsos, a canalizar nuestras inquietudes, a orientar nuestras justificadas necesidades según la ley del amor y no según la ley “de la selva”, de nuestro egoísmo. Si estamos en Cristo, si confiamos plenamente en él, tendremos junto a nosotros ese Espíritu que nos envía Jesucristo. Ese Espíritu nos dará la fuerza y la sabiduría, el aliento y el valor para poder vivir esa paradoja que es nuestra vida entre Cristo y la carne.

Antes de concluir vaya todavía una figura que usaba el Dr. Martín Lutero con la intención de aclarar en lo posible un poco más nuestro problema. Solía decir, que el ser humano se asemeja a una cabalgadura que anda según quien la monte y dirija: Marchará conforme a la carne, si la monta el Diablo; andará conforme al Espíritu, si la monta el Señor Jesucristo.

El Espíritu Santo hará que no echemos de la montura a Jesucristo, cuando él nos monte. La venida del Espíritu Santo es el triunfo del amor que reúne lo perdido, que hace posible que el hombre de carne y hueso viva conforma a Cristo. Quiera Dios que comprendamos que no nos hallamos aquí por el azar ni por la locura de unos pocos hombres de la antigüedad, como por ejemplo el apóstol Pablo, que, según pareciera, nos habla en difícil, sino por obra de ese Espíritu que nos ayuda a entender las buenas nuevas del Evangelio y que nos lleva y facilita a vivir una vida conforme a Cristo. Amén.


Federico H. Schäfer

E.mail: <federicohugo1943@hotmail.com>

de_DEDeutsch