Saliendo de la autocompasión

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Saliendo de la autocompasión

Juan 17:1-11ª | Estela Andersen |

Reciban ustedes bendiciones y paz de parte de Dios, El que era, es y ha de venir. Amén.

 

En el texto que hoy compartimos Jesús ora, habla con Dios… Nosotr@s también lo hacemos, con mayor o menor frecuencia. ¿Qué es lo que pedimos en nuestras oraciones? ¿por quién oramos?

Si somos sinceros al responder a estas preguntas, debemos decir que generalmente oramos por nosotros mismos, por alguna situación que nos preocupa, también oramos por la gente conocida, por nuestro círculo más íntimo, por quienes amamos y seguramente, en algunas ocasiones, oramos por algo que nos conmovió, que escuchamos o vimos en las noticias.

 

En la estructura de nuestro culto, casi al final, después de los anuncios, se encuentra la oración de intercesión, luego el Padrenuestro y la bendición final. En ese momento, en una oración que también tiene una estructura, pedimos por la Iglesia en todo el mundo, por las situaciones, a veces de riesgo, que como cristianos vivimos más allá de las diferentes confesiones. Oramos por los países y los gobiernos del mundo, así como por el nuestro también. Pedimos por nuestras comunidades de fe, por el trabajo que nos permita llevar el pan diario a nuestras mesas y por las familias, los ancianos, los jóvenes y los niños. Luego oramos por las diferentes situaciones por las que atraviesan las personas, en especial aquellas que pertenecen a los grupos más vulnerables: quienes se encuentran en la pobreza, quienes viven situaciones de violencia (guerras, institucional, de género, etc.), quienes sufren la soledad, están enfermas, tienen alguna discapacidad, viven en la marginalidad, etc. Y finalmente oramos también por nuestra propia muerte, para que sea en la fe en el Señor.

En resumen, la oración de intercesión es el momento en el culto en donde oramos por otras personas, las conozcamos o no, por otras realidades, tal vez muy lejanas a la nuestra. Dejamos de pensar en nosotros mismos para pensar en las muchas y diversas realidades que viven las personas en el mundo, y que necesitan de nuestras oraciones.

 

En el texto que hoy compartimos, Jesús, justo antes de ser arrestado, ora al Padre, habla con Él. En principio ora por sí mismo. Le recuerda que está llegando el momento crucial de su vida, esa vida en obediencia al Padre, cumpliendo la misión que le había encomendado. Dice: “Yo te he glorificado en la tierra llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar”. Jesús ya cumplió, y ahora le toca al Padre. Y lo dice de esta manera: “Ahora, Padre, glorifícame tú, junto a ti, con la gloria que tenía a tu lado”. Jesús ora al Padre diciéndole: “yo ya hice todo lo que me mandaste hacer, transmití tus palabras y los tuyos las aceptaron y creyeron. Ahora te toca a vos, ahora vos entras en acción, porque yo ya no voy a poder”. Jesús está a minutos nada más de vivir el momento más vulnerable de su vida en la tierra. En un momento nomás lo van a llegar adonde él está, lo van a arrestar, a enjuiciar, a torturar, a colgar en la cruz, y allí, solo, va a morir… como un delincuente…

Lo sorprendente es que, en ese momento tan difícil de su vida, ora también por sus los suyos, ora por sus discípulos. Se acuerda y se preocupa por los suyos más allá de su propia angustia, saliendo de su propio dolor, porque sabe que ‘los que Dios le dio’ van a necesitar toda la ayuda del Padre también. Sabe que van a necesitar se su fuerza, van a necesitar de la perseverancia, porque ahora serán ellos y ellas quienes deban dar testimonio del Padre, quienes lo glorifiquen, tal como él lo hizo mientras caminaba entre nosotros, y que no va a ser fácil…

Jesús, a pesar de su angustia, tuvo la capacidad de salir de sí mismo y pensar en sus discípulos y discípulas.

¡Y qué bueno que es tener esa capacidad de salir del propio ombligo, de salir de uno mismo, y pensar en los problemas y aflicciones de las demás personas!

Lo interesante, además, es cómo esa actitud permite que, al volver a mirar nuestra situación, salimos de la autocompasión porque nos damos cuenta de que no estamos solos, no estamos solas, y de lo bendecidos que somos. En principio, vivimos la bendición de haber recibido la fe de Dios, Él nos ha elegido entre tantas personas para conocer a Jesús y reconocerlo como nuestro Señor y Salvador y vivir una vida en esa fe.

 

Pero la realidad es que, a nosotros, los seres humanos, nos cuesta salir de nosotros mismos, el mirar desde otra perspectiva lo que nos pasa, es un ejercicio difícil de hacer para nosotros.

Tal vez en este momento te sientas agobiado, te sientas desbordada por las cosas que te están pasando por la pandemia o por tus cuestiones personales. Tal vez estés sintiendo que sos la persona más desdichada, con mayores problemas del mundo y no termines de entender qué te quiero decir con estas palabras que hoy comparto con vos. Tal vez creas que para Jesús todo era más fácil, porque es el hijo de Dios, pero no es así, él, como toda persona de carne y hueso, tuvo miedo, angustia, enojo. También tuvo momentos de cuestionamiento como los tenés vos. Pero lo importante para destacar hoy es que a pesar del momento que estaba viviendo, se acordó de quienes también necesitaban de sus oraciones, y eso mismo le permitió no sentirse tan solo. Por eso, te invito a que hagas un ejercicio: que mires a tu alrededor y descubras las necesidades de tantas personas, de mucha gente y de tantos países en el mundo que la están pasando muy mal, que sufren hambre, injusticia, enfermedades, soledad. Cuando lo hayas hecho, tomate un momento y orá por ellos, por ellas. Te vas a dar cuenta que tus problemas no son los únicos ni los peores, y que pensar en las demás personas y sus situaciones te permitirán descubrir lo mucho que Dios te bendice, porque podés llevarle tus preocupaciones y angustias, y eso te alivia y te da fuerzas para seguir adelante.

 

Orar por otras personas, interceder ante Dios para que ponga su mano sobre otras realidades es un acto concreto de amor, es desprenderse de uno mismo, salir de nuestra autocompasión para pensar en lo que otras personas necesitan. Es acercarnos a Jesús, seguir su ejemplo, que oró por los suyos, minutos de ser arrestado, torturado y morir solo en la cruz. Amén.

 

Amado Dios, hoy sólo podemos agradecerte por tu amor y porque nos has enviado a tu Hijo Jesucristo para nuestra Salvación y vida eterna. Permite que nos mantengamos siempre en esta fe y demos testimonio de tu amor. Que te glorifiquemos en todo nuestro actuar.

Te pedimos por las muchas personas que sufren a causa de la pandemia, ya sea por la enfermedad, por las consecuencias económicas, por la soledad del aislamiento, porque corren riesgo de perder sus trabajos.

Ayúdanos a salir siempre de nosotros mismos, también en los momentos de oración, para que intercedamos por tantas personas que hoy están sufriendo, y a la vez agradezcamos las muchas bendiciones que derramas sobre nosotros y nosotras, porque somos privilegiados, porque nos has elegido, no por nuestros méritos, sino por tu amor. Permite que llevemos este mensaje de esperanza a tantas personas que hoy se encuentran desanimadas y sin fuerzas, para que también puedan salirse de sí mismas y dejar la autocompasión de lado. Te lo pedimos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Estela Andersen

Pastora de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata

al servicio de la Congregación Evangélica Alemana General Alvear – Distrito Entre Ríos – Argentina

mail: dannevirke63@gmail.com

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